RGRIVERO
Susie llegó a casa especialmente cansada. Desde que había
empezado a trabajar notaba la mente más ocupada, pero su cuerpo reaccionaba mal
a la nueva actividad. No es que necesitara el dinero, ya que sus padres la
habían dejado en una situación más que acomodada después de su muerte, pero
estaba convencida de que necesitaba un cambio en sus hábitos diarios para
evitar sucumbir a la angustia. La obligación de seguir un horario y de estar
pendiente del reloj hacía que su día a día no se centrara en su enfermedad y la
medicación que debía tomar para ¿qué?, para nada, pensaba. Sólo para hacerla
parecer un bicho raro entre sus compañeros de trabajo, por ejemplo, que bebían
una caña después de la jornada laboral mientras ella debía limitarse a pedir un
refresco.
Levantó uno de los cojines del sofá y sacó de debajo un
cuaderno de tapas marrones sujetas por una goma. Lo apoyó en la mesita y fue a
la cocina a prepararse un colacao. El café lo tenía también prohibido, así como
cualquier bebida excitante.
Agarrando la taza ligeramente templada con las dos manos,
abrió el cuaderno y leyó las anotaciones del día anterior. Era una terapia que
le había aconsejado uno de los muchos psicólogos por los que había pasado, y
reconocía que le consolaba. Escribir sus sentimientos hacía que algo tan
inexplicable y que no se atrevía a compartir con nadie de su círculo, la
tranquilizara y le sacara un peso de encima.
- Bueno, “Pelusa” – le dijo a la bola de pelo que se había
instalado a su lado en el sofá – vamos allá.
Anotó la fecha y los acontecimientos medianamente
relevantes del día.
“Hoy cobré mi primer salario. Me llevé una grata sorpresa
porque superé los ratios de producción y mi sueldo casi se duplicó. El jefe de
contabilidad, el señor… mmm… tendré que preguntar como se llama… se quedó muy
sorprendido, se lo noté en la cara. Sus facciones son agradables, me sorprende
que una persona así esté encerrada en un despacho. Creo que estaría mejor
trabajando cara al público. Pues eso, cobré y me fui a celebrarlo con las
compañeros al bar de Regina. Regina es un personaje. Tendrá unos cincuenta
años, pero viste como si tuviera veinte. Su pelo es rubio platino y trabaja
casi siempre en tacones y minifalda, de manera que llama mucho la atención. Sin
embargo parece ser que está felizmente
casada desde hace treinta años con un empresario adinerado que le montó el bar
porque estaba aburrida, según mis compañeros de trabajo. Hay que reconocer que
le da una nota de color con su apariencia, además de emitir ondas positivas con
su sonrisa picarona y sus provocativos vaivenes detrás de la barra. Pese a todo
no creo que pase de ser el inocente coqueteo de una mujer con síndrome de
“Peter Pan” que seguramente fue espectacular en su juventud y que se niega a
envejecer. Hoy mismo la vi poniéndole ojitos a nuestro jefe de contabilidad, el
cual se tomaba una caña fresquita para envidia de mi misma…”
Susie cerró el cuaderno. No se le ocurría mucho más que
escribir. El colacao estaba ya frío pero se lo bebió igualmente. La primavera
dejaba notar ya sus efectos y los días se volvían más calurosos, anunciando el
inminente verano.
Susie odiaba el verano. Y lo odiaba porque odiaba el calor.
Las manifestaciones de su enfermedad se agravaban con las altas temperaturas,
ya que alcanzaba los límites de la combustión con mayor facilidad.
Dejó la taza de colacao en el fregadero y se dirigió a la
cama. Su apartamento era pequeño pero constaba de un amplio salón separado del
dormitorio por un enorme y precioso biombo de madera tropical maciza. Los
techos de la vivienda eran altos, como solían ser los de las construcciones
antiguas como aquel edificio, y las ventanas, aunque estrechas, se elevaban
desde el suelo al techo, enmarcadas en madera blanca. Conectó el ventilador,
situado cerca de la cama, y se despojó de la fina bata de seda. Su cansado
cuerpo, solo cubierto por un fino camisón corto de algodón, se deslizó en las
frescas sábanas, disfrutando de ese momento de contraste de temperatura. Pronto
la tibieza de su cuerpo calentaría hasta la fina colcha, haciendo desaparecer
la sensación de frescura y elevando la temperatura hasta… ¿la combustión? Por
Dios, esperaba que no. Aquella noche no. Había pasado un día agradable y
tranquilo, ojalá su patología no volviera a estropearlo todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario