lunes, 7 de mayo de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO II-


 
Un extraño sopor se apoderó de mi. Sentí ganas de tumbarme en el banco y echarme a dormir. De repente noté una ola de frío a mi alrededor, y al abrir los ojos me asusté al comprobar que una densa niebla impedía completamente la visión de nada a medio metro de distancia. Todavía estaba intentando asimilar el cambio extremo de temperatura cuando un tremendo escalofrío recorrió mi espina dorsal como un latigazo. Mis sentidos salieron al exterior y rodearon mi cuerpo intentando buscar una explicación racional a lo que acababa de oir. El llanto de un bebé retumbaba en mi cabeza tan claro y alto como si lo tuviera a mi lado. Un dolor insoportable hizo que mi cuerpo se doblase en dos y noté como si un millón de lanzas se me clavaran en el bajo vientre. Cerré de nuevo los ojos y al volverlos a abrir la niebla se había disipado y volví a sentir escalofríos. Algo me dijo que tenía que girar la cabeza a la derecha, y cuando lo hice vi una figura oscura alejarse lentamente a medida que el llanto de bebé iba disminuyendo de intensidad.
No, no podía volver a pasarme. Me horrorizaba la idea de pensar que la historia se podría repetir. Mi cabeza empezó a dar vueltas mientras obligaba a mi cuerpo a volver corriendo a casa para darme una buena ducha antes de intentar reconciliarme con el mundo y comenzar una nueva jornada. Por el camino traté de quitarle importancia a todos los problemas del día anterior, intentando evitar que el desasosiego que me producían volvieran a provocarme otro ataque como el del año pasado. Los médicos me habían dicho que seguramente no era más que un caso aislado de hipersensibilidad surgido a partir de la muerte de mi madre, que intentara llevar una vida tranquila y que hiciera deporte para que el cansancio del cuerpo cansara también la mente. Mi familia favoreció esta situación, pero como siempre, la rutina hace que nos olvidemos y volvamos a ser nosotros mismos pasado el momento de crisis. Mi marido y yo nos llevábamos bien, y mi trabajo como telefonista en el despacho de abogados no revestía demasiada complicación ni sobresaltos. Pasó un año sin que notara los síntomas de aquella vez, y aunque ahora no se trataba de lo mismo, estaba segura de que el resultado sí sería parecido.
Cuando metí las llaves en la cerradura, respiré hondo y preparé la sonrisa más espléndida para dar los buenos días a mi marido.

jueves, 3 de mayo de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO I-


Ya es mayo. Se supone que llega la primavera pero no hace más que llover. A ratos sale el sol, y aunque se supone que el buen tiempo relaja más y ayuda a escribir, también hay que intentarlo cuando el tiempo no acompaña. He aquí un relato sobre algo que sucedió bajo la lluvia... contado en capítulos. ¡Aquí va el primero!:


Salí a correr como todos los días. Eran las siete y media de la mañana y noche cerrada, pero llevaba todo el invierno yendo a correr de noche, así que no tenía miedo. Llovizna, y el parque a esas horas solo está iluminado por débiles focos situados muy alto sobre el camino de tierra. Mis pasos suenan como pequeños golpes a la par de los latidos de mi corazón, aunque ese día éste estaba un poco más acelerado de lo común. La noche había sido horrible. Había discutido con todo el mundo, mi padre, mi hermana, mi marido... En el trabajo discutí con mi jefe y una compañera. Así que decidí alejarme un poco más y llegar hasta la zona del lago, donde nadie va a esas horas porque ni siquiera están encendidos los focos del camino. Casi deseaba encontrarme con alguien y que me atacara o amenazara, para desahogarme con él. Practicaría las nuevas técnicas de karate que había aprendido, y utilizaría a ese malhechor imaginario para machacar toda mi frustación. El mundo estaba contra mi, pero yo era más fuerte y lo demostraría destrozando al sinvergüenza que osara meterse conmigo. La furia que se acumulaba dentro de mi amenazaba con salírseme por la garganta en forma de fuego. Me estaba acercando al lago cuando de repente noté un pinchazo en el pecho y tuve que parar a tomar aire. Mientras me recuperaba noté que a mi alrededor no había más que silencio y oscuridad, así que cerré los ojos para concentrarme. En ese sitio y en ese mismo momento nadie más que yo era consciente de que estaba allí, sola, sin que nada más que el suave viento fuera el mudo testigo de mi presencia. Estaba empezando a relajarme. Me concentré en mi interior y dejé que mis cinco sentidos penetraran en mi. Noté como el tacto tocaba mis vísceras, como los ojos veían claramente la sinapsis de mis neuronas brillando en el interior de mi cerebro, como el oído se concentraba en los latidos de mi atormentado corazón, el olor del aire que llenaba y vaciaba cada alvéolo de mis pulmones y el sabor de mi propia carne. En ese momento mi estado de relajación era tal que sería imposible que cualquier fenómeno exterior me afectara. Ya no notaba el viento en la cara, ni la arena del camino bajo la suela de mis tenis, ni la oscuridad, ni el tacto del banco que sostenía mi cuerpo cansado... ya no olía a hierba recién cortada ni escuchaba como las aves nocturnas reclamaban su lugar entre los árboles que rodeaban el lago. (CONTINUARÁ)