lunes, 26 de noviembre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XVII-




 
 
                                                                        CAPÍTULO XVII
 
Es verdad eso que dicen que nunca se sabe cómo puede reaccionar uno hasta que se ve en la situación. Después de la ducha y de cambiarme empecé a ordenar mi antro. En una esquina coloqué la manta bajo la que dormía, y al lado una mesita desvencijada en la que puse los libros que mi captor me hizo llegar. Eran tres, una novela negra de serie B, La Isla del Tesoro y Don Quijote de la Mancha. Por esta selección no llegaría a saber nada más de mi captor de lo que ya sabía hasta ahora. Empezaría a leer la novela negra, quien sabe si el tipo ese se guiaría por ella para hacer lo que estaba haciendo conmigo… Lo que iba teniendo claro es que o bien por sentimiento de culpabilidad o bien porque era novato en esto, no tenía pensado hacerme daño. Decidí que eso me daba ventaja sobre él. Pero tampoco debía relajarme. Seguí ordenando. Ahora tenía el dormitorio cerca del viejo sillón, y éste justo debajo del ventanuco, para poder leer mejor y aprovechar las pocas horas de luz. La silla la situé cerca del espejo, para sentarme a reflexionar sin perder la noción de la realidad que me rodeaba. Mirar a través del espejo me haría fijarme en las cosas desde otra perspectiva, y quien sabe, a lo mejor conseguía encontrar alguna salida en la que nunca me habría fijado viendo solo a través de mis propios ojos. De repente algo brilló en mi mente. Fue un pequeño destello, una idea fugaz que me recorrió el cerebro en milésimas de segundo. Poco a poco la idea fue materializándose. Iba tomando forma y convirtiéndose en algo casi palpable a lo que aferrarme. Estaba claro que mi raptor me tenía que ver a través de algo, o bien una cámara de video o bien un agujero en alguna de las paredes del cuarto en el que estaba encerrada. Cualquier cosa que intentase hacer fuera de lo normal sería inmediatamente neutralizada. La certeza se apoderó de mí a medida que caminaba hacia el espejo. Mi figura avanzaba lentamente, como un gato al acecho, mientras se hacía cada vez mayor. Toqué la superficie suave y fría del cristal, centrando mi vista en los objetos que había dejado atrás. Veía perfectamente la manta, el sillón, hasta los libros… Fijé la mirada en mis pupilas mientras mi garganta gritaba sin mover los labios ni emitir sonido alguno: “estás ahí detrás, cabrón”.

lunes, 19 de noviembre de 2012

GLAMOUR FASHION NIGHT

La semana pasada, se celebró una noche de glamour en Vigo. Varias firmas organizaron un "fashion night" abriendo sus puertas hasta las doce de la noche con descuentos, invitaciones a bebidas, gominolas y sesiones de fotos. Es una buena idea para el comercio, tan de capa caída en los últimos tiempos. El mundo de la moda y complementos está en clara recesión, entre la subida del IVA y la caída del potencial económico de las familias. La que más y la que menos reciclamos el guardarropa de años anteriores, eso sí, adaptándolo a las tendencias de este otoño-invierno. Un collarcito de calaveras o unas tachuelas en los botines pueden darle el toque "in" al estilismo del día a día. En cuanto a la noche, aceptemos los "brillos" como gran protagonista, y siempre, unos taconazos, aunque acabemos con ellos en la mano...
¡Acompañadme a la noche más "glamurosa" del año!

 
La modelo y actriz Diane Kruger preside la portada de la revista con la que El Corte Inglés y otras firmas respaldaron la fashion night del pasado 15 de noviembre. La lluvia nos acompañó por nuestro recorrido por tiendas de sobra conocidas que se aunaron para hacer repuntar el sector a pocas semanas de la llegada de la temporada Navideña.



Una speaker vestida con un modelo en tonos dorados que dejaba al aire uno de sus hombros nos dió la bienvenida a la tienda del El Corte Inglés de la calle Urzáiz relatando, micro en mano, la oportunidad de aprovechar una noche llena de glamour para actualizar nuestro armario o por lo menos echar una ojeada a las nuevas tendencias con una copita de cava haciéndonos compañía ;o)


En la zona de Sfera nos ofrecieron la primera copa y unas gominolas, empezando por ahí nuestra visita por el local.


Un joven dj amenizaba la zona Jacks and Jones, de reciente aparíción en la tienda, ya que anteriormente solo estaban firmas como Only o Desigual. Y es que ellos también tienen derecho a tener su firma de moda, aunque me gustaría que algún representante se animara a convencer a las tiendas que comercialicen también la versión femenina!


Repusimos fuerzas con otra copita y un puñadito de moras de azúcar y seguimos...




La ropa estaba muy bien colocada en las distintas zonas y firmas de la tienda, para intentar llamar la atención de los clientes. Tanto las prendas como los complementos llamaban la atención por el colorido y los brillos tan de moda este otoño. El color azul petróleo y el berenjena combinan muy bien en este rincón de Tintoretto.
Agarramos el paraguas y nos fuimos a la siguiente tienda...


Allí nos esperaba un photocall montado en la entrada para aprovechar y sentirnos parte del glamour que nos rodeaba. Estuvimos un ratillo hablando con una dependienta, que nos comentaba apenada la mala organización del evento. En Stradivarius no había ningún tipo de descuento ni detalle para los clientes, con lo que es verdad que el ambiente era menos animado que en El Corte Inglés.


Entramos en Desigual, donde nos recibió una dependienta que nos obsequió con una colorida bolsa con el logo de la firma. Como siempre, no me decepcionó la colección de esta temporada, yo misma iba vestida con un modelo de la colección de verano del Circo del Sol.


En la entrada del local una chica te hacía la manicura gratis, pero no aprovechamos a arreglarnos las uña porque se estaba haciendo tarde y aún nos quedaban locales por visitar. Además de la manicura, la tienda tenía un porcentaje de descuento en prendas seleccionadas.
Tocaba entar en Mango!



Mango montó un stand con bebida de Malibú con piña. Fue muy agradable visitar la tienda con una copita de sabor tropical, para contrastar con la lluvia y el tiempo invernal de la calle. La tienda estaba muy bien iluminada y mi amiga y yo aprovechamos para recorrerla. Ella se compró un par de prendas y yo repetí bebida mientras comentaba con los chicos, que venían de Madrid para el evento, si en la capital el seguimiento de las fashion nights es mayor que aquí. Me contestaron que dependía de la zona y el tipo de tiendas, pero que aún no era un fenómeno muy seguido porque, y en eso llegamos a la misma conclusión, muchos comercios no aplicaban ningún tipo de descuento durante la velada, como fue precisamente el caso de Mango.


Nice Things nos recibió con una mesa alargada preciosa, con un lateral lleno de velas y varios benjamines enfriando en dos cubiteras.

 
 

Me llamaron mucho la atención los complementos, muy coloridos y variados. La colección de ropa otoñal combinaba de maravilla con los bolsos, carteras, collares y todo tipo de adornos para hacer más alegre la entrada al invierno.


El panel de la entrada, repleto de adornos y complementos de la tienda, era muy llamativo y no pude evitar sacarle una foto. La decoración, un poco vintage, coordinaba a la perfección con el resto de la tienda.
Y aquí acabó nuestra ruta. No pudimos entrar en Blanco porque ya estaba cerrado... Parece ser que fue una locura porque estaba todo al 40%, y que este superdescuento previo a la campaña navideña se mantuvo durante el fin de semana. No pude ir, así que creo que de esta vez me he perdido la oportunidad de comprar algún capricho a buen precio. Espero que eventos como este se repitan con el buen gusto de esta vez, aunque eso sí, con mayor empuje publicitario y ofertas!










viernes, 16 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: CAPÍTULO VII -FINAL-


 
La oscuridad invernal se cierne sobre el cementerio. Empieza a silbar un viento fuerte que revuelve el cabello de la mujer enredándoselo en el velo. Ya no llueve, pero la temperatura ha descendido varios grados.

Cuando llega a casa y se mira al espejo ve que las lágrimas han dejado un surco en su maquillaje. Esa noche sus sueños son muy agitados. Un hombre del que no distingue más que una silueta la sigue por una calle solitaria y oscura. El viento no la deja avanzar todo lo rápido que quiere, y la distancia se va acortando poco a poco entre ellos. El paisaje a su alrededor no varía a pesar de que no para de correr. De repente solo ve tumbas abiertas. La tierra alrededor de las lápidas está revuelta, como si todos los difuntos hubieran decidido salir de su eterno lecho a la vez. El hombre se para, y ya no oye pasos tras ella aunque lo ve en la lejanía. Se acerca a las lápidas y nota los pies enterrarse hasta los tobillos en los montones de tierra hedionda y húmeda. Inclina la cabeza sobre los agujeros, pero no puede ver más que el vacío y la oscuridad. No sabe porqué, corre frenética buscando una tumba en concreto. Las letras de los epitafios están borradas, así que tiene que mirar los agujeros uno por uno. Una corriente de viento helado le traspasa los huesos. El hombre sigue acechando a lo lejos, totalmente quieto. Desesperada, llora sobre cada una de las tumbas, y al caer al suelo, cada lágrima se convierte en una rosa de intenso color rojo y brillantes pétalos. No le queda más que un agujero por revisar. Se inclina todo lo que puede, hincando las rodillas en la pútrida tierra que rodea el hoyo y sintiendo ramalazos de un miedo gélido que le hace tiritar. No ve nada, pero está convencida de que esa es la fosa que está buscando. De repente una fuerza la empuja y cae al más horrible de los vacíos.

 

En un bar-hostal perdido en Italia, una mujer intenta seguir los pasos de su hijo adoptivo fallecido hace dos años. Un cartel de “se traspasa” cuelga solitario, balanceándose con la brisa matinal. La mujer pasea por los alrededores, en el lugar que, según los informes policiales, fue el último en el que vieron vivos a su hijo y a los chicos que iban con él. De repente le parece ver movimiento detrás de una de las ventanas del local. A pesar de que está cerrado con llave intenta forzar la puerta para averiguar si hay alguien dentro que le pueda decir donde encontrar al antiguo dueño. Rodea el edificio y ve una ventana medio abierta por la que se cuela decidida. Dentro está muy oscuro y huele a polvo y humedad. Está en la zona de la cafetería. Escucha un ruido. Gira la cabeza y algo le llama la atención en la barra. El cielo se empieza a nublar y el estruendo de una tormenta que se acerca no  logra distraerla de un objeto que emite destellos en el suelo. Le es imposible reparar en la sombra sin cara ni forma que se va acercando sigilosamente por su espalda mientras ella observa fascinada la pequeña y brillante bola de color rojo.

 

FIN

miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE VI


 
Dos bolas de cristal brillan en la palma de su mano. Una emite una luz rojiza y la otra una luz blanca. Antón levanta la vista y nota la impaciencia dibujada en la cara de aquel misterioso hombre. “Debes elegir una”, le dice, “pero has de saber que la roja te permitirá volver allí de donde has escapado y salvar a tu amiga, y la blanca seguir un nuevo camino a partir de este momento”. Antón alza rápidamente su mano hacia la bola blanca, pero el hombre le detiene. “Piénsalo bien, no sabes qué os puede pasar a partir de ahora”. Rojo de ira y agotado por las últimas horas vividas, Antón le grita que quien es, si es acaso el demonio que les ha atacado en el pueblo, que va a denunciarle a la policía y varios improperios más. En ese momento escucha a Paola llamarlo por su nombre desde la furgoneta y cuando se gira para seguir insultando al dueño del bar descubre que éste ya no está. Pero sí están las bolas, brillando aún con más intensidad encima del mostrador. Las agarra junto con la bolsa y corre a la furgoneta. No se da cuenta de que una de las bolas cae al suelo. El brillo se apaga y se convierte en una simple bolita de cristal más.

Luca pone la furgoneta en marcha y Antón intenta por todos los medios convencerlo de no ir al pueblo fantasma. Le habla de que ha tenido un sueño premonitorio, pero solo consigue que sus amigos se rían de él. Luca sigue conduciendo mientras bromea imitando al dueño del bar y sus maneras misteriosas, y Paola le sigue el juego. Esto hace que Antón se vaya enfadando cada vez más, sobre todo con la actitud prepotente de Luca. Indignado por la respuesta de sus amigos le pide a Luca que pare la furgoneta y le deje bajar, pero el chico dice que ni hablar, que no sea estúpido y no les amargue el viaje. Paola intenta calmar los ánimos. Antón le agarra el hombro a Luca, obligándole a dar un volantazo. Paola aparta el brazo de Antón y le grita a Luca que disminuya la velocidad, pero éste, sin dejar de insultar a Antón, se gira para golpearle. En un solo segundo el mundo gira vertiginosamente. Tres cuerpos se mueven sin control como si estuvieran en el tambor de una lavadora, mientras la furgoneta da varias vueltas de campana y se aparta de la carretera hacia un terraplén de varios metros de desnivel. Uno de los cuerpos sale despedido por una de las ventanillas mientras el auto choca salvajemente contra un grupo de árboles.

No será hasta un par de días más tarde cuando los encuentren. Dos de ellos están reducidos a cenizas por culpa de la explosión del tanque de gasolina, y al otro lo descubren en unos matorrales, bastante alejado de la furgoneta y de sus otros dos acompañantes. Un forense determina que la muerte fue instantánea para los tres.

 

SEPTIEMBRE

La familia de Antón se agolpa en el nicho donde éste pasará toda la eternidad. La lluvia les cala hasta los huesos porque el tiempo había cambiado de repente y nadie traía paraguas. Los sollozos de la madre de Antón acompañan el golpeteo de las gotas de lluvia sobre la caja de madera. Este era el final de tantos días de angustia y espera hasta poder recuperar el cuerpo de su hijo y enterrarlo en Madrid. Se siente culpable por no haber evitado que se fuera a aquel viaje, o por no obligarlo a ir acompañado, al menos. Las explicaciones de las autoridades italianas le habían dejado fría y temía no llegar nunca a saber porqué todo había acabado de esa manera. Compartía el dolor de las familias de los chicos italianos fallecidos, pero en el fondo les culpaba por no haber cuidado de sus hijos correctamente y que Antón corriera la misma suerte que ellos.  

Cuando todos se alejaban al acabar el entierro, la madre de Antón divisó bajo la lluvia una sombra medio escondida detrás de unas lápidas. Le hizo un gesto a su marido de que fuese yendo al coche y se acercó a ella. No le hizo falta acercarse demasiado para darse cuenta de quién era.

-         Qué haces aquí – le dijo a la sombra.

-         Tengo derecho a decir adiós a mi hijo – le contestó ésta a través de un velo.

-         Solo lo pariste y lo abandonaste, no era tu hijo.

-         Me lo quitaron, no lo abandoné. Y tú le has contado que estaba muerta.

-         Era lo mejor para él, ya lo sabes. De todas formas nunca falté a mi promesa de irte informando periódicamente de cómo estaba.

-         ¿Tienes lo que te pedí?- preguntó la sombra.

-         Sí, era lo único que llevaba encima cuando lo encontraron. Nunca se lo había visto, pero si es importante para ti puedes quedártelo – la sombra agarró ansiosa el objeto que la otra mujer le entregaba.

Cuando la madre de Antón se giró para irse, tuvo unas últimas palabras para aquella mujer que había vivido a la sombra todos aquellos años.

-         Parece que, finalmente, ninguna de las dos hemos sabido cuidar de él – luego se marchó corriendo hacia el coche, donde le esperaba su marido y una nueva y dura vida sin el niño que había criado como si fuera suyo.

 La mujer del velo palpa la bolsita. Casi con miedo de descubrir lo que hay dentro, la abre. Las lágrimas se agolpan en sus ojos, nublándolos de tal manera que casi no percibe la débil luz blanca de una pequeña bola de cristal que brilla en la palma de su mano.

Ahora está segura de que su hijo, al igual que hizo ella en su momento, decidió no volver al pasado para corregir una mala acción y optó por la nueva alternativa en un mundo paralelo.

Cierra los ojos mientras recuerda como si fuera este mismo instante, la noche que abandonó a su pequeño bebé a las puertas de un orfanato. En una cestita de mimbre y envuelto en una manta con el nombre de Antón bordado, su hijo la mira con unos ojos terriblemente grandes y despiertos. Sin pensarlo dos veces se aleja corriendo hacia la oscuridad. Amparada por la noche ve una luz encenderse mientras alguien abre la puerta del orfanato y recoge la cesta. Intenta poner la mente en blanco y no pensar en aquellos bracitos y en aquella boquita pegada a su pecho. No puede evitar intentar ver a su hijo por última vez y se acerca de nuevo al orfanato. A través de una ventana es testigo de una terrible escena. Dos monjas discuten de forma acalorada, señalando constantemente la cesta donde Antón llora congestionado. La conversación sube de tono y ve horrorizada como una de las monjas coge un cojín y lo aprieta sobre el niño ante la mirada espantada de su compañera. El tiempo se detiene. Ha dejado de oírse el llanto del bebé. Las monjas miran a su alrededor y cierran inmediatamente la persiana de la ventana desde la que una madre acaba de contemplar el asesinato de su hijo. Nota la sangre congelarse en sus venas.

 De repente se despierta. Se encuentra en el destartalado garaje donde ella y el grupo de ocupas al que se unió viven desde hace un par de meses. Nota el vaho salir de su boca, y sólo la tibieza de su bebé mamando de su seno la distrae de las bajas temperaturas. No entiende qué ha pasado, ni porqué su bebé ha vuelto a sus brazos en lugar de estar bajo un almohadón, inerte, en la sala de un orfanato. Alguien la observa. Es uno de sus compañeros, que se había unido a su grupo el día anterior. Le entrega algo. Sucumbiendo al magnetismo de su mirada acepta el saquito y saca dos bolas brillantes. Con voz serena pero firme, el joven le explica que si escoge la bola roja tendrá la opción de cambiar el pasado y no abandonar a su hijo, y que si elige la blanca el presente seguirá su incierto rumbo. Ella escogió la bola blanca, pero ahora se da cuenta de que no había sido lo correcto. Intentó engañar al destino, pero el destino se había cobrado su víctima igualmente. Rememora la época más dura de su vida, cuando hizo lo imposible para quedarse con Antón. Fueron días de rechazo y decepción. Solo encontraba puertas cerradas ante ella, incluso las familiares y las  de aquellos que alguna vez había creído sus amigos. Así que cayó en la desesperación y se sumergió de nuevo en las drogas hasta que el departamento de  asuntos sociales intervino quitándole a su hijo y enviándola a ella  a un centro de desintoxicación. Pasaron meses hasta que pudo volver a ser persona, y se dedicó, bien lo sabe Dios, a intentar recuperar al niño. Pero éste estaba en una casa de acogida, con una familia adinerada. Después de un tiempo de lucha por intentar conseguir la custodia finalmente tiró la toalla, resignándose a que quizá aquella familia era la mejor opción para Antón.

Para ella la salvación llegaría un año más tarde, cuando se casó con un enfermero del centro y pudo empezar una nueva vida. Nunca le habló del niño, aunque estuvo a punto de hacerlo cuando le diagnosticaron una atrofia que le impediría tener más hijos. Un día fue a hablar con la madre adoptiva de Antón a intentar convencerla para que la ayudara a recuperarlo, pero era demasiado tarde. Solo consiguió de la mujer una promesa de mandarle cartas periódicamente sobre la evolución del niño. Las lágrimas velaron su mirada, y se prometió que serían las últimas que derramaría por él. Cuando estaba aparcando el coche en el garaje de su casa le pareció ver una sombra detrás de una columna. Al llegar a ella no vio a nadie, pero un pequeño destello llamó su atención desde el suelo. Recogió la pequeña bola roja y la unió a la blanca que todavía conservaba dentro de la bolsita, perdida en el fondo del cajón de su mesilla de noche.

martes, 13 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE V


 
Antón bracea desesperado, haciendo que buena parte del maloliente líquido desborde fuera de la bañera. Intenta agarrarse al borde, pero los nervios le traicionan y se resbala continuamente de manera que su cabeza nunca acaba saliendo a la superficie. Chapotea frenéticamente procurando no marearse por la falta de aire puro. Nota fuertes arcadas que torturan su estómago, y cuando las fuerzas empiezan a fallarle, algo o alguien lo saca de la asquerosa bañera y lo tira al suelo violentamente. Inmediatamente empieza a  presionar su esternón haciendo que vomite restos de líquido y de la poca comida que haya podido quedar en su estómago durante las últimas horas. No es capaz de abrir los ojos y los accesos de tos son tan seguidos que teme expulsar los pulmones por la boca. Lo primero que ve cuando abre los ojos es la cara de Paola. Su expresión es de preocupación y sus ojos tienen la misma mirada de pánico que la de Antón. Éste no es capaz aun de oír lo que le está diciendo, pero por la urgencia de su tono entiende que le está apurando para salir de allí. Se levanta con mucha dificultad y necesita apoyarse en ella para dar los primeros pasos. Paola susurra como una demente mientras tira de él hacia una esquina de la habitación. La frase “todos están muertos” sale de su boca  una y otra vez de forma que Antón la escucha como si de un eco se tratara. Sin tiempo para alegrarse por encontrarse con su amiga, Paola se inclina sobre el suelo y aparta con movimientos rápidos una pesada alfombra que llena de polvo el ya cargado ambiente de la sala. Increpa a Antón para que le ayude a levantar la puerta de una trampilla escondida en el suelo, pero éste no es capaz casi ni de respirar. Le palpita la cabeza y le duele la cara de manera espantosa. Braceando por salir de la bañera se golpeó brazos y piernas, así que ahora solo es capaz de arrastrarse hacia el agujero que su compañera acaba de dejar al descubierto con mucho esfuerzo. Paola ayuda a Antón empujándolo para que se deslice por la rampa que da a algún lugar del subsuelo, pero en el momento en que ella está a punto de seguirle desaparece como si algo la absorbiese. Antón, aterrado por la idea de que aquello que le había atacado volviera a cebarse con él, agarró un extremo de la alfombra que había apartado Paola y se tapó, intentando esconderse así de la vista de aquel demonio asesino. Se encogió en posición fetal y, temblando, escondió todo lo que pudo la cabeza entre las rodillas, sin atreverse casi a respirar. La parte más racional de su cerebro le decía que se dejase resbalar y fuera a dar lo más lejos posible del horror que había vivido, pero la parte que gobernaba sus sentimientos le reprochaba su actuación cobarde. Paola le había salvado de morir ahogado, jugándose la vida para ayudarlo a escapar, y ahora él se encontraba temblando como un bebé, sin ser capaz de mover un dedo por su amiga. Sabía que cada segundo que pasara era importante, y la imagen de sus compañeros de viaje colgando de una cuerda le machacaba la mente como si de un mismísimo martillo se tratara. Finalmente se impuso su instinto de supervivencia y, tratando de convencerse de que sus músculos actuaron por voluntad propia y en contra de sí mismo, se dejó caer al vacío.

 

AMANECER

Antón se despierta aturdido. Se encuentra desayunando, preparando con calma sus tostadas, untándolas con la maravillosa mantequilla casera que les ofrece el dueño del bar donde habían parado a dormir. No da crédito a lo que ve. Ya no está en ningún agujero, y ha desaparecido el dolor de cabeza y de todo el cuerpo. Suelta el cuchillo de untar y se palpa la nariz, descubriendo que no está rota. Paola y Luca están tomando café tranquilamente. Se encuentran en perfectas condiciones. Se pregunta donde estarán  Marco y María, pero de repente se acuerda de que decidieron irse y no visitar el pueblo fantasma. Las imágenes pasan por delante de sus retinas como diapositivas a toda velocidad: la lluvia, el encontrarse solo de repente, la casa vieja, la bestia sin cara que le golpeó salvajemente y colgó a sus amigos, la bañera llena de (estaba seguro) la sangre de otros desgraciados, Paola, su decisión de no ayudarla… la miró fijamente hasta que ella, confusa, le devolvió la mirada con un gesto de interrogación. Le preguntó si le pasaba algo, pero la vergüenza hizo que Antón bajase la cabeza y contestase con un débil “no, nada”. El sol brillaba a través de la ventana, y Luca se aventuraba a hablar sobre lo que se encontrarían una vez que llegasen al pueblo, bajo la atenta mirada del dueño del bar.

Por primera vez Antón se fijó en él. Bajo y de facciones corrientes, nada hacía ver algo especial en sus gestos, aunque algo le decía que aquel hombre escondía algo. En ese momento estaba esperando a que acabasen de desayunar, apoyado sobre ambas piernas y con las manos en los bolsillos. Sus miradas se encontraron y Antón notó como si una luz le perforase el cerebro. No pudo sostener su mirada por mucho tiempo. Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir el hombre ya no estaba. Antón intentó relajarse y pensar que todo lo que había pasado no era más que una horrible pesadilla. No muy convencido, sigue a sus amigos hacia la furgoneta para marcharse de allí lo antes posible e intentar convencerles de volver a casa rápidamente, pero algo se lo impide. El dueño del bar, que apareció como de la nada, le agarra del brazo y se deja llevar por él hacia el rincón de la barra donde ya sabía que irían. Aterrado por todo lo que estaba reviviendo, fijó sus pupilas en las del hombre y pudo ver en ellas que lo que había soñado se iba a volver realidad inevitablemente. Temblando, recoge la bolsita que le entrega. El hombre le hace un gesto de asentimiento y Antón la abre.

lunes, 5 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE IV



 
NUEVE DE LA NOCHE

Antón se despierta sobresaltado. Le ha parecido oír un ruido. En estos momentos la tormenta está justamente encima de la casa, pero lo que ha oído no tiene nada que ver con el tiempo. Se levanta poco a poco y se frota las rodillas, entumecidas por la postura de las últimas horas y la humedad. Vuelve a oír el ruido. Parece como si alguien estuviese arrastrando algún mueble en alguna zona del piso superior. Se dice a sí mismo que es imposible, que seguramente su imaginación le está traicionando. Se está sacudiendo los restos de ceniza de los pantalones cuando vuelve a oír un ruido, esta vez más fuerte. Es como si un armario se hubiera caído al suelo. El miedo le deja paralizado, pero enseguida se da cuenta de que la lluvia y el viento deben estar provocando más estragos en la casa. La oscuridad no le deja más que intuir donde están las escaleras, aunque no piensa subirlas. El estado ruinoso de toda la construcción podría hacer que éstas se deshiciesen nada más pisar algún escalón. La desesperación se apodera de él, y un ramalazo de angustia le recorre el cuerpo. Se dirige a la puerta con la idea de salir de allí, pero en ese momento escucha un susurro. No se atreve a girar la cabeza hacia el sonido. Juraría que proviene de algún sitio muy cercano a él. Se tapa los oídos y se encamina de nuevo hacia la chimenea, pero una sombra se le cruza justo delante, seguida por una ráfaga de aire helado. Antón empieza a temblar y nota que sus músculos no le responden. Eleva una mano al frente comprobando que nada se ha interpuesto en su camino, y en ese instante algo le agarra por los pelos y lo tira hacia la pared provocando un ruido tremendo y que cientos de astillas salgan por los aires. Pierde el conocimiento durante unos segundos, pero cuando intenta levantarse siente otra vez que una fuerza le empuja de nuevo hacia la pared y lo mantiene contra ella fuertemente agarrado por el cuello. Su garganta está atrapada por algo que no le deja respirar, así que comienza a emitir jadeos y a pedir ayuda de forma ininteligible. Otra fuerza le golpea una mejilla y nota que el hueso de la nariz estalla dentro de su cabeza. El dolor se hace insoportable, y Antón se deja vencer por el pánico. Bracea y patalea incontroladamente, intentando liberarse de su agresor, aunque sus esfuerzos son en vano. Cuando pensaba que soltaría el último aliento escucha un grito e inmediatamente la fuerza lo suelta, haciéndole caer como un bulto inanimado. Atontado por la falta de oxígeno, casi no se da cuenta de cómo le arrastran por los pies, ni de cómo lo suben por las escaleras mientras su cabeza va golpeando los escalones uno a uno.

 

MEDIANOCHE

Antón abre los ojos lentamente. Un líquido espeso, seguramente sangre, se le mete entre los párpados y le impide ver lo que hay a su alrededor. El dolor en la nariz es tan intenso que se extiende a toda la cabeza. Intenta levantarse pero no es capaz. Los brazos le fallan, y casi no siente las piernas. Logra erguir la cabeza y lo que ve le hace emitir el grito más aterrador que jamás se haya escuchado.

Antón se encuentra ante un escenario dantesco. Delante de él están colgadas por el cuello dos personas, balanceándose suavemente. Solo distingue sombras, pero lo suficientemente claras para darse cuenta de que no pueden estar vivas. Sin embargo escucha gemidos procedentes de algún rincón de la sala donde se encuentra. Se frota los ojos y busca la puerta desesperadamente, pero descubre horrorizado que tanto ésta como la única ventana que ve están tapadas con tablas clavadas a los marcos. De repente es consciente del olor hediondo de la sala. Se levanta en un acto reflejo y se lanza hacia la puerta, intentando arrancar las maderas sobre ella. Se hace daño en los dedos, y nota cómo varias uñas se le rompen en un esfuerzo desesperado por meterse entre las rendijas de las tablas claveteadas. En ese momento vuelve a notar la fuerza que le agarra de la camiseta por la espalda y le lanza bruscamente hacia el suelo. Su cabeza choca con los pies de uno de los colgados, y una zapatilla deportiva le cae encima de las piernas. Enseguida reconoce el calzado. Es de Luca. Su cara ya no puede expresar más horror cuando alza la mirada hacia el cuerpo que cuelga sobre él. Las cuencas sin ojos de su amigo le miran desde las alturas, y un chorro de saliva que le cuelga de los labios le cae en las manos, quemándole como ácido puro. Dirige su vista hacia el otro cuerpo, temiéndose lo peor, pero el que está al lado de Luca no es el cuerpo de Paola, sino de Marco, su otro compañero de viaje que junto a su novia María, se habían marchado haciendo autostop antes de llegar a aquel pueblo maldito. Antón hunde la cabeza entre las manos y comienza a llorar inconsolable. De repente se levanta como un poseso y girando sobre sí mismo se coloca en posición de ataque, gritando improperios hacia la fuerza que le ha atacado varias veces y que se supone que ha colgado a sus amigos. Enajenado y medio cegado por las lágrimas recorre toda la sala buscando al responsable de aquella sinrazón, pero nada responde a sus amenazas e insultos. Agotado y desesperado, se dirige hacia los cuerpos e intenta descolgarlos, llamándoles por sus nombres. Tampoco en este caso obtiene respuesta alguna ni encuentra la manera de soltarlos. Completamente abatido camina hacia atrás para apoyarse en la pared más cercana, pero de nuevo algo le impide avanzar. Se gira bruscamente y un olor intensamente fétido llena sus fosas nasales. Pierde la conciencia por unos segundos mientras su cuerpo desmadejado se hunde en una bañera desbordante de un líquido espeso y oscuro.

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE III



SIETE DE LA TARDE

Las nubes habían cubierto el cielo de una densa capa gris plomo. Enormes cúmulos se movían frenéticamente convirtiendo los restos del pueblo en un vaivén de sombras de formas terroríficas. Estaba empezando a llover, y gruesas gotas caían como pequeños cristales transparentes sobre el cuerpo de Antón. Acurrucado debajo de la marquesina de lo que debió haber sido el ayuntamiento del pueblo, notaba un charco formándose alrededor de él. Ya no sentía las lágrimas caer por su mejilla, confundidas con la lluvia resbalando por su cabeza, ni el frío que atenazaba sus extremidades. La oscuridad campaba ya a sus anchas y miles de sonidos extraños resonaban en los tímpanos de Antón.  Totalmente empapado decidió moverse para tratar de entrar en calor. Ya nada podía hacer más que pasar la noche dentro del edifico en mejor estado que encontrara. El problema es que casi no podía andar entre los charcos de agua y barro que se formaban rápidamente por todas las callejuelas. Divisó a lo lejos un pequeño otero coronado por una extraña construcción y corrió hacia allí. A cada paso temía hundirse en el lodo y desaparecer como si se tratasen de arenas movedizas. Llegó sin resuello a la loma y haciendo visera con las manos para desviar el agua de lluvia de sus ojos fijó la vista en el pequeño edificio que tenía a pocos metros. Parecía una vieja casa de estilo antiguo, de dos plantas y en estado ruinoso. Antón permaneció de pie delante de la puerta un buen rato, con el agua calándole los huesos. Dudaba si entrar o no. La oscuridad y la densa lluvia dibujaban un paisaje fantasmagórico a su alrededor, provocándole ganas de llorar de impotencia y miedo. Ninguna de las construcciones del pueblo se encontraba en tan relativamente buen estado como la que tenía delante, y estaba claro que tenía que refugiarse en algún lado. Sin pensarlo más, dirigió sus pasos hacia la puerta de la casa que, como la boca de un enorme monstruo imaginario, le daba una dudosa bienvenida.

El esfuerzo de empujar la pesada puerta de madera maciza lo dejó exhausto. Dentro solo reinaba la oscuridad, interrumpida de vez en cuando por los relámpagos que anunciaban que se acercaba una tormenta. Lo primero que notó fue una ráfaga de aire frío que le empujó con tal fuerza que casi le hace caer. Miles de sombras bailaban dentro de una estancia de grandes dimensiones que parecía haber sido el elegante salón de una casa lujosa. Antón se quedó inmovilizado de miedo. Sus ojos trataban de acostumbrarse a la oscuridad para identificar lo antes posible los objetos que le rodeaban. Intentó tranquilizarse y respirar hondo. Por lo menos estaba bajo techo. Escuchaba la lluvia golpear fuertemente los restos de las ventanas y las paredes, y se intuían cientos de goteras repiqueteando sobre el suelo de baldosas. Antón empezó a andar cauteloso y con los brazos estirados al frente para evitar chocar con algún objeto indeseado. A cada resplandor de los relámpagos aprovechaba para avanzar hacia el lugar más seco y seguro que encontrara, sobresaltándose con los nuevos ruidos que detectaba cerca de él. Finalmente le pareció entrever una chimenea y se dirigió hacia ella. Había rescoldos y restos de madera carbonizada, pero estaba seco y a salvo de las corrientes de aire. Antón sollozó mientras su cuerpo temblaba de frío y miedo. Su mente retrocedió varios años, cuando sus padres le contaron que era adoptado y que su madre biológica, una drogadicta que lo había abandonado en una casa de acogida en Galicia cuando solo tenía un mes, murió sin querer saber nada de él. Ese día se planteó cual habría sido su suerte si en lugar de haber sido adoptado hubiera permanecido con su madre. Sin embargo era hoy cuando realmente se daba cuenta de todo lo que su familia adoptiva había hecho por él. Nunca le había faltado de nada, ni lujos ni comodidades, y ahora valoraba de verdad todo aquello. Era consciente de que no todo el mundo vivía como él, pero se consideraba bien pagado por el hecho de haber sido abandonado.