jueves, 3 de octubre de 2013

miércoles, 10 de julio de 2013

COMBUSTION - CAPITULO VIII -





La mujer que abrió la puerta de la consulta del doctor Gonçalves era extremadamente alta y delgada. Su sonrisa parecía superficial, como si la tuviera ensayada para recibir a los pacientes y desapareciera de su cara nada más verlos entrar. Tenía el pelo recogido en un moño y gafas que le resbalaban por la nariz, dándole un aspecto de rata de biblioteca. Susan presentía que quizá había sido una antigua paciente a la que el doctor propuso para atender a las nuevas visitas, por su aire inseguro y forzadamente formal.
Se sentó en una pequeña butaca tapizada en terciopelo de suaves colores y admiró las láminas de cuadros de Monet colgadas en sitios estratégicos y a la altura de la vista de cualquiera que entrara. Su visión invitaba a la reflexión y a la paz de espíritu, anhelando la visita de lugares rodeados de naturaleza. Tomó una de las revistas que reposaban en la mesa más cercana y la abrió distraídamente, hablaba sobre nutrición. Sus ojos se desplazaban de forma involuntaria por toda la estancia, yendo a parar en la mujer de moño. En ese momento hablaba por teléfono y su voz sonaba dura y profesional. Otro signo más de inseguridad.
Susan pegó un respingo cuando la puerta de su derecha se abrió y un hombre de mediana edad, calvo y algo sobrado de peso le indicó con un ademán de la cabeza que podía pasar. Su aspecto no le dió buena impresión, pero decidió que aún era pronto para juzgarlo.
El despacho de Artur Goçalves era totalmente blanco. Blancas las paredes, blanco el mobiliario, blancos los marcos de los cuadros y los pocos adornos de las estanterías. La única nota de color la daban los lomos de los libros situados detrás de la gran mesa que llenaba toda la parte central de la estancia. Una gran alfombra blanca de pelo largo rodeaba la mesa y la silla de cuero, blanco.
Le indicó con la mano que se sentara en un pequeño diván y por fin pudo oír el sonido de su voz.
- Buenos días, señorita Howard - al contrario que la voz de la recepcionista, la suya era templada y suave.
- Buenos días, me ha comentado...
- Sí, lo sé. No se preocupe.Conmigo no tendrá que hablar demasiado. Trabajo con conceptos, es la base de cualquier terapia. Cualquier explicación surge de un concepto que la resume y define. Mi trabajo es encontrar el concepto del problema de cada paciente.
Susan se quedó impactada por estas palabras. De todos los profesionales que había visitado a lo largo de su vida éste era el único que no había comenzado con el típico: "Bueno, señorita Howard, hábleme de usted y cuénteme qué le sucede"

martes, 2 de abril de 2013

COMBUSTION- CAPITULO VII-



La medicación me atonta y no me deja pensar. Estoy en un estado de semi-inconsciencia en el que no atino a encadenar dos palabras seguidas. Me costó horrores llamar a la empresa para comunicar que no iría hoy a trabajar. Percibí cierto grado de preocupación en la voz del jefe de Recursos Humanos, como intentando sonsacarme el motivo real de mi ausencia. Y qué le voy a contar, ¿que sufro de paranoias en las que siento que mi cuerpo se deshace en tiras de piel derretida? ¿que cada vez que tengo una crisis me empastillan hasta hacerme perder la razón?
Esto no puede seguir así, pero no sé que hacer.

Susan cierra el cuaderno y decide prepararse un baño con sales relajantes. Llena la bañera y desliza su cuerpo desnudo en el agua tibia y aromatizada. En la repisa tiene preparada una copa de vino pero no se decide a beberlo por si le sienta mal. Los tranquilizantes y el alcohol nunca se llevaron bien. Se queda mirando el líquido morado y cómo el brillo de las velas que encendió para crear un ambiente "zen" dibuja sombras en el alicatado de la pared. Parecen llamas. Aleja este pensamiento de su cabeza. Hoy no habrá llamas, ni angustia, ni dolor.

El sonido del teléfono la despierta y agita los brazos asustada. Gotas de agua salpican paredes y suelo, como una lluvia de cristales rotos. Por un momento teme haber tirado la copa de vino. Susan sale de la bañera y se enrolla atropelladamente en la tolla. Nota los músculos relajados y su cuerpo hipotónico, aunque al salir la piel se le eriza por el cambio de temperatura. Tarda un rato en darse cuenta de que es el teléfono fijo y no el móvil el que suena. No reconoce su propia voz cuando contesta:

   -   ¿Sí?
   -   ¿Señorita Howard?
   -   Sí, yo misma.
   -   Soy  Herrera, el enfermero que le atendió tan pronto llegó a urgencias.
   -   Ah, sí... - le podía haber atendido el mismísimo Obama, que no se habría acordado.
   -   Quería preguntarle cómo se encuentra, si le sienta bien la medicación y las terapias.
   -   Eh, sí, creo que sí - no sabía qué contestar, si antes estaba desorientada, ahora más. ¿Desde cuando te llama un enfermero de urgencias?
   - Bien, su ingreso ha sido bastante... eh...chocante - notó cierto tono de duda.
Silencio.
   -   La verdad es que me quedé algo sorprendido por su caso.
Silencio.
   -  Lo cierto es que sólo yo he visto... en fin...¿puedo recomendarle a un colega que quizá pudiera ayudarla?. Lo conozco desde hace varios años y está especializado en... bueno... en casos similares.
   -  ¿A qué se refiere con casos similares?
   -  Bueno... casos, digamos, extraños - seguía el tono de duda.
Silencio.
   -   Mire - notó la urgencia en su voz - sinceramente me quedé realmente anonadado cuando la vi llegar. Sufría los síntomas de un quemado de tercer grado, fiebre y convulsiones. Su piel ni siquiera estaba enrojecida, pero sufría los dolores de una persona que hubiera sufrido quemaduras en el noventa por cien de su cuerpo. Nunca había visto algo parecido. ¡Por Dios, si hasta tenía la ropa pegada a la piel!
Silencio, Susan empezó a temblar.
   -   Yo mismo le apliqué antibióticos y apósitos extraabsorbentes, y vi como... vi como salía humo de su pelo...
Susan se tocó la cabeza instintivamente.
  -  Cuando llegó el médico su temperatura había vuelto a la normalidad, y solo quedaban señales de una profunda e inconsolable angustia...
Silencio.
   -  Mire, hágame caso. Este hombre no sólo es médico. Quiero decir que ha atendico casos, digamos, poco comunes. Por favor, anote su número y llamele cuando pueda.
Herrera colgó después de otro instante de silencio.
Susan soltó el auricular lentamente. El número de teléfono de Artur Gonçalves pareció brillar por un instante con una luz blanca y limpia, una luz muy diferente a la de las llamas que poco a poco iban consumiendo su alma.

COMBUSTION - CAPITULO VI -



29, octubre, 1980.

La paciente se presentó en consulta presa de gran agitación. Refirió que durante el trayecto hasta esta clínica, estuvo a punto de ahogarse de angustia. El motivo, según su explicación, fue la visión de un periódico ardiendo en la calle. Dice sentir un pánico irrefrenable de duración variable. Desde unas horas a varios días. No experimentó ningún tipo de trastorno sensorial, ni fenómenos extrapiramidales cuando fue sometida a tratamiento con antidepresivos tricíclicos.

La pauta terapéutica aplicada en la actualidad, vista la inoperancia de la administración farmacológica, se objetiva en la práctica de psicoterapia de apoyo dos veces al mes. Se intentó la práctica de sugestión hipnótica, sin resultado ya que la paciente no se mostró receptiva. Se le propuso la práctica de narcoanálisis,
a lo que se negó, objetivando la relatividad de su resultado, del que fue previamente informada.

La paciente no presenta síntomas de manía, ni de trastorno obsesivo-compulsivo, toda vez que la angustia que nota se reduce a la contemplación del fuego, o bien al período de ensoñación en el que experimenta sensación física correspondiente a la quemadura directa sobre la piel. Por lo demás, es capaz de inte-
rrelación positiva con su entorno, sin reacciones depresivas endógenas, ni otra clase de alteraciones psicosomáticas evidentes.

Tras el correspondiente exámen y con la aprobación de la paciente, disponemos la continuidad del tratamiento de psicoterapia, con el mismo régimen de asistencia que ha venido desarrollando hasta la fecha.

Próxima consulta: 15, diciembre, a las 18,30 horas.
Al final de la ficha, a lápiz, hay una nota manuscrita del médico:

"¿Posible desatención anímica por parte de algún familiar? ¿Desazón por anterior relación sentimental? ¿Resistencia inconsciente a reconocer la verdadera causa de su dolencia? Las fobias revelan una faceta de la personalidad que tiende a la inseguridad, a la duda, y denota temor al rechazo. Averiguar las causas de esas manifestaciones puede ser la solución del problema. Es trabajo arduo y persistente. Hasta ahora la paciente no ha dado ninguna indicación sobre posible interacción de su fobia con su personalidad".

martes, 12 de marzo de 2013

COMBUSTION - CAPITULO V -





RGRIVERO
“Esta noche fue un espanto.
No me salen las palabras y aun tiemblo cuando pienso en ello.
Ya no intento buscar explicación, ni razonar los motivos de que este maldito fenómeno se manifieste con mayor o menor intensidad. Al principio lo achacaba a los nervios, a las vueltas que mi cabeza le da al asunto, a haber sufrido algún pequeño disgusto… pero nada, no hay un parámetro consecuente que explique mi problema. Mi problemón, para ser más exactos.”

Susan había llamado a la empresa  para avisar de que ese día no iría a trabajar. No había dormido ni una hora seguida, aquejada de horribles pesadillas en las que se veía ardiendo y notaba como la piel se le iba desprendiendo de los huesos y caía a sus pies en finas tiras. Por más que se obligaba a pensar que todo era producto de su imaginación, cada vez que cerraba los ojos para conciliar el tan ansiado sueño, sentía la temperatura subir progresivamente hasta alcanzar una medida imposible de aguantar por cualquier ser humano. Lo siguiente eran las convulsiones y el ser consciente de que efectivamente su cuerpo se había convertido en una antorcha viviente. El horror la paralizaba, y solamente podía observar con espanto su cuerpo deshaciéndose por culpa del fuego, un fuego del que no conocía el origen y que la envolvía en un aterrador abrazo de llamas al rojo vivo.

Mientras intentaba calmarse con una taza de valeriana, escribía en su cuaderno la terrorífica vivencia de aquella noche mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Tenía que tomar una decisión drástica. No podía ser un caso aislado, seguramente habría gente con experiencias similares, aunque no sabía por donde empezar a buscarlas.

Habiendo agotado la vía médica, decidió que lo suyo iba más allá de lo normal, por lo que dejó a un lado su escepticismo y buscó en internet alguna asociación de psíquicos o mediums que le inspirasen la suficiente confianza como para exponerles su dolencia.

El resto del día lo empleó buscando casos similares al suyo y las soluciones adoptadas por los afectados.

Se interesó por el caso de Nicolle Millet, muerta por combustión humana espontánea en 1725, así como por el de la condesa de Cesena, hallada convertida en cenizas en su dormitorio alguna noche anterior al año 1731.

Pero el caso que le impactó de verdad fue el de Mary Reeser, en Florida. Además era relativamente reciente pues había ocurrido en 1951. Esta viuda de 67 años parece ser que fue hallada totalmente calcinada en una silla en un rincón de su habitación. El cráneo estaba tan derretido que quedó convertido en una bola sin forma, y solo fue identificada gracias a un pie. La policía de Florida determinó que se había quedado dormida con un cigarrillo encendido que, prendiendo su bata, había provocado tan tremendo incendio. Lo extraño es que éste solo afectó a la señora Reeser y la zona donde se encontraba sentada.

Leyó con detenimiento las explicaciones científicas del fenómeno. Excluyendo el asesinato, se encontraba el llamado “efecto mecha”. Según éste, una fuente externa puede prender fuego a una prenda vestida por la víctima. El calor va derritiendo la grasa corporal subcutánea y hace que el cuerpo se queme a una temperatura menor de lo que en teoría sería necesario, es decir, a menos de 1700 ºC, ya que la grasa humana arde a 215 ºC o incluso menos si está embebida en una mecha.

Susan hizo un descanso para prepararse un sándwich. Escuchó sonar el móvil varias veces, pero no respondió, ni tan siquiera revisó quién había llamado. Estaba decidida a encontrar alguna respuesta y a no pasar ni una noche más sin esperanza de vislumbrar una pequeña luz al final de túnel. Le consolaba saber que a pesar de haber sufrido varios episodios siempre se despertaba a tiempo de evitar una muerte por ignición, pero no sabía hasta cuando seguiría controlando los fatales  efectos de su mal.

Intentó mantener la mente fría y prepararse para seguir leyendo sobre el tema. No cesaba de tomar apuntes de referencias a lugares y detalles de los casos con los que se encontraba. Una vez agotada la vía científica, decidió pasar a la paranormal. Intentó preparar su mente y abrirla a nuevas posibilidades. Era consciente de que lo suyo se trataba de algo más que de tremendas pesadillas pasajeras, así que se preparó para analizar todo tipo de explicaciones esotéricas.

Devoró el sándwich y se acordó de que, al no haber ido a trabajar, no había recogido la edición diaria del periódico al que estaba suscrita en la conserjería. Levantó el auricular del teléfono fijo, imitación de los modelos antiguos de hierro forjado, y marcó el cero haciendo girar la ruedecilla. Enseguida le atendió Wayne, el conserje de la urbanización donde residía Susan.

   -   Buenos días, Wayne, digo… buenas tardes.
   -   Buenas tardes, señorita Howard – su voz sonaba animada - ¿en qué puedo ayudarla?
   -   Es que me olvidé de recoger hoy el diario, ¿podría subírmelo cuando le venga bien? No creo que salga hoy de casa.
   -   Claro que sí, no se preocupe – contestó servicialmente el conserje.
Susan colgó con un tímido “gracias”. Sabía que se estaba aprovechando de él, ya que no era tarea suya repartir puerta por puerta, pero era siempre tan amable con ella que decidió que realmente no le importaría hacerle ese favor.

Buen muchacho, el conserje.

COMBUSTION - CAPITULO IV -





GSMIGA
Cada vez que pasa ante mí experimento una mezcla de sentimientos. Por un lado, admiro su silueta, sus facciones nobles y atrayentes, sus andares flexibles y excitantes; por otra parte me impresiona su mutismo, su falta de expresividad, su aparente distanciamiento. Inaccesibilidad, en suma.

No me ocurre a mí solo, que soy un simple empleado, a cargo de los servicios del edificio de apartamentos BrisaCaribe, en cuya vivienda 3C reside la señorita Susan Howard; hace unos días, la señora Deolinda hizo un mohín desagradable al cruzarse con ella en el vestíbulo. Pude advertirlo claramente cuando las vi cruzarse, sin cambiar un saludo de cortesía, convertidas ambas en bloques de gélida indiferencia. Aunque, para ser sincero, más bien me pareció completo desinterés por parte de la señorita Howard, y resentido desprecio a cargo de la otra, que es dama bastante exigente y pagada de sí misma.

Ayer mismo, cuando me dirigía hacia la acera para recoger los cubos de la basura, la vi salir, ignorando ostensiblemente el atento saludo del señor Rodríguez, dueño de tres apartamentos de la cuarta planta, y sujeto agradable y comunicativo, que siempre tiene algún comentario ameno y sensato que hacer cuando se cruza conmigo o con cualquier otro habitante de la vecindad.

Y luego está su aislamiento social. Nunca he visto una carta personal en su correo; únicamente recibe comunicaciones bancarias o los recibos de las compañías de gas, luz y teléfono. Se diría que está completamente sola en el mundo.
Y no parece necesitar a nadie, ni parece importarle nada de lo que ocurre a su alrededor. Lo que contribuye a realzar el halo misterioso de su persona.

Pero a pesar de todo, no puedo dejar de preguntarme por qué motivo se comporta así. Y aún me impresiona el recuerdo de sus bellos ojos de mirada indiferente; y supongo lo que podría lograr con su belleza si solamente pusiese un átomo de humanidad en su expresión. Creo que muchos caerían rendidos ante ella con una simple mirada cortés. Pero no parece ser consciente de su atractivo, por falta de interés en los sentimientos que pueda despertar en los demás.

No, no me estoy enamorando. Solamente soy Wayne, el conserje. Y sé perfectamente cuál es mi lugar. Y si lo olvidase, el administrador del condominio me lo recordaría al momento. Además, ella nunca se fijaría en mí. Por otro lado, la vida a su lado sería una experiencia impactante. ¿Cómo se podría comunicar una persona de gustos sencillos y rutinarios con una esfinge hermosa y gélida?
No. Sería incapaz de soportar su mirada...Tampoco alcanzaría a intuir sus pensamientos. No habría la menor posibilidad de comunicación. Porque la hermosura inaccesible, telúrica e incomprensible, apoca y amilana a cualquiera que ose contemplarla de cerca, y mucho menos abordarla. Disuade.

Y sin embargo...la semana pasada la vi estremecerse. Unos muchachos hicieron estallar unos petardos que prendieron fuego a unos trozos de periódico que había en la acera y que me disponía a recoger. Tras apagar las minúsculas brasas y espantar a los zangolotinos le pedí disculpas por mi descuido. Bajó la cabeza y siguió adelante en silencio. Juraría que estaba pálida y temblorosa. Enseguida recobró el dominio de sí misma y subió a un taxi que la esperaba al borde de la acera. Mientras la vi partir me dije a mí mismo que había observado su primera reacción humana, aunque fuese de temor o aprensión. ¿O tal vez solamente alcancé a intuir lo que estaba esperando ver? ¿Qué misterio esconde la personalidad de esta muchacha? Difícil cuestión.

COMBUSTION - CAPITULO III -




RGRIVERO

Susie llegó a casa especialmente cansada. Desde que había empezado a trabajar notaba la mente más ocupada, pero su cuerpo reaccionaba mal a la nueva actividad. No es que necesitara el dinero, ya que sus padres la habían dejado en una situación más que acomodada después de su muerte, pero estaba convencida de que necesitaba un cambio en sus hábitos diarios para evitar sucumbir a la angustia. La obligación de seguir un horario y de estar pendiente del reloj hacía que su día a día no se centrara en su enfermedad y la medicación que debía tomar para ¿qué?, para nada, pensaba. Sólo para hacerla parecer un bicho raro entre sus compañeros de trabajo, por ejemplo, que bebían una caña después de la jornada laboral mientras ella debía limitarse a pedir un refresco.

 Se tumbó en el sofá mientras su gata “Pelusa” ronroneaba moviendo su elástico cuerpecillo como una serpiente alrededor de su pierna. La tomó en brazos y un gruñido de placer hizo vibrar a “Pelusa”, encantada de notar las caricias de su dueña por la barriga.

Levantó uno de los cojines del sofá y sacó de debajo un cuaderno de tapas marrones sujetas por una goma. Lo apoyó en la mesita y fue a la cocina a prepararse un colacao. El café lo tenía también prohibido, así como cualquier bebida excitante.

Agarrando la taza ligeramente templada con las dos manos, abrió el cuaderno y leyó las anotaciones del día anterior. Era una terapia que le había aconsejado uno de los muchos psicólogos por los que había pasado, y reconocía que le consolaba. Escribir sus sentimientos hacía que algo tan inexplicable y que no se atrevía a compartir con nadie de su círculo, la tranquilizara y le sacara un peso de encima.

   -   Bueno, “Pelusa” – le dijo a la bola de pelo que se había instalado a su lado en el sofá – vamos allá.

Anotó la fecha y los acontecimientos medianamente relevantes del día.

“Hoy cobré mi primer salario. Me llevé una grata sorpresa porque superé los ratios de producción y mi sueldo casi se duplicó. El jefe de contabilidad, el señor… mmm… tendré que preguntar como se llama… se quedó muy sorprendido, se lo noté en la cara. Sus facciones son agradables, me sorprende que una persona así esté encerrada en un despacho. Creo que estaría mejor trabajando cara al público. Pues eso, cobré y me fui a celebrarlo con las compañeros al bar de Regina. Regina es un personaje. Tendrá unos cincuenta años, pero viste como si tuviera veinte. Su pelo es rubio platino y trabaja casi siempre en tacones y minifalda, de manera que llama mucho la atención. Sin embargo parece ser que  está felizmente casada desde hace treinta años con un empresario adinerado que le montó el bar porque estaba aburrida, según mis compañeros de trabajo. Hay que reconocer que le da una nota de color con su apariencia, además de emitir ondas positivas con su sonrisa picarona y sus provocativos vaivenes detrás de la barra. Pese a todo no creo que pase de ser el inocente coqueteo de una mujer con síndrome de “Peter Pan” que seguramente fue espectacular en su juventud y que se niega a envejecer. Hoy mismo la vi poniéndole ojitos a nuestro jefe de contabilidad, el cual se tomaba una caña fresquita para envidia de mi misma…”

Susie cerró el cuaderno. No se le ocurría mucho más que escribir. El colacao estaba ya frío pero se lo bebió igualmente. La primavera dejaba notar ya sus efectos y los días se volvían más calurosos, anunciando el inminente verano.

Susie odiaba el verano. Y lo odiaba porque odiaba el calor. Las manifestaciones de su enfermedad se agravaban con las altas temperaturas, ya que alcanzaba los límites de la combustión con mayor facilidad.

Dejó la taza de colacao en el fregadero y se dirigió a la cama. Su apartamento era pequeño pero constaba de un amplio salón separado del dormitorio por un enorme y precioso biombo de madera tropical maciza. Los techos de la vivienda eran altos, como solían ser los de las construcciones antiguas como aquel edificio, y las ventanas, aunque estrechas, se elevaban desde el suelo al techo, enmarcadas en madera blanca. Conectó el ventilador, situado cerca de la cama, y se despojó de la fina bata de seda. Su cansado cuerpo, solo cubierto por un fino camisón corto de algodón, se deslizó en las frescas sábanas, disfrutando de ese momento de contraste de temperatura. Pronto la tibieza de su cuerpo calentaría hasta la fina colcha, haciendo desaparecer la sensación de frescura y elevando la temperatura hasta… ¿la combustión? Por Dios, esperaba que no. Aquella noche no. Había pasado un día agradable y tranquilo, ojalá su patología no volviera a estropearlo todo.  

COMBUSTION - CAPITULO II -



GSMIGA
Hola, me llamo Leo, y soy jefe de contabilidad de la fábrica de juguetes "La Gua-gua". Como todos los fines de mes, a media mañana empecé a pagar el salario a los empleados. Nuestra empresa sigue una política salarial mixta: pagamos un estipendio fijo, complementado con un plus de productividad. Siempre me causan aburrimiento los días de paga. Pero cuando me disponía a dejar a mi ayudante a cargo de la oficina e ir a la cafetería a tomar una cerveza, apareció delante de mi mesa una mujer muy atrayente. Era alta, de fina silueta y con unas facciones regulares, pómulos altos y frente despejada, trigueña y con unos maravillosos ojos color avellana. Aunque soy incapaz de calcular la edad de las mujeres, me dio la impresión de ser muy joven.

-Buenos días, señorita, no recuerdo haberla visto antes. ¿Es nueva aquí?
-Es mi primer mes, señor. Trabajo en el departamento de estuchado.

Eché un vistazo a su ficha de productividad y quedé sorprendido, porque la muchacha doblaba su complemento productivo al nivel de su salario. Había producido más estuches ella sola, que todas las compañeras a las que había pagado hasta ese momento.

-La felicito, señorita...Howard...Susan... ¿Es usted inglesa?
-No, canadiense -dijo mirándome directamente-pero llevo ya diez años aquí.
-Pues...ha producido usted más estuches para juguetes que todo su departamento. Le ruego que firme la nómina...

Mientras firmaba, inclinada sobre la mesa, le vi en la muñeca izquierda una pulsera de oro con una sirena colgante. Le entregué su paga y me sonrió, mirándome otra vez. Me dio la impresión de que sus ojos estaban concentrados en una visión alejada del lugar en que nos encontrábamos; una sensación extraña me asaltó cuando al entregarle el sobre noté la palma de su mano húmeda.

-Adiós, señorita...Ho...
-Prefiero que me llame Susie, señor. Como todos.
-De acuerdo, Susie. Espero que el mes próximo vuelva usted a cubrir su extraordinario cupo de productividad.

Cuando se marchó comprobé que caminaba aprisa, y me dio la impresión de que sus hombros estaban rígidos. Como si estuviera atravesando un momento de tensión. Es posible que esté nerviosa debido a la novedad de su primer mes de trabajo -cavilé-; pronto se le pasará.

El resto de la mañana constituyó la reiteración de labores habituales, e intercambio de impresiones con los empleados conocidos que aprovechaban para hacer las normales chanzas acerca de la tacañería de la Dirección. Entonces, poco antes de las 14 horas, finalizado el abono de salarios del turno de mañana, pedí a mi ayudante que organizase el pago del turno de tarde que efectuaría según costumbre mi otro ayudante, a partir de las 15 horas. Y me fui a tomar la anhelada cerveza fresca que estaba necesitando.
Estaba acodado en la barra, metiéndome con Regina, y diciéndole que la minifalda con puntilla que llevaba la hacía parecer una niñita de primera comunión, cuando un rumor de risas y voces femeninas sonó a la puerta, haciéndome volver la cabeza. Y allí, a menos de seis pasos de donde estaba, volví a verla. A la señorita Susie, en unión de otras operarias que venía a tomar un tentempié antes de abandonar la fábrica. No pude evitar la tentación de mirar a la atractiva muchacha, y me causó sorpresa su actitud, completamente distinta de la que había percibido por la mañana. Ahora estaba relajada, no había tensión en su cuerpo, su melena se movía graciosamente al tiempo que conversaba animadamente con las otras chicas. Traté de fijarme en sus ojos, pero no conseguí observar su expresión. Me volví a Regina haciendo ademán de pagar mi consumición. Ella se echó atrás, y sonriendo pícaramente me provocó a que la mirase completa, y para mi estupefacción vi que la faldita con puntillas había desaparecido y ahora llevaba una estrecha banda de dril que escasamente le tapaba el comienzo de los muslos. Se volvió a la caja para darme la vuelta y pude divisar un panorama estremecedor...

-¿Qué te parece mi faldita?
-¡Buaaaaá! ¡Guau!
-¡Já, já, ja! ¡Te cambió el color de la cara triste que tienes siempre, muermo!

La dejé riéndose a mandíbula batiente. Es que las mujeres son la repera limonera. Enfilé la salida con el mejor de los ánimos.

-¡Que pase una buena tarde, señor!- Susie me saludaba animadamente. Entonces sí pude ver sus preciosos ojos, y...seguían mirando hacia un lugar...lejano, incógnito, probablemente secreto, que nadie podría conocer jamás.
-Adiós, Susie, disfrute de la tarde -respondí confuso, mientras pensaba que podría ser posible que aquella mirada esquiva, que parecía subyugarte, sin verte realmente, estuviese mirando su propio interior.
 Le di vueltas a esta idea, pero al llegar al aparcamiento concluí que por mucho que cavilase no podría desvelar la intriga de aquellos ojos mirando...al vacío.

COMBUSTION - CAPITULO I -


 RGRIVERO
Susie ya no podía más.

Los sueños recurrentes la anulaban el día entero, impidiendo que hiciese una vida normal. Estaba cansada de recorrer gabinetes de psiquiatría y de contar su vida a personajes desconocidos que la miraban de manera inexpresiva mientras una grabadora se interponía entre ellos. Nada anormal, una infancia tranquila, una adolescencia quizá algo precoz pero sin sobresaltos y un comienzo de madurez dentro de los parámetros de la normalidad. La salud bien, gracias, no tenía problemas de amores y su trabajo en la fábrica de juguetes  no revestía aparente preocupación. Susie era sociable a pesar de que había tenido que adaptarse a un país hispano tras vivir sus diez primeros años en Canadá, y su círculo de amistades, salvo alguna excepción, no representaba ningún peligro para ella. Sin embargo algo no iba bien. Periódicamente, el mismo sueño la atormentaba durante toda la noche, haciéndola sudar y elevando su temperatura corporal hasta el riesgo de la combustión espontánea. O eso le había dicho un pseudomédico indio al que había acudido desesperada después de meses consultando a especialistas mentales. Lógicamente ningún "comecocos" le había hablado de la posibilidad de quemarse en vida, pero su preocupación se había disparado una noche durante la cual se levantó ardiendo y fue corriendo a la ducha para observar, aterrada, como el camisón hecho jirones resbalaba por su cuerpo mientras los chorros de agua de la ducha se evaporaban instantáneamente al entrar en contacto con su piel.

NUEVO PROYECTO






Me han propuesto algo que no he podido rechazar.
Alguien muy cercano y querido me ha pedido que mezclemos ideas y neuronas en un proyecto común, una historia compartida en la que yo llevo la batuta y él me sigue "como pueda". Tenemos dos maneras muy diferentes de escribir y de entender la literatura, y creo que eso precisamente hará de este experimento algo divertido y sorpresivo.
Acostumbrados a ver la vida de diferente manera y a no estar de acuerdo en muchas ocasiones, cada uno pondrá en su parte del relato su carácter y particular manera de expresarse.
Creo que no te puedes perder esta serie de cortos enlazados por una protagonista en común y su peculiar problema... pero no te adelanto nada. Lee la siguiente entrada, en la que empiezo "Combustión", y disfruta buscando las diferencias entre las entradas de RGRIVERO y las de GSMIGA.
Alternativamente iremos completando esta fabulosa historia compartida, en la que cada aportación intentará desentrañar los misterios de un caso difícil y aterrador para la víctima en cuestión.
Y ahora haz clic en la siguiente entrada...

... empieza la diversión!!

domingo, 17 de febrero de 2013

LLUVIA - CAPITULO XIX -




Rafaela se quedó apoyada en la puerta un buen rato. Todo iba mal, muy mal. No sabía cómo pero tenía que ver a Lucas lo antes posible.

 
       -          Tú, quien seas. Sé que me estás vigilando y no te tengo miedo. Eres un cobarde que seguramente se esté divirtiendo de lo lindo viendo como sufro. Ya está bien. Si me sueltas prometo no denunciarte. Es fácil, me tapas los ojos, me das eso que me metes en la comida para tranquilizarme y me abandonas donde quieras. No tengo porqué verte la cara ni saber donde estoy. ¿Me oyes? ¿ME OYES?

 
Golpeo la fría superficie del espejo mientras noto las lágrimas aflorando en mis ojos. No quiero llorar, pero mi nivel de desesperación es tal que no me controlo. Fijo la mirada en mis pupilas, que noto dilatadas por la cercanía de mi cara al espejo. Al otro lado hay alguien que me está mirando y no se si es un maldito psicópata o un pervertido. Noto mis músculos tensarse debajo de la ridícula bata que me cubre. Juro que si ese anormal se me pone delante le hago trizas. Giro la cabeza buscando aquello que pueda servir de arma arrojadiza o instrumento cortante, rezando para que mi captor venga a dar la cara y partírsela en dos. Entonces noto una vibración en mis manos, apoyadas en el cristal. Las levanto y veo las marcas de sudor que éstas han dejado en la superficie. Las vuelvo a apoyar. ¡Lo noto! Algo o alguien está golpeando el espejo y haciendo que éste tiemble casi imperceptiblemente. El corazón me salta en el pecho. Acerco la oreja y me parece oír una voz. ¡Sí! Oigo algo, seguro. Grito desesperada pidiendo socorro y soltando amenazas. No distingo lo que dicen al otro lado, pero sea lo que sea grita como yo. Agudizo el oído y me concentro en los sonidos que llegan a mí. Parece la voz de un hombre, y creo que también pide socorro. Mis esperanzas se desvanecen como la nieve un día de sol. No soy la única atrapada.

 
El sol se había escondido detrás de los árboles. Las madres se empezaban a retirar con los niños y cada vez había menos gente en el parque. Lucas no pudo evitar mirar alrededor, como esperando que Vera apareciese por alguna esquin, vestida con sus mallas de deporte. Una opresión en el pecho hizo que se tuviera que sentar en el banco más cercano. De repente todo aquello se le venía encima como un edificio en demolición.
A lo lejos reconoció una figura que se acercaba a él. Era una figura conocida, la de una persona que en su momento le devolvió las ganas de vivir. Mientras la veía acercarse recordó los días de encuentros fortuitos en bares solitarios, en las esquinas oscuras de los callejones y en destartaladas habitaciones de motel. La añoranza de aquellos días le dejó un sabor agridulce en la boca. El arrepentimiento del “día después de”, las mentiras, el pretender que todo iba bien... Su vida había sido una auténtica farsa los últimos dos años, y el peso de la realidad iba creciendo como una bola de polvo detrás de una puerta. Una voz de sobra conocida lo sacó de su ensimismamiento.

 
            -   Hola, Lucas.

-   Hola, Rafaela.

jueves, 24 de enero de 2013

ELÍAS -CAPITULO IV - FINAL-



La oscura realidad se cierne sobre mi como un pájaro de alas negras. Hasta el momento mi vida había girado en torno a la creación de Elías, pero pronto llegará el momento de poner a prueba mis esfuerzos y de comprobar si Elías será la luz al final del tunel, la salvación del mundo entero.
El peso de tan inmensa responsabilidad empieza a sofocarme y por un momento pienso que voy a desfallecer.
Los recuerdos se enredan en mi memoria como malas hierba, y cada uno es una flor abierta de par en par que se marchita al cortarla del jardín del olvido y traerla al presente.
De repente todo desaparece. Ya no está Elías, ni mi laboratorio, ni la torre de apuntes y libros que adorna cada esquina de mi despacho.

Vuelvo a algún momento de hace diez años. Mi mujer sale a la puerta para despedirme mientras yo le lanzo un beso y admiro su figura esbelta y su hermoso pelo castaño. Nuestra hija Maika está desayunando y preparándose para ir al colegio. Le echo un vistazo al portafolios y compruebo que llevo toda la documentación de mi último proyecto al laboratorio. Ayer trabajé hasta tarde en mi despacho y temo haber dejado algo en el escritorio. Una última ojeada a la puerta de casa llena mi corazón de una alegría salvaje. Maika sale corriendo para despedirse de mi, gritando que recuerde que hoy prometí llevarla al parque nuevo porque es viernes y salgo pronto del laboratorio. Yo ya he cruzado la calle y estoy casi en la acera de enfrente donde, unos pasos más hacia delante, se encuentra aparcado el coche. La niña corre hacia mi sonriendo, su melena ondeando al viento y en zapatillas. Dejo el portafolios en el suelo y preparo mis brazos para auparla y abrazar su delgado cuerpecillo. Entonces algo se rompe en el universo, como si un mismisimo agujero negro apareciera delante de mis ojos. Pero no es un agujero negro, es un camión que se avalanza irrefenable hacia mi hija. Mi cuerpo se paraliza de cintura para abajo y mis brazos caen hacia los lados como ramas de un árbol vapuleado por un huracán. Mi cerebro se bloquea y se queda en blanco.
Pero ahora puedo recordar. Puerdo recordar cómo el camión golpea a Maika y como ésta sale disparada a una velocidad imposible. El ruido de los frenos se hace insoportable y me ensordecen hasta el dolor. Ahora recuerdo al hombre saliendo de la cabina blanco como un fantasma y con las manos en la cabeza. Ahora recuerdo el grito de mi mujer, pronunciando por última vez el nombre de nuestra hija. Ahora recuerdo el murmullo de la gente apelotonándose alrededor del pequeño bulto destrozado. Y yo sin poder moverme.

Miro por la ventana y lo que veo me sorprende como si acabara de despertar de un sueño agitado. Estoy desorientado y no reconozco nada a mi alrededor, solo los libros apilados encima de una sencilla mesa de contrachapado. La luz del flexo desafía la incipiente oscuridad de la noche que se acerca amenazadora, iluminando débilmente un volumen abierto. Giro la cabeza y la figura de un catre se dibuja en mis pupilas. Casi temo seguir mirando. Muy lentamente dirijo la mirada hacia la puerta y su visión ataca mi alma como las garras de un oso inmenso destrozando un velo de gasa. Gruesos barrotes tapan una enorme puerta de seguridad.
Un último recuerdo me envuelve como la densa niebla pantanosa.
Mientras mi cuerpo se derrumba, revivo aquel momento de furia en el que agarro mi portafolios y me dirijo al camionero. No me canso de golpearle en la cabeza hasta que ésta se convierte en un amasijo de hueso y pulpa, sacando de mi una fuerza que nunca creí capaz de tener. Nadie fue capaz de pararme, y yo solo quería que la esencia vital de aquel hombre se derramara hasta la última gota.
Entre varios policías fueron capaces de reducirme y aplastarme contra el suelo mientras yo veía como el gran charco de sangre del camionero se iba acercando a mi niña, tumbada como un guiñapo solo a un palmo de él. Mi mano aferra desesperada una zapatilla infantil.

La puerta se abre. Un joven grueso y uniformado deja una bandeja con comida encima del libro abierto sobre la mesa, sin darse cuenta de que unas gotas de sopa han caído sobre las hojas. Empieza a hablar pero no proceso lo que está diciendo hasta unos segundos más tarde. Algo sobre que no va a ser posible que siga yendo al taller, y que el alcaide me prohibe que moleste a un preso, un tal Ramón.
Pero lo que más me duele, lo que realmente me duele, es cuando con esa boca de labios sebosos lanza una frase dilapidaria: "... y olvídate de ese cacharro metálico que guardas en el garaje porque mañana mismo lo viene a recoger un chatarrero".
La furia se apodera de mi, me nubla la vista y multiplica el volumen de mis músculos, prestos al ataque. El carcelero, adivinando mis intenciones, agarra la porra con sorprendente rapidez aunque no la suficiente como para evitar que mis manos, convertidas en las garras de una fiera, destrocen su cara y se claven en sus ojos de sapo viscoso. Dejo a mi presa tumbada entre feroces alaridos mientras me dirijo a la puerta. Oigo el ruido de zapatos golpeando el suelo del pasillo, pero se que nunca me atraparán.
Corro hacia el garaje.
Por fin ha llegado la hora.
Apoyo la mano en la lisa superficie de Elías y éste me da la bienvenida abriendo sus puertas solo para mi.
A mi alrededor se confunden los sonidos que reducirán este mundo a cenizas y polvo, pero yo estoy a salvo.
Ha llegado la hora que tanto estaba esperando, la hora de convertirme en Dios.

domingo, 13 de enero de 2013

ELÍAS - CAPÍTULO III -

Nave espacial 3 (800x600)
 
 
Me pasé meses analizando las diferentes posibilidades que existían actualmente para solventar los temas del envejecimiento humano y de las enfermedades congénitas. Mis herederos serían sanos e inteligentes, y llevarían todo el esplendor de nuestra raza al nuevo mundo. Estaba seguro de que nuestro planeta sobreviviría a la catástrofe, pero sería necesario que los humanos que la repoblaran fueran fuertes. Una emoción inmensa recorrió mi espina dorsal. Puede que la naturaleza desapareciera, pero el nuevo hombre sabría adaptarse a las nuevas condiciones y con el paso de los años, siglos quizá, esto sería solamente un evento a olvidar. ¡Y yo seria la persona más importante de la generación post-tragedia! ¡Sería el nuevo Dios! Mi nombre sería recordado como el de aquel que consiguió que el ser humano siguiera siendo una realidad. Se hablaría de mi en todos los libros, y jamás moriría. 
Aparté la vista del ordenador y me levanté de la silla con el corazón henchido de orgullo. Me miré las palmas de las manos y por un momento sentí todo el poder que había en ellas.
Entré en Elías y por primera vez entendí la grandeza de mi trabajo. Faltaban pocos meses para el fin del mundo, y yo no podía fallarle a toda la humanidad.
 
Esa noche dormí muy mal. Soñé que un incendio destruía mi creación. Llamaba a los bomberos pero no daban sofocado las llamas, y mi vida se derretía como si fuera un trozo de plástico. Sin Elías yo no era nada, no era más que un científico frustrado y sin nadie que se preocupara por él. No dudaba que la esfera sobreviviría al fuego, pero aun tenía mucho trabajo pendiente en el laboratorio que se perdería irremisiblemente. Las lágrimas corrían por mis mejillas y acababan en mi boca abierta por el asombro de lo que tenía delante de mis ojos.
Me desperté llorando. Fui corriendo a la nave y pasé horas tocando la suave superficie de Elías. Me imaginé dentro, a salvo mientras el resto de los hombres iban muriendo. Algunos sobrevivirían más, otros se desintegrarían y se dispersarían por los campos y bosques destruídos. Los edificios caerían llenando el ambiente de polvo, las ciudades desaparecerían bajo el mar y los polos se derretirían inundando las costas y modificando la silueta de nuestra geografía. Las placas tectónicas se moverían violentamente y los volcanes entrarían en erupción bañando de lava laderas y colinas, evaporando los ríos y reduciendo a cenizas todo lo que se encontrara a su paso. El peso de la fatalidad se cernió sobre mi como una losa, y la responsabilidad me ahogó atenazando mis músculos y paralizando mi cuerpo. Si Elías no funcionaba, ¿qué sería de la humanidad? ¡Todo desaparecería como por arte de magia y nadie más que yo había tenido la posibilidad de evitarlo! ¡Dios me había elegido para esto y yo le habría fallado! 
 

lunes, 7 de enero de 2013

ELÍAS - CAPÍTULO II -


El señor Ramón es la persona más sabia que conozco. Su capacidad intelectual es casi tan inmensa como la barriga que ha ido cebando a lo largo de su sedentaria vida.
El señor Ramón ha estudiado varias carreras universitarias y ha recorrido el mundo dando conferencias y cursos. Entiende de arte, historia, literatura y psicología. Él sabría donde buscar lo más representativo de las ciencias sociales, y yo lo intentaría con las exactas.
Visité al señor Ramón un día lluvioso de otoño, cuando ya casi había concluído la parte teórica de la creación de Elías. Estaba casi seguro de que mi invención estaría segura con él, porque es un hombre tan solitario como yo, con la diferencia de que para él la vida no tiene sentido y para mi sí. Tal y como yo pensaba le entusiasmó mi proyecto, pero declinó mi invitación a formar parte de él una vez que el fin del mundo fuera una realidad.
Soltero, con más de setenta años y sin más actividad que la meramente intelectual, el señor Ramón tiene los días contados. Padece esclerosis múltiple y principio de parkinson. Lo único que le interesa es comer y estudiar, así que es perfecto para mi propósito.
Han sido muchas las veladas que hemos compartido debatiendo sobre los principios del saber. Tengo que decir que fue casi tan interesante como la elaboración de Elías. El señor Ramón y yo pasamos horas escogiendo lo más relevante, a nuestro parecer, del conocimiento humano. Fuimos almacenando toda la información en pen drivers, recogiéndola en la biblioteca municipal y consultando en todas las fuentes a nuestro alcance.
Fue el señor Ramón el que me hizo ver algo que yo había pasado por alto. Yo sobreviviría, y gran parte del saber también, pero ¿y si nada ni nadie más lo hacía? Yo acabaría muriendo, y conmigo la raza humana.
Fueron días difíciles. Todo nuestro trabajo caería en el olvido. Una especie de agonía se apoderó de mi alma, al no poder encontrar una solución a este problema. Evidentemente, la conservación del ser humano requería la participación de una mujer. Yo me negaba a introducir a nadie más en mi proyecto, pero no me quedó más remedio que recurrir a mis antiguos compañeros de laboratorio. Después de tanto tiempo sin saber nada de ellos, se sorprendieron al conocer la noticia de que estaba preparando un ensayo sobre las técnicas de clonación, criogénesis y conservación de la especie humana. Obviamente no era verdad, aunque reconozco que su respuesta fue más vehemente de lo que me esperaba. Su ayuda fue indispensable a la hora de entender los misterios de la preservación de la especie. Aprovechaba las visitas al laboratorio para hacerme con material, poco a poco para no levantar sospechas. Así fui capaz de adquirir los conocimientos y el instrumental necesarios para extraer células y muestras propias y congelarlas hasta el momento en que fuera necesario su utilización. Sin embargo, otro obstáculo amenazaba la consecución de mi objetivo. Mis colegas me aseguraron que el uso de nanorobots para recuperar los tejidos congelados era un tema aun en estudio, y que si quería saber más tendría que contactar con los más eruditos doctores en ingeniería genética.

viernes, 4 de enero de 2013

ELÍAS - CAPÍTULO I -


Cuando me desperté el sol me calentaba las mejillas. Nunca cierro las persianas porque me gusta sentir el calor de los primeros rayos en la cara, así se que ya es hora de levantarme.
Soy científico.
Hasta hace diez años trabajaba en un centro de investigación muy importante en la ciudad más importante del mundo. Pero eso fue antes de descubrir que una profecía maya nos iba a catapultar al olvido a los cientos de millones de habitantes del planeta Tierra.
Así que me dediqué a investigar no ya las causas de la inminente catástrofe, sino la manera de ponerme a salvo.
Estoy solo. Mi mujer me abandonó cuando dejé el trabajo, y nuestra hija Maika murió en un accidente de tráfico, así que no tengo a nadie cercano que me importe.
Sin embargo me importa la vida. No es posible que tantos años de evolución se vayan por el retrete en un solo día. Me fastidia que yo, como científico, no sea capaz de idear una solución que impida la desaparición de la especie humana.
En su momento un meteorito volatilizó a los dinosaurios, pero éstos no tuvieron ni la capacidad de preverlo ni de escapar.
Y aquí aparece Elías.
Elías es mi cápsula de salvamento.
Parece imposible que la haya podido fabricar yo solo. Y sin ayuda.
Me he gastado todo el dinero ganado durante mis años dedicados a esta profesión y todo lo heredado por mi respetable familia, pero el resultado merece la pena.
Ahora estoy enfrente de mi creación, en una vieja fábrica abandonada que he adquirido. El brillo del metal bruñido me ciega y por un momento no veo otra cosa que mi imagen reflejada en la superficie de Elías. Coloco mi mano sobre una zona marcada y su silueta se ilumina con un intenso color verde.
Elías me ha reconocido y procede a abrir la puerta de entrada. Unas suaves líneas se perfilan enfrente de mi, intensificándose a medida que el dibujo de una puerta se va haciendo más nítido. El acceso a mi cápsula es imposible de localizar si no sabes donde colocar la  mano, y solo mi mano es debidamente reconocida por mi creación.
Elías es una perfecta esfera metálica.
Cuando descubrí que nuestro fin era ineludible, mi cabeza empezó a trabajar incansable. Me olvidé de comer durante varios días, manteniéndome a base de batidos energéticos, aprovechando cualquier idea sobre la manera de sobrevivir. No dormí durante una semana. Solo cuando me desmayé y estuve catatónico varias horas me di cuenta de lo importante que es dormir como mínimo seis horas para que la mente pueda funcionar a pleno rendimiento las otras dieciocho horas del día.
Me surtí de todo cuanto complejo vitamínico encontré en el mercado, y me informé de los productos energéticos y carnitinas para no perder masa muscular debido al poco movimiento físico que hice durante los primeros cuatro años aproximadamente.
Fue el tiempo que me llevó idear a Elías.
Elías está basado en tres principios fundamentales: resistencia, estanqueidad y habitabilidad, básicos en la elaboración de cualquier bunker.
Me llevó muchos meses de pruebas e investigación lograr un material lo suficientemente resistente a las radiaciones, temperaturas extremas, altas y bajas presiones y choques. Hasta que di con el paladio titanibárico*.  Mezclé estaño fundido a 300 ºC con piezas de un material cerámico llamado titanio de bario, muy usado como aislante en compuestos electrónicos. Obtuve lingotes que fundí para alear con una especie de vidrio metálico, el paladio, y crear un material del que estaría formada la carcasa de Elías.
Para solventar los puntos críticos de estanqueidad debía encontrar un compuesto aislante lo suficientemente efectivo contra la entrada de agua y gases tóxicos, así como idear un sistema de drenaje de la condensación que pudiera formarse en el interior de la cápsula. Después de muchas pruebas, sellé todas las juntas de estanqueidad con policlorotrifluoroetileno y me aseguré de que el mecanismo drenante funcionara correctamente.
Con respecto a la habitabilidad, todo el mobiliario del interior estaría fabricado con poliuretano rígido, sin aristas. Los asientos y la cama serían ergoanatómicos, para evitar malas posturas y posibles lesiones dorsales y cervicales. Me surtiría de suficiente alimento hidrolizado como para sobrevivir hasta veinte años, y una depuradora convertiría el agua salada en mineral.
La energía eléctrica la obtendría de un panel solar situado dentro de la parte superior de la cápsula y que sería capaz de sacar al exterior cada vez que necesitara recargar el generador. No podía prever la cantidad de luz solar que habría después de la catástrofe, pero supongo que ésta no sería tan bestial como para modificar la órbita de traslación del planeta.
Para la ropa ideé una tela compuesta principalemente de látex, resistente a los fluidos corporales y de limpieza en seco.
Una fosa séptica con un mecanismo especial convertiría la basura y mis deposiciones orgánicas en líquido, que sería arrojado al exterior por el sistema de drenaje.
Después de todo esto quedaba algo a lo que no le di su importancia hasta hace solo un par de años. Y es que a pesar de asumir que posiblemente fuera el único superviviente, necesitaba poder almacenar siglos de conocimiento y saber en un formato de reducidas dimensiones y gran capacidad de memoria.
Pero ¿cómo acceder a todas las áreas del saber en tan poco tiempo?
Esta idea me rondó por la mente hasta convertirse en una obsesión. Me declaré incapaz de acceder a todo el conocimiento humano yo solo, y me convencí de que iba a necesitar ayuda.

*pido disculpas a la comunidad científica por el uso de compuestos y/materiales con el atrevimiento del ignorante sobre el tema.