miércoles, 31 de octubre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE II



DE MADRUGADA

Antón no lograba dormirse. La cama era incómoda y notaba humedad en toda la estancia. Paola respiraba acompasadamente a su lado, como si todo lo sucedido no le hubiera afectado, pero Antón temblaba de indignación. De los cinco que comenzaron la excursión solo quedaban tres, Luca, Paola y él. Los otros dos, una pareja, se habían marchado haciendo autostop, enfadados por las divergencias de opinión. La discusión entre ellos y Luca había sido tan acalorada que Antón temió que llegaran a las manos. Ellos insistían en volver y buscar otro destino, pero Luca se empeñaba en ir al pueblo elegido inicialmente. El problema había surgido cuando el dueño del bar donde habían cenado les comentó que el famoso pueblo había sido abandonado después de una fuerte riada, y que eran muchas las habladurías sobre gente que había ido a visitarlo y nunca más se les había vuelto a ver… A Luca le brillaron los ojos de emoción ante estos comentarios, pero no así al resto. El hombre les aconsejó otros lugares cercanos donde seguramente verían cosas más interesantes, como monolitos y restos muy antiguos, pero Luca insistió en que les indicase por donde ir al pueblo fantasma. Se sometió la decisión a votación y, para sorpresa de Antón Paola, que había estado callada hasta el momento, votó por ir al pueblo abandonado. Así que tuvo que apoyarla, para evitar darle ventaja a Luca, ya que estaba seguro de que a éste  le gustaba Paola. Al día siguiente se levantarían temprano para visitar el dichoso pueblo, y Antón esperaba que no hubiera mucho que ver y marcharse de allí lo antes posible.

 

OCHO DE LA MAÑANA

El desayuno transcurrió en silencio. Antón preparó con calma sus tostadas, untándolas con la maravillosa mantequilla casera que les ofreció el dueño del bar. No había nadie más sirviendo, por lo que Antón intuyó que el hombre no tenía empleados ni muchas visitas en general. Miró a sus amigos y no vio atisbo de inquietud en ninguno de ellos, pero tampoco estaba ya presente la alegría con la que habían iniciado el viaje. Paola le miró y sonrió, haciendo pensar a Antón que la decisión de quedarse con ella había sido la mejor decisión de su vida. Al acabar el desayuno se dirigieron a la furgoneta, pero el dueño del bar agarró inesperadamente el brazo de Antón, algo rezagado de sus compañeros, y con un gesto le indicó un rincón cerca de la barra. Una vez allí le miró fijamente y le tendió una mano con el puño cerrado. Antón cogió lo que el hombre le entregaba, un pequeño saquito de terciopelo negro. Iba a preguntar qué era, pero el hombre pegó un dedo a su boca en señal de silencio. En ese momento escuchó como Paola le llamaba y notó como el misterioso dueño del bar le empujaba hacia la furgoneta. Antón se metió el saquito en uno de los bolsillos traseros del pantalón y se encaminó hacia sus amigos.

 

DIEZ DE LA MAÑANA

Por fin se veía a lo lejos la silueta de lo que se supone que sería el pueblo. A pesar de la luz de la mañana se intuían solo sombras y formas grotescas. Se pararon a contemplarlo desde lejos. El sol brillaba en donde estaban, pero por la zona del pueblo se perfilaban unos nubarrones oscuros que presagiaban tormenta. Luca comentó que la predicción meteorológica no decía nada de que fuera a llover, así que seguramente serían nubes pasajeras. Antón no estaba tan seguro.

A medida que se iban acercando a las casas el cielo se oscurecía. Los rayos de sol que les acompañaran durante el viaje habían desaparecido por completo. La electricidad se palpaba en el ambiente y Antón notaba como se le erizaba el vello de los brazos y la nuca. Un mal presentimiento se apoderó de su ánimo, y su corazón empezó a palpitar sin control. Agarró la mano de Paola y sin darse cuenta la apretó tanto que ésta hizo un gesto de dolor. No se atrevía a contarles a sus compañeros lo mal que le hacía sentir ese lugar, así que intentó dibujar una sonrisa mientras se admiraba de la entereza de Luca y Paola.

Había tanta humedad que los zapatos chapoteaban en el barro. Las montañas que se veían al fondo no debían permitir que el sol incidiera sobre las casas durante muchas horas al día, por lo que algunas callejuelas estaban totalmente anegadas. El dueño del bar tenía razón: no había nada que ver allí, salvo quizá los restos de las viviendas que habían sido destruidas por la riada y estaban literalmente enterradas hasta el tejado y rodeadas de lodo. Decidieron que se quedarían hasta después de comer los bocadillos que les había preparado el hombre del bar y que luego se irían de allí.

 

DOS DE LA TARDE

Habían escogido un rincón más o menos soleado para sentarse a comer. Ahora estaban los tres tumbados, charlando sobre la mala idea que había sido visitar aquel pueblo. Los ánimos habían mejorado algo y Antón estaba contento de que por fin iban a abandonarlo y olvidarse de él, como había hecho el resto del mundo. Cerró los ojos e inspiró fuertemente, intentando llenar sus pulmones del aire fresco que les rodeaba.

 

CUATRO DE LA TARDE

Antón miró la hora en su reloj y dudó de lo que sus ojos veían. Se encontraba solo, echado sobre la manta. Lo primero que se le vino a la cabeza fue que se quedó dormido y sus amigos aprovecharon para dar una última vuelta antes de marcharse de allí. Le dio rabia que no lo hubieran avisado, y que Luca aprovechase la ocasión para intimar con Paola. Se levantó frotándose el cuerpo aterido de frío con las palmas de las manos, recogió la manta y se dirigió al lugar donde habían aparcado la furgoneta. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que no estaba donde la habían dejado. Un sudor frío le recorrió el espinazo. En un principio se negó a pensar que le habían abandonado. No podía ser. Seguramente habrían ido a algún sitio con ella, y pronto volverían. Sin embargo algo le decía que las cosas no iban del todo bien

 

SEIS DE LA TARDE

Antón vagaba por todas las callejuelas del pueblo. Se lo conocía ya palmo a palmo. Su nerviosismo iba en aumento y miraba el reloj cada dos minutos. Con la furgoneta se habían llevado su mochila y su teléfono móvil. Estaba totalmente incomunicado y a unos ciento cincuenta kilómetros del pueblo habitado más cercano. Empezaba a preocuparse de verdad. La cabeza le daba vueltas y siempre llegaba a la misma conclusión: algo les había pasado a sus amigos y no iban a volver a por él.

 

(Seguirá…)

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE I


Quizá creas que por estar sentado en tu sofá, con la puerta de tu casa bien cerrada, estás a salvo de cualquier cosa que venga del exterior y pueda perturbar tu tranquilidad. Ah, qué equivocado estás, querido lector… Ahora mismo lees estas líneas acurrucado en tu manta, echando de vez en cuando un ojo a la lluvia que golpea la ventana, sintiéndote seguro y cómodo entre las cuatro paredes del salón. No temes que nada ni nadie pueda interrumpir de manera repentina tu agradable velada, porque has hecho todo lo posible para que así sea. Has comprado un libro de terror, ese que llevas tiempo esperando que salga a la venta, y te has prometido que hoy va a ser el día en que empieces a leerlo. No has quedado con tu novia, ya has realizado la llamada semanal a tu madre, preparaste ese trabajo para la clase de ciencias y  ahora estás recostado en el sofá con una hamburguesa y una cerveza a mano. Estás feliz. Sólo tienes encendida una luz, la de la lámpara de la esquina, para dar ambiente al momento que estás viviendo.

Empiezas a leer…



 
JUNIO, MADRID

Antón estaba acostumbrado a viajar. Era algo que a sus padres no les convencía del todo, pero ya les había avisado: “si saco las mejores notas de toda la clase  me dejáis un verano entero sabático, sin clases de golf, sin cursos de patrón de yate, solo para hacer lo que más me gusta”. Y lo que más le gusta a Antón es viajar de mochilero, él solo, de ahí la preocupación de sus padres. Aprovecha cualquier hueco en su apretada agenda para marcharse. Y éste sería el viaje más largo. Antón había sido el mejor de su clase, sacando las notas más altas con mucha diferencia. Sus profesores llamaron a sus padres para darles la enhorabuena personalmente, así que cuando Antón les dijo que se marcharía los tres meses de verano a Europa no pudieron negarse. Disponía de la beca que había ganado el curso anterior por ser uno de los mejores estudiantes del año, así que se iría tres largos meses con el dinero suficiente en el bolsillo para moverse por toda Europa si lo deseaba. A sus veintitrés años solo había podido viajar por España, así que ahora había llegado el momento de ampliar su radio de acción. Y tenía muy claro por dónde empezaría.

 

JULIO, ITALIA

Antón está sentado en una cafetería en Florencia. Mientras paladea su delicioso capuchino piensa que su tan deseado viaje no estaba siendo todo lo divertido que esperaba. En tres semanas había recorrido casi toda Italia, y ahora se encontraba en la Toscana, su destino más esperado desde hacía años. Idealizaba la cultura italiana, cautivadora y costumbrista, e incluso había estado dando clases de italiano para poder integrarse mejor, pero tenía que reconocer que se estaba aburriendo. Abrió su cuaderno de notas. El día siguiente lo dedicaría a recorrer todo el centro histórico de la ciudad, admiraría la cúpula de Santa María del Fiore e iría a ver el David de Miguel Ángel a la Galería de la Academia. Pasó las hojas con desgana. Todo lo que había estado preparando con tanta ilusión le parecía ahora insulso. Su estado de ánimo estaba por los suelos y no sabía porqué. Mientras daba vueltas a su ya frío café las mesas de su alrededor empezaron a llenarse de jóvenes gritones que seguramente habían quedado allí para reunirse y prepararse para una noche de fiesta. Se fijó en ellos disimuladamente. Sintió envidia de su alegría y compañerismo. Él nunca había formado parte de una pandilla, ni se había reunido con tanta gente para hacer planes. La soledad se le echó encima como las inevitables nubes que preceden a una tormenta…De repente se dio cuenta de que una de las chicas del grupo le miraba. Bajó la cabeza avergonzado. Nunca antes le habían mirado así.

 

UNA SEMANA DESPUES

Antón no podía sentirse más feliz. Esta semana con Paola estaba siendo la mejor semana de su vida. Había olvidado todos los planes escritos en su libreta y se había dejado llevar por la maravillosa energía de Paola y sus amigos. Los días con ella y las noches con todo el grupo le habían abierto un mundo que no conocía, encerrado como había estado en sus libros y actividades extraescolares en Madrid. Por primera vez en su vida se sentía un joven normal e integrado. Sus sentimientos hacia Paola provocaban una auténtica revolución en sus hormonas, dormidas hasta ese momento. Le gustaba todo de ella, desde sus ojos castaños y brillantes hasta su melena lacia y totalmente negra. Vestía siempre con camisetas ajustadas y pantalones vaqueros cortos, haciendo que se ruborizara cada vez que la veía llegar. Miraba absorto sus preciosos labios mientras le hablaba, deleitándose con su hiperfemenino acento toscano. En ese momento se la veía especialmente contenta. Hablaba tan rápido que Antón le tuvo que pedir que se tranquilizara porque no la entendía bien. Paola se acercó más a él, para desasosiego de su oyente, y apoyando una mano en su pierna  le volvió a explicar el plan que habían organizado para dentro de dos semanas. Pero él era totalmente incapaz de concentrarse en lo que le estaba diciendo.

 

PRIMERA  SEMANA DE AGOSTO

Antón no podía creérselo. La pequeña habitación de su hostal se le antojaba el mismísimo paraíso. Esa noche la había compartido enteramente con Paola. En estos momentos ella dormía apoyada en su pecho, y la visión de su melena esparcida por la almohada le hizo cerrar los ojos de felicidad. Estaba loca, irremediable y perdidamente enamorado. Llovía, pero solo podía ver un sol enorme brillando para él. Se deleitó con la imagen de ellos dos bajo el mismo paraguas, recorriendo las calles de una ciudad que ya había hecho suya y de la que no pensaba marcharse jamás.

 

SEGUNDA SEMANA DE AGOSTO

Los amigos de Paola estaban ultimando los detalles del fin de semana. Antón casi no les escuchaba, porque en ese momento solo podía sentir los dedos de la mano de su amada entrelazados con los suyos. Estaban sentados en la misma terraza donde la vió por primera vez, y los ánimos no podían estar más exaltados. Antón ya amaba la manera de hablar italiana, con sus ademanes y gestos bruscos. Admiraba la energía y vitalidad que se respiraba en el grupo, y su corazón parecía estallar de felicidad. Le daban igual los planes, solo sabía que los compartiría con Paola. Parece ser que ese fin de semana iban a viajar en la furgoneta de uno de ellos a un pueblecito con mucho encanto.

 

FIN DE SEMANA

El viaje se estaba haciendo más largo de lo que había parecido en un principio. Antón estaba recostado en la segunda fila de asientos traseros de la furgoneta, medio mareado y con muchas ganas de aliviar la vejiga. Paola se había sentado en los asientos de delante y durante horas solo había podido contemplar su preciosa melena y, de vez en cuando, su perfil.  Ansiaba estar más cerca de ella, tocarla y cerciorarse de que los sentimientos que parecían compartir eran reales. En ese momento ella hablaba acaloradamente con su compañero de la derecha, pero Antón no podía escuchar bien lo que decía porque el estado de la carretera que recorrían, llena de baches, no se lo permitía. Parecía que estaban perdidos. El conductor y dueño de la furgoneta, Luca, paró y les pidió a todos que bajasen para revisar el mapa, para alivio de Antón y su vejiga. Se estaba haciendo de noche y llegaron al acuerdo de parar en el bar más cercano para comer algo y consultar si se movían en la dirección correcta.

 

SÁBADO POR LA NOCHE

Los acontecimientos se sucedieron de manera incontrolada. En menos de dos horas desde que pararan para cenar habían pasado tantas cosas…

A LOS QUE ESTÁIS ESPERANDO...

el relato más terrorífico, os diré que publicaré esta noche dos partes, una hacia la medianoche, y otra de madrugada. Al pobre excursionista se le complican las cosas y me temo que un par de entradas no me va a dar para un desenlace como Dios manda. Así que me gustaría ver la marca de "leído" al poco rato de publicarlos. La idea es que podáis leer la primera parte antes de salir por ahí llamando a las puertas y pidiendo caramelos, y la segunda al volver... si es que volvéis, jejejejeje...
Durante los próximos días iré desgranando el terror de Antón. No desesperéis si veis que el miedo no da llegado. Lo bueno se hace esperar!!

 
 
 
 
 

miércoles, 24 de octubre de 2012

PREPARANDO EL RELATO MÁS TERRORÍFICO

Estoy ideando el relato más terrorífico. Prometo publicarlo la noche de difuntos. No me olvido de Vera, a la que, pobrecita, aún tengo recluída en un sótano maloliente.
Tened paciencia, tengo aun muchas más ideas para ofrecer... pero estos días estoy especialmente "gore", en el sentido leve de la palabra, por supuesto. Los que me conocen saben de mis gustos por la literatura "negra", así que no les extrañará que mis próximos libros a leer sean: El Gran Libro de los Vampiros (Angel Gordon) y El Cementerio de Praga (Umberto Eco).
Pero no divaguemos. Las ideas en mi cabeza bullen cual murciélagos asustados por el humo de la grasienta tea de un excursionista de morbosa curiosidad, que entra sigiloso y asustado en una casa abandonada en la que ocurren fenómenos extraños...¿argumento manido? ¡no! esperad a leerlo todo...


SE ACERCA EL DÍA DE DIFUNTOS...


A todos mis seguidores:
Se acerca el día de difuntos, y lejos de que me inunde la pena por acordarme de todos aquellos que ya no están, me entra la euforia por celebrar con buen humor la única cosa común e inevitable en todos los seres vivos: la muerte. En muchas culturas el tránsito a este estado, o no-estado según como se vea, se acepta con alegría porque supone que el finado ya no va a sufrir ni padecer más, sino que disfrutará de una mejor "vida". La falta de un ser querido es algo triste por no poder disfrutar más de su compañía, pero su recuerdo es algo que nada ni nadie puede quitarnos. Es evidente que no se sabe si nos espera algo después de morir, ya que nadie ha vuelto, y es por eso que la literatura está llena de historias más o menos verosímiles sobre lo que puede haber más allá. Además está el hecho de que nos negamos a reconocer que una vez desaparecidos nada queda de nosotros, y en el fondo pensamos que nuestra esencia, aura, energía o como queramos llamarlo, permanece de alguna manera inpregando entre las paredes que nos han cobijado o flotando alrededor de nuestros seres más cercanos. Sea como sea, el mundo de la muerte y lo que le rodea causa una atracción morbosa y es un tema tabú para muchas personas aun hoy en día. Es por eso que la religión es tan necesaria para tratar de dar un significado a una vida que, reconozcámoslo, nadie sabe para qué sirve. Nacemos, vivimos, amamos, odiamos, enfermamos, morimos... nuestra mente está lo suficientemente desarrollada para conocer el concepto de infinito, pero no para entenderlo, y es así que es el que usamos para aplicar a lo que sea que nos espera una vez muertos. Mi opinión personal es que no hay nada esperándonos más allá, pero que toda la energía que desprendemos durante nuestras vidas no puede desaparecer así como así. Quizá la de cada uno en concreto sí lo haga, pero el instinto de supervivencia es tan fuerte que no es posible que la energía que desprendemos para mantenerlo alerta continuamente no deje huella en el resto de los seres vivos.
Por tanto, tratemos de disfrutar de ese morbo, sano en todo momento, que supone la alegría de vivir un rato de miedo en contacto con todo aquello que produce miedo, susto, espanto... soltemos nuestra adrenalina y gocemos de estar vivos para contarlo... de momento.

miércoles, 10 de octubre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XVI-



                                                                    CAPÍTULO XVI

 El inspector García estaba sentado en su silla giratoria, detrás de la mesa de trabajo, mirando por la ventana. Mordisqueaba un lápiz, él nunca usaba bolígrafo, mientras oteaba los edificios más altos de la ciudad. Le preocupaba el caso de la chica desaparecida. Habían pasado varios días y las posibilidades de encontrarla viva o en buen estado disminuían. No abundaban los secuestradores con la infraestructura lo suficientemente segura como para mantener a una persona secuestrada. Maldita manía de ir a correr solas, por sitios poco transitados. Era infinitamente más seguro matricularse en un gimnasio. Su mujer iba a clases de ganchillo, junto con otras seis mujeres más, y tenía la casa llena de tapetes de todos los colores encima de los brazos de los sofás, en las fundas de los cojines, sobre las mesas… pero prefería eso a pensar que podía estar sola corriendo por ahí. Claro que no se imaginaba a su mujer haciendo footing, con mallas apretadas y una cinta para el sudor en la frente. Tan absorto estaba que no vio llegar a Fuentes.

-  Jefe, traigo noticias- García se giró en la silla y encaró a su joven ayudante.

-  Dime.

-  López, el que encargó usted que vigilase al marido de la chica desaparecida, la que hacía footing, quiere hablarle.

En ese momento entró por la puerta un hombre corriente, vestido con colores oscuros y con la apariencia de alguien que no llamaría nunca la atención.

-  Inspector, he seguido al sospechoso y estuvo un buen rato en la oficina donde trabaja su mujer, la chica desparecida. Luego ha bajado con cara de malas pulgas y ha entrado en su cochazo. Como no daba arrancado me acerqué disimuladamente y le vi leer una nota. Desgraciadamente no pude ver lo que estaba escrito, pero sí la cara del sospechoso. Se puso pálido y empezó a girar la cabeza hacia todos los lados, como si buscase algo o a alguien. Mi situación se vio comprometida y me fui despacio. El caso es que una hora antes vi merodeando a un tipo de esos que dejan publicidad en los parabrisas de los coches, y paró más de la cuenta al lado del coche del marido. Solo recuerdo que llevaba una gorra roja y estaba algo relleno… nada más.

-  Bien, ¿dónde está el sospechoso ahora?

-  Ha ido a su empresa, a trabajar.

-  Gracias, puede retirarse. Siga estando pendiente de él y comuníqueme cualquier cambio en su rutina.

López se marchó y Fuentes se sentó delante de su jefe. Abrió una carpeta y sacó varios papeles.

-    Esto es lo que los compañeros han averiguado sobre la promotora de Lucas. Actualmente no es que esté muy boyante, que se diga – giró los papeles hacia el inspector y éste comprobó lo que su ayudante decía.

-    Ha solicitado un expediente de regulación, y durante este año ha despedido ya a cinco trabajadores. Tiene varios préstamos y un crédito ICO que ha ido refinanciando. Me da que está con el agua bien al cuello…

-    Intenta averiguar los nombres de los despedidos y habla con ellos. Mira si alguno pudo urdir todo esto por venganza. Creo que la chica es de familia adinerada, puede que vayan por ahí los tiros. Vuelve a hablar con la hermana, quizá esta vez consigamos que nos diga algo. Sabemos que no tenían relación, pero viven cerca, algo más tiene que saber… investiga a la familia de ella y tráeme todos los datos cuanto antes.

martes, 9 de octubre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XV-


 
                                                            CAPÍTULO XV

Lucas sale de “Goberna y Asociados” de muy mal humor. Las cosas se estaban complicando de la peor manera posible. “¿Dónde diablos está Vera?”, se pregunta. La posibilidad de que se hubiera enterado de todo planeaba como la sombra de un buitre en medio del desierto. Pero era imposible que escuchase ninguna de las conversaciones que había mantenido con el padre y la hermana de Vera… ¿no?
Pulsó el botón de apertura de su nuevo Audi A8 y éste respondió con un pitido y el encendido de luces. Se sentó en el lujoso asiento de cuero negro del piloto e inmediatamente algo llamó su atención. Un sobre blanco reposaba en el asiento del acompañante, destacando como una bola de nieve en una mina de carbón. Las manos le temblaban cuando lo cogió. No se explicaba como alguien podía haber entrado en su coche, ¿acaso lo había dejado abierto? “Imposible”, se dijo. La nota estaba mecanografiada. Seguramente habían usado una máquina antigua, desde luego no había sido escrita a ordenador. Sintió el vello de su espina dorsal erizarse cuando leyó las siguientes palabras:
“Sé lo que estás planeando. Ella lo sabrá pronto”

La ducha me sentó bien. Estoy sentada en mi viejo sillón desvencijado, con la toalla rodeando mi cuerpo desnudo. Me toco la cabeza, torpemente rapada. No se porqué pero me siento liberada. Me gusta el tacto de mi mano rozando las cerdas de cepillo en que se ha convertido mi cabeza. Puedo palpar la herida cosida en la parte posterior, ya no la noto tan hinchada. Parece que al final no se ha infectado. Buena encarnadura, o buena mano del que me ha cosido…Aun tengo el hilo de sutura, me imagino que tarde o temprano me lo tendrán que sacar. Me miro en el espejo y no me reconozco. Como en la Metamorfosis de Kafka, un nuevo ser ha surgido de mi. Ya no soy la que era. Esta experiencia me está cambiando. Reflexiono sobre mi nuevo yo y mis nuevas circunstancias. El ser humano se adapta. Yo me adaptaré, y sacaré provecho de todo esto.

 
      -          ¿Papá?

-          Rafaela ¿cómo estás?

-          Bueno…

-          ¿Qué pasa, cielo?

-          Papá, Vera…

-          ¿Qué le pasa?

-          Ha desaparecido…

-          ¿Cómo?

-          No se, así de repente…

-          No te entiendo, hija.

-          Papá, Vera… no sabemos dónde está.

-         

-          ¿Papá?

-          ¿Cómo que no sabéis dónde está? ¿Qué coño ha pasado?

-          Hace una semana que ha desaparecido. Salió a correr de madrugada, como siempre, pero no volvió. Lucas ha puesto la denuncia en la policía, pero de momento no se sabe nada. Ni rastro de ella.

-          Rafaela, esto es grave. Justo ahora, que desaparezca…

-          Ya.

-          ¿Se habrá enterado de nuestros planes y ha puesto tierra de por medio?

-          No lo sé. No es que haya tenido mucho contacto con ella últimamente, ya sabes, pero Lucas no me ha comentado nada. Parece ser que la noche antes de desaparecer tuvieron una discusión.

-          También yo discutí con ella, tenía un día muy malo. Intenté convencerla, una vez más, de dividir todo y vender, pero no conseguí nada.

-          Yo le mandé un mail, tal y como quedamos. Mismo resultado.

-          Se trataba de eso ¿no? De agobiarla.

-          Será mejor no hablar de esto por teléfono. La policía anda por medio.

-          Vale. Mañana nos vemos donde siempre.

-          Ok. Chao.

-          Chao.

lunes, 8 de octubre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XIV-


 
                                                                          CAPÍTULO XIV

 En el número noventa de la calle Luna Rafaela se acaba de levantar. La niña no deja de llorar y al final ha decidido meterla en la cama con ella. El calor del cuerpecito de su hija la relaja y su cabeza viaja hasta la zona de los recuerdos agridulces. Su marido Andrés aun tardará un mes en regresar del mar, y luego le esperan tres meses de fingir una vida normal con él. Una vida de familia feliz en la que madre, padre e hija viven sin ninguna preocupación. Andrés no sabe muy bien los problemas que hay con la herencia, porque no entiende que Rafaela necesite realizar esa venta y dividir de una vez el dinero y las propiedades de la familia Campos. Recuerda cuando le pidió en matrimonio, a la antigua usanza, en el palacete de sus abuelos en la costa. Andrés no se esperaba semejante lujo, y se sintió cohibido por todo lo que rodeaba a esa familia. La madre de Vera y Rafaela se casó y fueron a vivir con los padres de ella, en un entorno de comodidades y con todos los gastos pagados. No vieron muy bien su oficio de marinero de alta mar, pero de aquellas Rafaela estaba tan enamorada… su piel morena, esos brazos fuertes y venosos a base de ejercitarlos duramente en su oficio, y su olor… ese olor a mar, a aire fresco de lugares lejanos y misteriosos. Ya de aquellas Andrés había viajado por medio mundo, haciendo las delicias de todos al contar anécdotas de los países que había visitado. Aunque el padre de Vera y Rafaela no pintaba nada en la casa de sus suegros, Andrés decidió que era de ley hablar con él para pedirle su mano, y eso hizo que aumentara la estima del hombre por aquel joven educado y de físico impresionante. No pasó lo mismo con su esposa, auténtica dueña de aquella casa y de todas las decisiones que se tomaban en ella, la cual intentó por todos los medios hacer que Rafaela se lo pensara mejor. Pero nada se pudo hacer. La boda fue inminente y la feliz pareja no aceptó vivir con la familia de ella. El distanciamiento se hizo evidente con todos ellos menos con Vera, la única que aceptó su decisión y que precisamente le buscó un precioso piso donde vivir, muy cerca de ella. Vera entonces vivía con Lucas, aunque todavía no se habían casado. La cercanía con Lucas y Vera fue un bálsamo en la solitaria vida de Rafaela. Cenaba muchas noches con ellos, mientras Andrés estaba en el mar, y se acostumbró a formar parte de un trío en el que su hermana y ella compartían todos los acontecimientos del día y Luis amenizaba con su sentido del humor y fina ironía. Rafaela llora. Las lágrimas recorren sus mejillas igual que las gotas de lluvia recorren el cristal de la ventana de su habitación. Se da cuenta de que está mojando la cabecita de su hija, y la seca cuidadosamente con una esquina de la sábana.

 
En la caja hay una nota mecanografiada que he roto en parte al abrirla con tanta impaciencia. Me dice que hay un sitio para hacer mis necesidades y ducharme detrás de una puerta, señalada con una X en un tosco plano del sótano. Tengo que apartar un mueble librero con un poco de esfuerzo, pero efectivamente allí está la puerta. Un agujero en el suelo y un oxidado brazo de ducha encastrado en una pared sin alicatar va a ser mi cuarto de baño. Veo una pastilla de jabón encima de un soporte de plástico. Vuelvo a revisar la caja y saco un par de toallas y otra bata del estilo que llevo puesta, además de unos cuantos libros.

jueves, 4 de octubre de 2012

MODA DE OTOÑO (I)

Lega el otoño. Empieza una etapa distinta, en la que disfrutar del nuevo paisaje y los nuevos colores. La vida se dibuja en tonos más oscuros, pero también destacan los rojos y dorados. Vuelve el barroco en todo su esplendor, dando una patada de optimismo a los tiempos duros que estamos viviendo. El otoño significa renovarse, dejar el brillo y la luz del verano y sumergirse en las profundidades de las mañanas frescas y los atardeceres ocres, para adentrarse en noches más largas y disfrutarlas con energía renovada.
La revista Glamour nos presenta un otoño en rojo:



 donde destacan los tejidos brillantes de Matthew Williamson y el cuero de House of Holland o Thakoon.

miércoles, 3 de octubre de 2012

TODO A BABOR


Me levanto como todos los días, mirando el cielo para tratar de intuir el tiempo que hará durante el día. Se acerca el otoño, así que ya toca agarrar la chaqueta y cambiar el calzado. Adiós a las chanclas, a las piernas al aire, a las camisetas sin manga... Mi perro me da los buenos días y me mira con ojos de "¿bajamos ya? ¿bajamos ya?", pero yo aun tardo en reaccionar. Desayuno y me pongo al día con las noticias, pero éstas me hacen querer desconectar con lo que sea que haya fuera, al aire libre. Y lo que hay, tan pronto consigo que mi perro deje de tirar de mi, normalmente al segundo o tercer intento, es una manada de turistas vestidos con todo lo que yo ya he retirado del armario: chanclas, shorts y camisetas de manga corta. Y es que hay un transatlántico enorme en el muelle de la estación marítima. Aunque ya estoy acostumbrada al paisaje de pies semidescalzos, rodillas rosadas y cabellos albinos, sigo asombrándome de que seamos tan distintos en este mundo de Dios. Seguramente para ellos nosotros somos los raros, y ellos se consideran "normales", gente que viaja y visita España con la esperanza de encontrarse alguna flamenca por el Casco Vello. Y lo primero que encuentran es a un violinista de Europa del Este, arrugado, extremadamente delgado y de piel muy morena, que les mira como si fueran monederos con piernas mientras toca un pasodoble y lo remata con un exagerado !olé!. Luego les rodean una masa de personas subidas a un extraño carro de dos ruedas (segway, parece ser que lo llaman) y ataviadas con cascos, convenciéndoles de que es el medio de transporte ideal y más seguro para esta ciudad, todo cuestas. Como si ellos ya no usaran ruedas a la menor oportunidad. Recuerdo que las primeras veces que veía a este tipo de turistas me extrañaba que hubiera tantos en silla de ruedas, por eso me llevé tamaña sorpresa al comprobar que el noventa por ciento de ellos se levantaban en un determinado momento a sacar una foto... Será por las cuestas. O por fastidiar al familiar de turno. Eso sí, tengo que decir a su favor que son fervientes defensores de los animales. Nunca fue tan piropeado mi perro como por esta gente, amables en extremo y siempre sonrientes a pesar de que mi ansiosa mascota se dedica a enroscarse entre sus piernas buscando un hueco hacia la esquina más cercana. La frase más estupenda que le han dedicado fue "bonitou perou", dicha por una mujer muy grande dentro de unos shorts muy pequeños. Sigo paseando hacia el Arenal y compruebo que no todos van a Príncipe o se quedan en el Centro Comercial da Laxe. Algunos se arriesgan a llegar hasta casi la "paellera", y allí se sientan en una terraza al solcito mañanero, que a ellos les parecerá tórrido, mientras piden sus consumiciones. Me dispongo a tomar un café en la misma terraza que ellos, más que nada porque me lo paso bien observándolos, y compruebo que la camarera está pasando serias dificultades para entender lo que quieren tomar. Me ofrezco a ayudarla y acabo traduciéndoles la carta... pero ellos acaban paladeando las delicias de los vinos de nuestras Rías, cortesía de la camarera para que decidan cual de ellos es el más exquisito. Por lo menos a mi el café me sale gratis por la ayuda prestada. Vuelvo a casa y continuo con mi vida, pero al llegar las cinco de la tarde regreso al muelle para unirme a los que quiren despedirse de los visitantes o los que, como yo, queremos alucinar con la extraordinaria labor de los transbordadores. Esos pequeños botes son capaces, tirando de cuerdas, de sacar tremendo bicho acuático del muelle, para delicia de niños y mayores, que observamos las maniobras con el alma llena de orgullo por la maestría de nuestros hombres de puerto de mar. Y se acaba el día. Ya no hay más extraños altos y desgarbados mirando extasiados y sonrientes, siempre sonrientes, nuestra maravillosa arquitectura. El sol empieza a ponerse. Mi perro y yo damos una última visual al gigante que se aleja mar adentro y los despedimos... hasta la próxima vez.