Aparté la vista del ordenador y me levanté de la silla con el corazón henchido de orgullo. Me miré las palmas de las manos y por un momento sentí todo el poder que había en ellas.
Entré en Elías y por primera vez entendí la grandeza de mi trabajo. Faltaban pocos meses para el fin del mundo, y yo no podía fallarle a toda la humanidad.
Esa noche dormí muy mal. Soñé que un incendio destruía mi creación. Llamaba a los bomberos pero no daban sofocado las llamas, y mi vida se derretía como si fuera un trozo de plástico. Sin Elías yo no era nada, no era más que un científico frustrado y sin nadie que se preocupara por él. No dudaba que la esfera sobreviviría al fuego, pero aun tenía mucho trabajo pendiente en el laboratorio que se perdería irremisiblemente. Las lágrimas corrían por mis mejillas y acababan en mi boca abierta por el asombro de lo que tenía delante de mis ojos.
Me desperté llorando. Fui corriendo a la nave y pasé horas tocando la suave superficie de Elías. Me imaginé dentro, a salvo mientras el resto de los hombres iban muriendo. Algunos sobrevivirían más, otros se desintegrarían y se dispersarían por los campos y bosques destruídos. Los edificios caerían llenando el ambiente de polvo, las ciudades desaparecerían bajo el mar y los polos se derretirían inundando las costas y modificando la silueta de nuestra geografía. Las placas tectónicas se moverían violentamente y los volcanes entrarían en erupción bañando de lava laderas y colinas, evaporando los ríos y reduciendo a cenizas todo lo que se encontrara a su paso. El peso de la fatalidad se cernió sobre mi como una losa, y la responsabilidad me ahogó atenazando mis músculos y paralizando mi cuerpo. Si Elías no funcionaba, ¿qué sería de la humanidad? ¡Todo desaparecería como por arte de magia y nadie más que yo había tenido la posibilidad de evitarlo! ¡Dios me había elegido para esto y yo le habría fallado!
No hay comentarios:
Publicar un comentario