domingo, 17 de febrero de 2013

LLUVIA - CAPITULO XIX -




Rafaela se quedó apoyada en la puerta un buen rato. Todo iba mal, muy mal. No sabía cómo pero tenía que ver a Lucas lo antes posible.

 
       -          Tú, quien seas. Sé que me estás vigilando y no te tengo miedo. Eres un cobarde que seguramente se esté divirtiendo de lo lindo viendo como sufro. Ya está bien. Si me sueltas prometo no denunciarte. Es fácil, me tapas los ojos, me das eso que me metes en la comida para tranquilizarme y me abandonas donde quieras. No tengo porqué verte la cara ni saber donde estoy. ¿Me oyes? ¿ME OYES?

 
Golpeo la fría superficie del espejo mientras noto las lágrimas aflorando en mis ojos. No quiero llorar, pero mi nivel de desesperación es tal que no me controlo. Fijo la mirada en mis pupilas, que noto dilatadas por la cercanía de mi cara al espejo. Al otro lado hay alguien que me está mirando y no se si es un maldito psicópata o un pervertido. Noto mis músculos tensarse debajo de la ridícula bata que me cubre. Juro que si ese anormal se me pone delante le hago trizas. Giro la cabeza buscando aquello que pueda servir de arma arrojadiza o instrumento cortante, rezando para que mi captor venga a dar la cara y partírsela en dos. Entonces noto una vibración en mis manos, apoyadas en el cristal. Las levanto y veo las marcas de sudor que éstas han dejado en la superficie. Las vuelvo a apoyar. ¡Lo noto! Algo o alguien está golpeando el espejo y haciendo que éste tiemble casi imperceptiblemente. El corazón me salta en el pecho. Acerco la oreja y me parece oír una voz. ¡Sí! Oigo algo, seguro. Grito desesperada pidiendo socorro y soltando amenazas. No distingo lo que dicen al otro lado, pero sea lo que sea grita como yo. Agudizo el oído y me concentro en los sonidos que llegan a mí. Parece la voz de un hombre, y creo que también pide socorro. Mis esperanzas se desvanecen como la nieve un día de sol. No soy la única atrapada.

 
El sol se había escondido detrás de los árboles. Las madres se empezaban a retirar con los niños y cada vez había menos gente en el parque. Lucas no pudo evitar mirar alrededor, como esperando que Vera apareciese por alguna esquin, vestida con sus mallas de deporte. Una opresión en el pecho hizo que se tuviera que sentar en el banco más cercano. De repente todo aquello se le venía encima como un edificio en demolición.
A lo lejos reconoció una figura que se acercaba a él. Era una figura conocida, la de una persona que en su momento le devolvió las ganas de vivir. Mientras la veía acercarse recordó los días de encuentros fortuitos en bares solitarios, en las esquinas oscuras de los callejones y en destartaladas habitaciones de motel. La añoranza de aquellos días le dejó un sabor agridulce en la boca. El arrepentimiento del “día después de”, las mentiras, el pretender que todo iba bien... Su vida había sido una auténtica farsa los últimos dos años, y el peso de la realidad iba creciendo como una bola de polvo detrás de una puerta. Una voz de sobra conocida lo sacó de su ensimismamiento.

 
            -   Hola, Lucas.

-   Hola, Rafaela.