miércoles, 19 de diciembre de 2012

LLEGA EL FIN DEL MUNDO




Una profecía maya dice que este próximo día veintiuno se acabará el mundo. Supongo que no será verdad, pero por si acaso publicaré un minirelato sobre un hombre solitario que, obsesionado con el fin del mundo, decide fabricar su propio bunker en el que cree que podrá sobrevivir a la catástrofe que nos espera.
¿Tienes curiosidad sobre lo que le pasará?¿Será lo último que haga o conseguirá finalmente salvarse?

viernes, 7 de diciembre de 2012

A MI TÍA MARILUZ



 Se hace muy duro perder a alguien en estas fechas. Todos los días se apagan luces en los corazones de la gente, pero cuando la luz es tan cercana parece que es el mundo entero el que se queda a oscuras.

La luz de mi tía se extinguía poco a poco mientras las calles y comercios se iban llenando de adornos y luces navideñas, recordándonos que no hay nada más despiadado que el tiempo, ese ente cruel que se niega a pararse para que podamos asimilar nuestra pérdida y prepararnos para seguir adelante. Se hace difícil entender que el mundo siga girando a pesar de todo, y estoy segura que para mi tío y sus hijos esa luz, insustituible como su nombre, quedará fundida para siempre. Sin embargo quiero pensar que ella les iluminará allí donde esté, acordándose de los que la queríamos y de los que tanto la necesitaban.

Pero no quiero recordarla con palabras tristes ni con pena. Ha tenido una familia estupenda y espero que se haya reunido con los que más quería.

Desde aquí le mando ese beso que no le pude dar, y con estas letras quiero despedirla y unirme a su recuerdo.

martes, 4 de diciembre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XVIII-


 
 
CAPÍTULO XVIII

 
El inspector García se paró delante del portal número noventa de la calle Luna. Según sus datos, en este edificio residía la hermana de Vera, la chica desaparecida. Solo a unos metros, en el número ochenta y tres, vivía la propia Vera y su marido Lucas. Antes de ir a ver a la hermana había dado una vuelta por el parque donde solía ir a correr Vera por las mañanas. A esas horas de la día estaba lleno de parejas paseando, mujeres con carritos de bebé y personas haciendo footing. Quizá por la mañana temprano se convirtiera en un lugar peligroso, sobre todo si alguien se había molestado en espiar a la chica y seguía sus costumbres. Los numerosos bancos del paseo se encontraban ocupados en su mayoría por grupos de jóvenes desocupados y gente mayor. No encontró rincones escondidos, pero cualquiera podría esconderse detrás de un árbol o uno de los setos más altos esperando el momento para abalanzarse sobre una chica distraída por la rutina de todos los días.

Cuando Rafaela le abrió la puerta su primera impresión de la chica fue de abandono. La hermana de Vera era delgada y baja, y estaba vestida con un chándal lleno de lamparones. Su cara mostraba la sorpresa de alguien que no se espera visita a esas horas.

 

-          Pase… - su voz era dulce y delicada – no recuerdo su nombre cuando le abrí la puerta del portal.

-          Inspector García, vengo a hacerle unas preguntas para intentar esclarecer la desaparición de su hermana.

-          Sí… claro. No se si podré ayudarle mucho – un llanto de bebé interrumpió su frase.

-          Si molesto puedo venir en otro momento.

-          No, no, pase usted.

García entró en la casa. El salón estaba desordenado, los sofás tenían los cojines colocados de cualquier manera y la mesa del comedor estaba abarrotada de trastos propios de un bebé.

-          Siento el caos. Mi marido está fuera y siempre estoy sola… bueno, con la niña.

-          No se preocupe – dijo García dirigiéndose al asiento más cercano.

-          ¿Quiere tomar algo?

-          No, por favor, me iré lo antes posible para que pueda seguir con sus tareas. ¿Cuándo vio a su hermana por última vez?

-          Pues… mmm… el día antes de desaparecer. Bueno, no, hablé con ella por teléfono, pero no la vi.

-          Vive cerca ¿verdad?

-          Sí, unos portales más arriba.

-          ¿Y de qué hablaron? Si no es muy personal, claro.

-          La verdad, no lo recuerdo muy bien. Solía ir mucho por su casa, pero desde que tengo a la niña estoy bastante ocupada – Rafaela forzó una sonrisa y giró la cabeza hacia la que se suponía que era la habitación de su hija.

-          ¿La notó preocupada o distinta de lo habitual?

-          No – la respuesta fue demasiado rápida como para que el inspector García la creyera. Guardó silencio unos segundos, que Rafaela aprovechó para bajar la mirada y sacar una imaginaria mota de polvo de su roída camiseta.

-          Bien… así que no se le ocurre ninguna razón por la que su hermana quisiera desaparecer o por la que alguien la raptara.

-          ¡Raptar! No querrá usted decir…

-          ¡No, no! Por favor… desgraciadamente aún no sabemos si ha desaparecido por propia voluntad o no, por eso estamos investigando su entorno más cercano. ¿Todo iba bien en la vida de su hermana?

-          Que yo sepa sí, aunque ya le digo que no estábamos tanto juntas estos últimos tiempos.

-          Sí, la niña ¿no? – preguntó García.

-          Claro.

El inspector pensó que eso no debería ser algo que separase a dos hermanas, sino todo lo contrario. Viviendo tan cerca lo normal es verse más con la excusa de estar con su sobrina. Todo ello en circunstancias normales.

-          Bien. ¿En qué trabaja su marido?

-          Es marino. Pasa varios meses fuera.

-          ¿Sabe que su hermana ha desaparecido?

-          Pues no… ahora mismo está en Australia, llama solo una vez cada quince días, más o menos.

-          Bueno, señora – dijo el inspector levantándose – si se le ocurre alguna cosa que pueda ayudarnos  se lo agradezco. Llame a la comisaría y pregunte por mí.

-          Sí, sí, claro – Rafaela se levantó nerviosa. La niña seguía llorando.

García se dirigió a la puerta y en el último momento se giró hacia ella.

-          Su hermana lleva una semana desaparecida, cuantos más días pasen menores son las posibilidades de encontrar pistas fiables.

Rafaela lo miró con una expresión indescifrable.

-          Piense que cualquier cosa podría ser importante, aunque a usted no se lo parezca.

La duda se dibujó en la cara de la joven madre, pero sus labios permanecieron sellados.

Un tímido “adiós” fue lo último que escuchó el inspector antes de que la puerta se cerrara tras él.

lunes, 26 de noviembre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XVII-




 
 
                                                                        CAPÍTULO XVII
 
Es verdad eso que dicen que nunca se sabe cómo puede reaccionar uno hasta que se ve en la situación. Después de la ducha y de cambiarme empecé a ordenar mi antro. En una esquina coloqué la manta bajo la que dormía, y al lado una mesita desvencijada en la que puse los libros que mi captor me hizo llegar. Eran tres, una novela negra de serie B, La Isla del Tesoro y Don Quijote de la Mancha. Por esta selección no llegaría a saber nada más de mi captor de lo que ya sabía hasta ahora. Empezaría a leer la novela negra, quien sabe si el tipo ese se guiaría por ella para hacer lo que estaba haciendo conmigo… Lo que iba teniendo claro es que o bien por sentimiento de culpabilidad o bien porque era novato en esto, no tenía pensado hacerme daño. Decidí que eso me daba ventaja sobre él. Pero tampoco debía relajarme. Seguí ordenando. Ahora tenía el dormitorio cerca del viejo sillón, y éste justo debajo del ventanuco, para poder leer mejor y aprovechar las pocas horas de luz. La silla la situé cerca del espejo, para sentarme a reflexionar sin perder la noción de la realidad que me rodeaba. Mirar a través del espejo me haría fijarme en las cosas desde otra perspectiva, y quien sabe, a lo mejor conseguía encontrar alguna salida en la que nunca me habría fijado viendo solo a través de mis propios ojos. De repente algo brilló en mi mente. Fue un pequeño destello, una idea fugaz que me recorrió el cerebro en milésimas de segundo. Poco a poco la idea fue materializándose. Iba tomando forma y convirtiéndose en algo casi palpable a lo que aferrarme. Estaba claro que mi raptor me tenía que ver a través de algo, o bien una cámara de video o bien un agujero en alguna de las paredes del cuarto en el que estaba encerrada. Cualquier cosa que intentase hacer fuera de lo normal sería inmediatamente neutralizada. La certeza se apoderó de mí a medida que caminaba hacia el espejo. Mi figura avanzaba lentamente, como un gato al acecho, mientras se hacía cada vez mayor. Toqué la superficie suave y fría del cristal, centrando mi vista en los objetos que había dejado atrás. Veía perfectamente la manta, el sillón, hasta los libros… Fijé la mirada en mis pupilas mientras mi garganta gritaba sin mover los labios ni emitir sonido alguno: “estás ahí detrás, cabrón”.

lunes, 19 de noviembre de 2012

GLAMOUR FASHION NIGHT

La semana pasada, se celebró una noche de glamour en Vigo. Varias firmas organizaron un "fashion night" abriendo sus puertas hasta las doce de la noche con descuentos, invitaciones a bebidas, gominolas y sesiones de fotos. Es una buena idea para el comercio, tan de capa caída en los últimos tiempos. El mundo de la moda y complementos está en clara recesión, entre la subida del IVA y la caída del potencial económico de las familias. La que más y la que menos reciclamos el guardarropa de años anteriores, eso sí, adaptándolo a las tendencias de este otoño-invierno. Un collarcito de calaveras o unas tachuelas en los botines pueden darle el toque "in" al estilismo del día a día. En cuanto a la noche, aceptemos los "brillos" como gran protagonista, y siempre, unos taconazos, aunque acabemos con ellos en la mano...
¡Acompañadme a la noche más "glamurosa" del año!

 
La modelo y actriz Diane Kruger preside la portada de la revista con la que El Corte Inglés y otras firmas respaldaron la fashion night del pasado 15 de noviembre. La lluvia nos acompañó por nuestro recorrido por tiendas de sobra conocidas que se aunaron para hacer repuntar el sector a pocas semanas de la llegada de la temporada Navideña.



Una speaker vestida con un modelo en tonos dorados que dejaba al aire uno de sus hombros nos dió la bienvenida a la tienda del El Corte Inglés de la calle Urzáiz relatando, micro en mano, la oportunidad de aprovechar una noche llena de glamour para actualizar nuestro armario o por lo menos echar una ojeada a las nuevas tendencias con una copita de cava haciéndonos compañía ;o)


En la zona de Sfera nos ofrecieron la primera copa y unas gominolas, empezando por ahí nuestra visita por el local.


Un joven dj amenizaba la zona Jacks and Jones, de reciente aparíción en la tienda, ya que anteriormente solo estaban firmas como Only o Desigual. Y es que ellos también tienen derecho a tener su firma de moda, aunque me gustaría que algún representante se animara a convencer a las tiendas que comercialicen también la versión femenina!


Repusimos fuerzas con otra copita y un puñadito de moras de azúcar y seguimos...




La ropa estaba muy bien colocada en las distintas zonas y firmas de la tienda, para intentar llamar la atención de los clientes. Tanto las prendas como los complementos llamaban la atención por el colorido y los brillos tan de moda este otoño. El color azul petróleo y el berenjena combinan muy bien en este rincón de Tintoretto.
Agarramos el paraguas y nos fuimos a la siguiente tienda...


Allí nos esperaba un photocall montado en la entrada para aprovechar y sentirnos parte del glamour que nos rodeaba. Estuvimos un ratillo hablando con una dependienta, que nos comentaba apenada la mala organización del evento. En Stradivarius no había ningún tipo de descuento ni detalle para los clientes, con lo que es verdad que el ambiente era menos animado que en El Corte Inglés.


Entramos en Desigual, donde nos recibió una dependienta que nos obsequió con una colorida bolsa con el logo de la firma. Como siempre, no me decepcionó la colección de esta temporada, yo misma iba vestida con un modelo de la colección de verano del Circo del Sol.


En la entrada del local una chica te hacía la manicura gratis, pero no aprovechamos a arreglarnos las uña porque se estaba haciendo tarde y aún nos quedaban locales por visitar. Además de la manicura, la tienda tenía un porcentaje de descuento en prendas seleccionadas.
Tocaba entar en Mango!



Mango montó un stand con bebida de Malibú con piña. Fue muy agradable visitar la tienda con una copita de sabor tropical, para contrastar con la lluvia y el tiempo invernal de la calle. La tienda estaba muy bien iluminada y mi amiga y yo aprovechamos para recorrerla. Ella se compró un par de prendas y yo repetí bebida mientras comentaba con los chicos, que venían de Madrid para el evento, si en la capital el seguimiento de las fashion nights es mayor que aquí. Me contestaron que dependía de la zona y el tipo de tiendas, pero que aún no era un fenómeno muy seguido porque, y en eso llegamos a la misma conclusión, muchos comercios no aplicaban ningún tipo de descuento durante la velada, como fue precisamente el caso de Mango.


Nice Things nos recibió con una mesa alargada preciosa, con un lateral lleno de velas y varios benjamines enfriando en dos cubiteras.

 
 

Me llamaron mucho la atención los complementos, muy coloridos y variados. La colección de ropa otoñal combinaba de maravilla con los bolsos, carteras, collares y todo tipo de adornos para hacer más alegre la entrada al invierno.


El panel de la entrada, repleto de adornos y complementos de la tienda, era muy llamativo y no pude evitar sacarle una foto. La decoración, un poco vintage, coordinaba a la perfección con el resto de la tienda.
Y aquí acabó nuestra ruta. No pudimos entrar en Blanco porque ya estaba cerrado... Parece ser que fue una locura porque estaba todo al 40%, y que este superdescuento previo a la campaña navideña se mantuvo durante el fin de semana. No pude ir, así que creo que de esta vez me he perdido la oportunidad de comprar algún capricho a buen precio. Espero que eventos como este se repitan con el buen gusto de esta vez, aunque eso sí, con mayor empuje publicitario y ofertas!










viernes, 16 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: CAPÍTULO VII -FINAL-


 
La oscuridad invernal se cierne sobre el cementerio. Empieza a silbar un viento fuerte que revuelve el cabello de la mujer enredándoselo en el velo. Ya no llueve, pero la temperatura ha descendido varios grados.

Cuando llega a casa y se mira al espejo ve que las lágrimas han dejado un surco en su maquillaje. Esa noche sus sueños son muy agitados. Un hombre del que no distingue más que una silueta la sigue por una calle solitaria y oscura. El viento no la deja avanzar todo lo rápido que quiere, y la distancia se va acortando poco a poco entre ellos. El paisaje a su alrededor no varía a pesar de que no para de correr. De repente solo ve tumbas abiertas. La tierra alrededor de las lápidas está revuelta, como si todos los difuntos hubieran decidido salir de su eterno lecho a la vez. El hombre se para, y ya no oye pasos tras ella aunque lo ve en la lejanía. Se acerca a las lápidas y nota los pies enterrarse hasta los tobillos en los montones de tierra hedionda y húmeda. Inclina la cabeza sobre los agujeros, pero no puede ver más que el vacío y la oscuridad. No sabe porqué, corre frenética buscando una tumba en concreto. Las letras de los epitafios están borradas, así que tiene que mirar los agujeros uno por uno. Una corriente de viento helado le traspasa los huesos. El hombre sigue acechando a lo lejos, totalmente quieto. Desesperada, llora sobre cada una de las tumbas, y al caer al suelo, cada lágrima se convierte en una rosa de intenso color rojo y brillantes pétalos. No le queda más que un agujero por revisar. Se inclina todo lo que puede, hincando las rodillas en la pútrida tierra que rodea el hoyo y sintiendo ramalazos de un miedo gélido que le hace tiritar. No ve nada, pero está convencida de que esa es la fosa que está buscando. De repente una fuerza la empuja y cae al más horrible de los vacíos.

 

En un bar-hostal perdido en Italia, una mujer intenta seguir los pasos de su hijo adoptivo fallecido hace dos años. Un cartel de “se traspasa” cuelga solitario, balanceándose con la brisa matinal. La mujer pasea por los alrededores, en el lugar que, según los informes policiales, fue el último en el que vieron vivos a su hijo y a los chicos que iban con él. De repente le parece ver movimiento detrás de una de las ventanas del local. A pesar de que está cerrado con llave intenta forzar la puerta para averiguar si hay alguien dentro que le pueda decir donde encontrar al antiguo dueño. Rodea el edificio y ve una ventana medio abierta por la que se cuela decidida. Dentro está muy oscuro y huele a polvo y humedad. Está en la zona de la cafetería. Escucha un ruido. Gira la cabeza y algo le llama la atención en la barra. El cielo se empieza a nublar y el estruendo de una tormenta que se acerca no  logra distraerla de un objeto que emite destellos en el suelo. Le es imposible reparar en la sombra sin cara ni forma que se va acercando sigilosamente por su espalda mientras ella observa fascinada la pequeña y brillante bola de color rojo.

 

FIN

miércoles, 14 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE VI


 
Dos bolas de cristal brillan en la palma de su mano. Una emite una luz rojiza y la otra una luz blanca. Antón levanta la vista y nota la impaciencia dibujada en la cara de aquel misterioso hombre. “Debes elegir una”, le dice, “pero has de saber que la roja te permitirá volver allí de donde has escapado y salvar a tu amiga, y la blanca seguir un nuevo camino a partir de este momento”. Antón alza rápidamente su mano hacia la bola blanca, pero el hombre le detiene. “Piénsalo bien, no sabes qué os puede pasar a partir de ahora”. Rojo de ira y agotado por las últimas horas vividas, Antón le grita que quien es, si es acaso el demonio que les ha atacado en el pueblo, que va a denunciarle a la policía y varios improperios más. En ese momento escucha a Paola llamarlo por su nombre desde la furgoneta y cuando se gira para seguir insultando al dueño del bar descubre que éste ya no está. Pero sí están las bolas, brillando aún con más intensidad encima del mostrador. Las agarra junto con la bolsa y corre a la furgoneta. No se da cuenta de que una de las bolas cae al suelo. El brillo se apaga y se convierte en una simple bolita de cristal más.

Luca pone la furgoneta en marcha y Antón intenta por todos los medios convencerlo de no ir al pueblo fantasma. Le habla de que ha tenido un sueño premonitorio, pero solo consigue que sus amigos se rían de él. Luca sigue conduciendo mientras bromea imitando al dueño del bar y sus maneras misteriosas, y Paola le sigue el juego. Esto hace que Antón se vaya enfadando cada vez más, sobre todo con la actitud prepotente de Luca. Indignado por la respuesta de sus amigos le pide a Luca que pare la furgoneta y le deje bajar, pero el chico dice que ni hablar, que no sea estúpido y no les amargue el viaje. Paola intenta calmar los ánimos. Antón le agarra el hombro a Luca, obligándole a dar un volantazo. Paola aparta el brazo de Antón y le grita a Luca que disminuya la velocidad, pero éste, sin dejar de insultar a Antón, se gira para golpearle. En un solo segundo el mundo gira vertiginosamente. Tres cuerpos se mueven sin control como si estuvieran en el tambor de una lavadora, mientras la furgoneta da varias vueltas de campana y se aparta de la carretera hacia un terraplén de varios metros de desnivel. Uno de los cuerpos sale despedido por una de las ventanillas mientras el auto choca salvajemente contra un grupo de árboles.

No será hasta un par de días más tarde cuando los encuentren. Dos de ellos están reducidos a cenizas por culpa de la explosión del tanque de gasolina, y al otro lo descubren en unos matorrales, bastante alejado de la furgoneta y de sus otros dos acompañantes. Un forense determina que la muerte fue instantánea para los tres.

 

SEPTIEMBRE

La familia de Antón se agolpa en el nicho donde éste pasará toda la eternidad. La lluvia les cala hasta los huesos porque el tiempo había cambiado de repente y nadie traía paraguas. Los sollozos de la madre de Antón acompañan el golpeteo de las gotas de lluvia sobre la caja de madera. Este era el final de tantos días de angustia y espera hasta poder recuperar el cuerpo de su hijo y enterrarlo en Madrid. Se siente culpable por no haber evitado que se fuera a aquel viaje, o por no obligarlo a ir acompañado, al menos. Las explicaciones de las autoridades italianas le habían dejado fría y temía no llegar nunca a saber porqué todo había acabado de esa manera. Compartía el dolor de las familias de los chicos italianos fallecidos, pero en el fondo les culpaba por no haber cuidado de sus hijos correctamente y que Antón corriera la misma suerte que ellos.  

Cuando todos se alejaban al acabar el entierro, la madre de Antón divisó bajo la lluvia una sombra medio escondida detrás de unas lápidas. Le hizo un gesto a su marido de que fuese yendo al coche y se acercó a ella. No le hizo falta acercarse demasiado para darse cuenta de quién era.

-         Qué haces aquí – le dijo a la sombra.

-         Tengo derecho a decir adiós a mi hijo – le contestó ésta a través de un velo.

-         Solo lo pariste y lo abandonaste, no era tu hijo.

-         Me lo quitaron, no lo abandoné. Y tú le has contado que estaba muerta.

-         Era lo mejor para él, ya lo sabes. De todas formas nunca falté a mi promesa de irte informando periódicamente de cómo estaba.

-         ¿Tienes lo que te pedí?- preguntó la sombra.

-         Sí, era lo único que llevaba encima cuando lo encontraron. Nunca se lo había visto, pero si es importante para ti puedes quedártelo – la sombra agarró ansiosa el objeto que la otra mujer le entregaba.

Cuando la madre de Antón se giró para irse, tuvo unas últimas palabras para aquella mujer que había vivido a la sombra todos aquellos años.

-         Parece que, finalmente, ninguna de las dos hemos sabido cuidar de él – luego se marchó corriendo hacia el coche, donde le esperaba su marido y una nueva y dura vida sin el niño que había criado como si fuera suyo.

 La mujer del velo palpa la bolsita. Casi con miedo de descubrir lo que hay dentro, la abre. Las lágrimas se agolpan en sus ojos, nublándolos de tal manera que casi no percibe la débil luz blanca de una pequeña bola de cristal que brilla en la palma de su mano.

Ahora está segura de que su hijo, al igual que hizo ella en su momento, decidió no volver al pasado para corregir una mala acción y optó por la nueva alternativa en un mundo paralelo.

Cierra los ojos mientras recuerda como si fuera este mismo instante, la noche que abandonó a su pequeño bebé a las puertas de un orfanato. En una cestita de mimbre y envuelto en una manta con el nombre de Antón bordado, su hijo la mira con unos ojos terriblemente grandes y despiertos. Sin pensarlo dos veces se aleja corriendo hacia la oscuridad. Amparada por la noche ve una luz encenderse mientras alguien abre la puerta del orfanato y recoge la cesta. Intenta poner la mente en blanco y no pensar en aquellos bracitos y en aquella boquita pegada a su pecho. No puede evitar intentar ver a su hijo por última vez y se acerca de nuevo al orfanato. A través de una ventana es testigo de una terrible escena. Dos monjas discuten de forma acalorada, señalando constantemente la cesta donde Antón llora congestionado. La conversación sube de tono y ve horrorizada como una de las monjas coge un cojín y lo aprieta sobre el niño ante la mirada espantada de su compañera. El tiempo se detiene. Ha dejado de oírse el llanto del bebé. Las monjas miran a su alrededor y cierran inmediatamente la persiana de la ventana desde la que una madre acaba de contemplar el asesinato de su hijo. Nota la sangre congelarse en sus venas.

 De repente se despierta. Se encuentra en el destartalado garaje donde ella y el grupo de ocupas al que se unió viven desde hace un par de meses. Nota el vaho salir de su boca, y sólo la tibieza de su bebé mamando de su seno la distrae de las bajas temperaturas. No entiende qué ha pasado, ni porqué su bebé ha vuelto a sus brazos en lugar de estar bajo un almohadón, inerte, en la sala de un orfanato. Alguien la observa. Es uno de sus compañeros, que se había unido a su grupo el día anterior. Le entrega algo. Sucumbiendo al magnetismo de su mirada acepta el saquito y saca dos bolas brillantes. Con voz serena pero firme, el joven le explica que si escoge la bola roja tendrá la opción de cambiar el pasado y no abandonar a su hijo, y que si elige la blanca el presente seguirá su incierto rumbo. Ella escogió la bola blanca, pero ahora se da cuenta de que no había sido lo correcto. Intentó engañar al destino, pero el destino se había cobrado su víctima igualmente. Rememora la época más dura de su vida, cuando hizo lo imposible para quedarse con Antón. Fueron días de rechazo y decepción. Solo encontraba puertas cerradas ante ella, incluso las familiares y las  de aquellos que alguna vez había creído sus amigos. Así que cayó en la desesperación y se sumergió de nuevo en las drogas hasta que el departamento de  asuntos sociales intervino quitándole a su hijo y enviándola a ella  a un centro de desintoxicación. Pasaron meses hasta que pudo volver a ser persona, y se dedicó, bien lo sabe Dios, a intentar recuperar al niño. Pero éste estaba en una casa de acogida, con una familia adinerada. Después de un tiempo de lucha por intentar conseguir la custodia finalmente tiró la toalla, resignándose a que quizá aquella familia era la mejor opción para Antón.

Para ella la salvación llegaría un año más tarde, cuando se casó con un enfermero del centro y pudo empezar una nueva vida. Nunca le habló del niño, aunque estuvo a punto de hacerlo cuando le diagnosticaron una atrofia que le impediría tener más hijos. Un día fue a hablar con la madre adoptiva de Antón a intentar convencerla para que la ayudara a recuperarlo, pero era demasiado tarde. Solo consiguió de la mujer una promesa de mandarle cartas periódicamente sobre la evolución del niño. Las lágrimas velaron su mirada, y se prometió que serían las últimas que derramaría por él. Cuando estaba aparcando el coche en el garaje de su casa le pareció ver una sombra detrás de una columna. Al llegar a ella no vio a nadie, pero un pequeño destello llamó su atención desde el suelo. Recogió la pequeña bola roja y la unió a la blanca que todavía conservaba dentro de la bolsita, perdida en el fondo del cajón de su mesilla de noche.

martes, 13 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE V


 
Antón bracea desesperado, haciendo que buena parte del maloliente líquido desborde fuera de la bañera. Intenta agarrarse al borde, pero los nervios le traicionan y se resbala continuamente de manera que su cabeza nunca acaba saliendo a la superficie. Chapotea frenéticamente procurando no marearse por la falta de aire puro. Nota fuertes arcadas que torturan su estómago, y cuando las fuerzas empiezan a fallarle, algo o alguien lo saca de la asquerosa bañera y lo tira al suelo violentamente. Inmediatamente empieza a  presionar su esternón haciendo que vomite restos de líquido y de la poca comida que haya podido quedar en su estómago durante las últimas horas. No es capaz de abrir los ojos y los accesos de tos son tan seguidos que teme expulsar los pulmones por la boca. Lo primero que ve cuando abre los ojos es la cara de Paola. Su expresión es de preocupación y sus ojos tienen la misma mirada de pánico que la de Antón. Éste no es capaz aun de oír lo que le está diciendo, pero por la urgencia de su tono entiende que le está apurando para salir de allí. Se levanta con mucha dificultad y necesita apoyarse en ella para dar los primeros pasos. Paola susurra como una demente mientras tira de él hacia una esquina de la habitación. La frase “todos están muertos” sale de su boca  una y otra vez de forma que Antón la escucha como si de un eco se tratara. Sin tiempo para alegrarse por encontrarse con su amiga, Paola se inclina sobre el suelo y aparta con movimientos rápidos una pesada alfombra que llena de polvo el ya cargado ambiente de la sala. Increpa a Antón para que le ayude a levantar la puerta de una trampilla escondida en el suelo, pero éste no es capaz casi ni de respirar. Le palpita la cabeza y le duele la cara de manera espantosa. Braceando por salir de la bañera se golpeó brazos y piernas, así que ahora solo es capaz de arrastrarse hacia el agujero que su compañera acaba de dejar al descubierto con mucho esfuerzo. Paola ayuda a Antón empujándolo para que se deslice por la rampa que da a algún lugar del subsuelo, pero en el momento en que ella está a punto de seguirle desaparece como si algo la absorbiese. Antón, aterrado por la idea de que aquello que le había atacado volviera a cebarse con él, agarró un extremo de la alfombra que había apartado Paola y se tapó, intentando esconderse así de la vista de aquel demonio asesino. Se encogió en posición fetal y, temblando, escondió todo lo que pudo la cabeza entre las rodillas, sin atreverse casi a respirar. La parte más racional de su cerebro le decía que se dejase resbalar y fuera a dar lo más lejos posible del horror que había vivido, pero la parte que gobernaba sus sentimientos le reprochaba su actuación cobarde. Paola le había salvado de morir ahogado, jugándose la vida para ayudarlo a escapar, y ahora él se encontraba temblando como un bebé, sin ser capaz de mover un dedo por su amiga. Sabía que cada segundo que pasara era importante, y la imagen de sus compañeros de viaje colgando de una cuerda le machacaba la mente como si de un mismísimo martillo se tratara. Finalmente se impuso su instinto de supervivencia y, tratando de convencerse de que sus músculos actuaron por voluntad propia y en contra de sí mismo, se dejó caer al vacío.

 

AMANECER

Antón se despierta aturdido. Se encuentra desayunando, preparando con calma sus tostadas, untándolas con la maravillosa mantequilla casera que les ofrece el dueño del bar donde habían parado a dormir. No da crédito a lo que ve. Ya no está en ningún agujero, y ha desaparecido el dolor de cabeza y de todo el cuerpo. Suelta el cuchillo de untar y se palpa la nariz, descubriendo que no está rota. Paola y Luca están tomando café tranquilamente. Se encuentran en perfectas condiciones. Se pregunta donde estarán  Marco y María, pero de repente se acuerda de que decidieron irse y no visitar el pueblo fantasma. Las imágenes pasan por delante de sus retinas como diapositivas a toda velocidad: la lluvia, el encontrarse solo de repente, la casa vieja, la bestia sin cara que le golpeó salvajemente y colgó a sus amigos, la bañera llena de (estaba seguro) la sangre de otros desgraciados, Paola, su decisión de no ayudarla… la miró fijamente hasta que ella, confusa, le devolvió la mirada con un gesto de interrogación. Le preguntó si le pasaba algo, pero la vergüenza hizo que Antón bajase la cabeza y contestase con un débil “no, nada”. El sol brillaba a través de la ventana, y Luca se aventuraba a hablar sobre lo que se encontrarían una vez que llegasen al pueblo, bajo la atenta mirada del dueño del bar.

Por primera vez Antón se fijó en él. Bajo y de facciones corrientes, nada hacía ver algo especial en sus gestos, aunque algo le decía que aquel hombre escondía algo. En ese momento estaba esperando a que acabasen de desayunar, apoyado sobre ambas piernas y con las manos en los bolsillos. Sus miradas se encontraron y Antón notó como si una luz le perforase el cerebro. No pudo sostener su mirada por mucho tiempo. Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir el hombre ya no estaba. Antón intentó relajarse y pensar que todo lo que había pasado no era más que una horrible pesadilla. No muy convencido, sigue a sus amigos hacia la furgoneta para marcharse de allí lo antes posible e intentar convencerles de volver a casa rápidamente, pero algo se lo impide. El dueño del bar, que apareció como de la nada, le agarra del brazo y se deja llevar por él hacia el rincón de la barra donde ya sabía que irían. Aterrado por todo lo que estaba reviviendo, fijó sus pupilas en las del hombre y pudo ver en ellas que lo que había soñado se iba a volver realidad inevitablemente. Temblando, recoge la bolsita que le entrega. El hombre le hace un gesto de asentimiento y Antón la abre.

lunes, 5 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE IV



 
NUEVE DE LA NOCHE

Antón se despierta sobresaltado. Le ha parecido oír un ruido. En estos momentos la tormenta está justamente encima de la casa, pero lo que ha oído no tiene nada que ver con el tiempo. Se levanta poco a poco y se frota las rodillas, entumecidas por la postura de las últimas horas y la humedad. Vuelve a oír el ruido. Parece como si alguien estuviese arrastrando algún mueble en alguna zona del piso superior. Se dice a sí mismo que es imposible, que seguramente su imaginación le está traicionando. Se está sacudiendo los restos de ceniza de los pantalones cuando vuelve a oír un ruido, esta vez más fuerte. Es como si un armario se hubiera caído al suelo. El miedo le deja paralizado, pero enseguida se da cuenta de que la lluvia y el viento deben estar provocando más estragos en la casa. La oscuridad no le deja más que intuir donde están las escaleras, aunque no piensa subirlas. El estado ruinoso de toda la construcción podría hacer que éstas se deshiciesen nada más pisar algún escalón. La desesperación se apodera de él, y un ramalazo de angustia le recorre el cuerpo. Se dirige a la puerta con la idea de salir de allí, pero en ese momento escucha un susurro. No se atreve a girar la cabeza hacia el sonido. Juraría que proviene de algún sitio muy cercano a él. Se tapa los oídos y se encamina de nuevo hacia la chimenea, pero una sombra se le cruza justo delante, seguida por una ráfaga de aire helado. Antón empieza a temblar y nota que sus músculos no le responden. Eleva una mano al frente comprobando que nada se ha interpuesto en su camino, y en ese instante algo le agarra por los pelos y lo tira hacia la pared provocando un ruido tremendo y que cientos de astillas salgan por los aires. Pierde el conocimiento durante unos segundos, pero cuando intenta levantarse siente otra vez que una fuerza le empuja de nuevo hacia la pared y lo mantiene contra ella fuertemente agarrado por el cuello. Su garganta está atrapada por algo que no le deja respirar, así que comienza a emitir jadeos y a pedir ayuda de forma ininteligible. Otra fuerza le golpea una mejilla y nota que el hueso de la nariz estalla dentro de su cabeza. El dolor se hace insoportable, y Antón se deja vencer por el pánico. Bracea y patalea incontroladamente, intentando liberarse de su agresor, aunque sus esfuerzos son en vano. Cuando pensaba que soltaría el último aliento escucha un grito e inmediatamente la fuerza lo suelta, haciéndole caer como un bulto inanimado. Atontado por la falta de oxígeno, casi no se da cuenta de cómo le arrastran por los pies, ni de cómo lo suben por las escaleras mientras su cabeza va golpeando los escalones uno a uno.

 

MEDIANOCHE

Antón abre los ojos lentamente. Un líquido espeso, seguramente sangre, se le mete entre los párpados y le impide ver lo que hay a su alrededor. El dolor en la nariz es tan intenso que se extiende a toda la cabeza. Intenta levantarse pero no es capaz. Los brazos le fallan, y casi no siente las piernas. Logra erguir la cabeza y lo que ve le hace emitir el grito más aterrador que jamás se haya escuchado.

Antón se encuentra ante un escenario dantesco. Delante de él están colgadas por el cuello dos personas, balanceándose suavemente. Solo distingue sombras, pero lo suficientemente claras para darse cuenta de que no pueden estar vivas. Sin embargo escucha gemidos procedentes de algún rincón de la sala donde se encuentra. Se frota los ojos y busca la puerta desesperadamente, pero descubre horrorizado que tanto ésta como la única ventana que ve están tapadas con tablas clavadas a los marcos. De repente es consciente del olor hediondo de la sala. Se levanta en un acto reflejo y se lanza hacia la puerta, intentando arrancar las maderas sobre ella. Se hace daño en los dedos, y nota cómo varias uñas se le rompen en un esfuerzo desesperado por meterse entre las rendijas de las tablas claveteadas. En ese momento vuelve a notar la fuerza que le agarra de la camiseta por la espalda y le lanza bruscamente hacia el suelo. Su cabeza choca con los pies de uno de los colgados, y una zapatilla deportiva le cae encima de las piernas. Enseguida reconoce el calzado. Es de Luca. Su cara ya no puede expresar más horror cuando alza la mirada hacia el cuerpo que cuelga sobre él. Las cuencas sin ojos de su amigo le miran desde las alturas, y un chorro de saliva que le cuelga de los labios le cae en las manos, quemándole como ácido puro. Dirige su vista hacia el otro cuerpo, temiéndose lo peor, pero el que está al lado de Luca no es el cuerpo de Paola, sino de Marco, su otro compañero de viaje que junto a su novia María, se habían marchado haciendo autostop antes de llegar a aquel pueblo maldito. Antón hunde la cabeza entre las manos y comienza a llorar inconsolable. De repente se levanta como un poseso y girando sobre sí mismo se coloca en posición de ataque, gritando improperios hacia la fuerza que le ha atacado varias veces y que se supone que ha colgado a sus amigos. Enajenado y medio cegado por las lágrimas recorre toda la sala buscando al responsable de aquella sinrazón, pero nada responde a sus amenazas e insultos. Agotado y desesperado, se dirige hacia los cuerpos e intenta descolgarlos, llamándoles por sus nombres. Tampoco en este caso obtiene respuesta alguna ni encuentra la manera de soltarlos. Completamente abatido camina hacia atrás para apoyarse en la pared más cercana, pero de nuevo algo le impide avanzar. Se gira bruscamente y un olor intensamente fétido llena sus fosas nasales. Pierde la conciencia por unos segundos mientras su cuerpo desmadejado se hunde en una bañera desbordante de un líquido espeso y oscuro.

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE III



SIETE DE LA TARDE

Las nubes habían cubierto el cielo de una densa capa gris plomo. Enormes cúmulos se movían frenéticamente convirtiendo los restos del pueblo en un vaivén de sombras de formas terroríficas. Estaba empezando a llover, y gruesas gotas caían como pequeños cristales transparentes sobre el cuerpo de Antón. Acurrucado debajo de la marquesina de lo que debió haber sido el ayuntamiento del pueblo, notaba un charco formándose alrededor de él. Ya no sentía las lágrimas caer por su mejilla, confundidas con la lluvia resbalando por su cabeza, ni el frío que atenazaba sus extremidades. La oscuridad campaba ya a sus anchas y miles de sonidos extraños resonaban en los tímpanos de Antón.  Totalmente empapado decidió moverse para tratar de entrar en calor. Ya nada podía hacer más que pasar la noche dentro del edifico en mejor estado que encontrara. El problema es que casi no podía andar entre los charcos de agua y barro que se formaban rápidamente por todas las callejuelas. Divisó a lo lejos un pequeño otero coronado por una extraña construcción y corrió hacia allí. A cada paso temía hundirse en el lodo y desaparecer como si se tratasen de arenas movedizas. Llegó sin resuello a la loma y haciendo visera con las manos para desviar el agua de lluvia de sus ojos fijó la vista en el pequeño edificio que tenía a pocos metros. Parecía una vieja casa de estilo antiguo, de dos plantas y en estado ruinoso. Antón permaneció de pie delante de la puerta un buen rato, con el agua calándole los huesos. Dudaba si entrar o no. La oscuridad y la densa lluvia dibujaban un paisaje fantasmagórico a su alrededor, provocándole ganas de llorar de impotencia y miedo. Ninguna de las construcciones del pueblo se encontraba en tan relativamente buen estado como la que tenía delante, y estaba claro que tenía que refugiarse en algún lado. Sin pensarlo más, dirigió sus pasos hacia la puerta de la casa que, como la boca de un enorme monstruo imaginario, le daba una dudosa bienvenida.

El esfuerzo de empujar la pesada puerta de madera maciza lo dejó exhausto. Dentro solo reinaba la oscuridad, interrumpida de vez en cuando por los relámpagos que anunciaban que se acercaba una tormenta. Lo primero que notó fue una ráfaga de aire frío que le empujó con tal fuerza que casi le hace caer. Miles de sombras bailaban dentro de una estancia de grandes dimensiones que parecía haber sido el elegante salón de una casa lujosa. Antón se quedó inmovilizado de miedo. Sus ojos trataban de acostumbrarse a la oscuridad para identificar lo antes posible los objetos que le rodeaban. Intentó tranquilizarse y respirar hondo. Por lo menos estaba bajo techo. Escuchaba la lluvia golpear fuertemente los restos de las ventanas y las paredes, y se intuían cientos de goteras repiqueteando sobre el suelo de baldosas. Antón empezó a andar cauteloso y con los brazos estirados al frente para evitar chocar con algún objeto indeseado. A cada resplandor de los relámpagos aprovechaba para avanzar hacia el lugar más seco y seguro que encontrara, sobresaltándose con los nuevos ruidos que detectaba cerca de él. Finalmente le pareció entrever una chimenea y se dirigió hacia ella. Había rescoldos y restos de madera carbonizada, pero estaba seco y a salvo de las corrientes de aire. Antón sollozó mientras su cuerpo temblaba de frío y miedo. Su mente retrocedió varios años, cuando sus padres le contaron que era adoptado y que su madre biológica, una drogadicta que lo había abandonado en una casa de acogida en Galicia cuando solo tenía un mes, murió sin querer saber nada de él. Ese día se planteó cual habría sido su suerte si en lugar de haber sido adoptado hubiera permanecido con su madre. Sin embargo era hoy cuando realmente se daba cuenta de todo lo que su familia adoptiva había hecho por él. Nunca le había faltado de nada, ni lujos ni comodidades, y ahora valoraba de verdad todo aquello. Era consciente de que no todo el mundo vivía como él, pero se consideraba bien pagado por el hecho de haber sido abandonado.

miércoles, 31 de octubre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE II



DE MADRUGADA

Antón no lograba dormirse. La cama era incómoda y notaba humedad en toda la estancia. Paola respiraba acompasadamente a su lado, como si todo lo sucedido no le hubiera afectado, pero Antón temblaba de indignación. De los cinco que comenzaron la excursión solo quedaban tres, Luca, Paola y él. Los otros dos, una pareja, se habían marchado haciendo autostop, enfadados por las divergencias de opinión. La discusión entre ellos y Luca había sido tan acalorada que Antón temió que llegaran a las manos. Ellos insistían en volver y buscar otro destino, pero Luca se empeñaba en ir al pueblo elegido inicialmente. El problema había surgido cuando el dueño del bar donde habían cenado les comentó que el famoso pueblo había sido abandonado después de una fuerte riada, y que eran muchas las habladurías sobre gente que había ido a visitarlo y nunca más se les había vuelto a ver… A Luca le brillaron los ojos de emoción ante estos comentarios, pero no así al resto. El hombre les aconsejó otros lugares cercanos donde seguramente verían cosas más interesantes, como monolitos y restos muy antiguos, pero Luca insistió en que les indicase por donde ir al pueblo fantasma. Se sometió la decisión a votación y, para sorpresa de Antón Paola, que había estado callada hasta el momento, votó por ir al pueblo abandonado. Así que tuvo que apoyarla, para evitar darle ventaja a Luca, ya que estaba seguro de que a éste  le gustaba Paola. Al día siguiente se levantarían temprano para visitar el dichoso pueblo, y Antón esperaba que no hubiera mucho que ver y marcharse de allí lo antes posible.

 

OCHO DE LA MAÑANA

El desayuno transcurrió en silencio. Antón preparó con calma sus tostadas, untándolas con la maravillosa mantequilla casera que les ofreció el dueño del bar. No había nadie más sirviendo, por lo que Antón intuyó que el hombre no tenía empleados ni muchas visitas en general. Miró a sus amigos y no vio atisbo de inquietud en ninguno de ellos, pero tampoco estaba ya presente la alegría con la que habían iniciado el viaje. Paola le miró y sonrió, haciendo pensar a Antón que la decisión de quedarse con ella había sido la mejor decisión de su vida. Al acabar el desayuno se dirigieron a la furgoneta, pero el dueño del bar agarró inesperadamente el brazo de Antón, algo rezagado de sus compañeros, y con un gesto le indicó un rincón cerca de la barra. Una vez allí le miró fijamente y le tendió una mano con el puño cerrado. Antón cogió lo que el hombre le entregaba, un pequeño saquito de terciopelo negro. Iba a preguntar qué era, pero el hombre pegó un dedo a su boca en señal de silencio. En ese momento escuchó como Paola le llamaba y notó como el misterioso dueño del bar le empujaba hacia la furgoneta. Antón se metió el saquito en uno de los bolsillos traseros del pantalón y se encaminó hacia sus amigos.

 

DIEZ DE LA MAÑANA

Por fin se veía a lo lejos la silueta de lo que se supone que sería el pueblo. A pesar de la luz de la mañana se intuían solo sombras y formas grotescas. Se pararon a contemplarlo desde lejos. El sol brillaba en donde estaban, pero por la zona del pueblo se perfilaban unos nubarrones oscuros que presagiaban tormenta. Luca comentó que la predicción meteorológica no decía nada de que fuera a llover, así que seguramente serían nubes pasajeras. Antón no estaba tan seguro.

A medida que se iban acercando a las casas el cielo se oscurecía. Los rayos de sol que les acompañaran durante el viaje habían desaparecido por completo. La electricidad se palpaba en el ambiente y Antón notaba como se le erizaba el vello de los brazos y la nuca. Un mal presentimiento se apoderó de su ánimo, y su corazón empezó a palpitar sin control. Agarró la mano de Paola y sin darse cuenta la apretó tanto que ésta hizo un gesto de dolor. No se atrevía a contarles a sus compañeros lo mal que le hacía sentir ese lugar, así que intentó dibujar una sonrisa mientras se admiraba de la entereza de Luca y Paola.

Había tanta humedad que los zapatos chapoteaban en el barro. Las montañas que se veían al fondo no debían permitir que el sol incidiera sobre las casas durante muchas horas al día, por lo que algunas callejuelas estaban totalmente anegadas. El dueño del bar tenía razón: no había nada que ver allí, salvo quizá los restos de las viviendas que habían sido destruidas por la riada y estaban literalmente enterradas hasta el tejado y rodeadas de lodo. Decidieron que se quedarían hasta después de comer los bocadillos que les había preparado el hombre del bar y que luego se irían de allí.

 

DOS DE LA TARDE

Habían escogido un rincón más o menos soleado para sentarse a comer. Ahora estaban los tres tumbados, charlando sobre la mala idea que había sido visitar aquel pueblo. Los ánimos habían mejorado algo y Antón estaba contento de que por fin iban a abandonarlo y olvidarse de él, como había hecho el resto del mundo. Cerró los ojos e inspiró fuertemente, intentando llenar sus pulmones del aire fresco que les rodeaba.

 

CUATRO DE LA TARDE

Antón miró la hora en su reloj y dudó de lo que sus ojos veían. Se encontraba solo, echado sobre la manta. Lo primero que se le vino a la cabeza fue que se quedó dormido y sus amigos aprovecharon para dar una última vuelta antes de marcharse de allí. Le dio rabia que no lo hubieran avisado, y que Luca aprovechase la ocasión para intimar con Paola. Se levantó frotándose el cuerpo aterido de frío con las palmas de las manos, recogió la manta y se dirigió al lugar donde habían aparcado la furgoneta. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que no estaba donde la habían dejado. Un sudor frío le recorrió el espinazo. En un principio se negó a pensar que le habían abandonado. No podía ser. Seguramente habrían ido a algún sitio con ella, y pronto volverían. Sin embargo algo le decía que las cosas no iban del todo bien

 

SEIS DE LA TARDE

Antón vagaba por todas las callejuelas del pueblo. Se lo conocía ya palmo a palmo. Su nerviosismo iba en aumento y miraba el reloj cada dos minutos. Con la furgoneta se habían llevado su mochila y su teléfono móvil. Estaba totalmente incomunicado y a unos ciento cincuenta kilómetros del pueblo habitado más cercano. Empezaba a preocuparse de verdad. La cabeza le daba vueltas y siempre llegaba a la misma conclusión: algo les había pasado a sus amigos y no iban a volver a por él.

 

(Seguirá…)

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE I


Quizá creas que por estar sentado en tu sofá, con la puerta de tu casa bien cerrada, estás a salvo de cualquier cosa que venga del exterior y pueda perturbar tu tranquilidad. Ah, qué equivocado estás, querido lector… Ahora mismo lees estas líneas acurrucado en tu manta, echando de vez en cuando un ojo a la lluvia que golpea la ventana, sintiéndote seguro y cómodo entre las cuatro paredes del salón. No temes que nada ni nadie pueda interrumpir de manera repentina tu agradable velada, porque has hecho todo lo posible para que así sea. Has comprado un libro de terror, ese que llevas tiempo esperando que salga a la venta, y te has prometido que hoy va a ser el día en que empieces a leerlo. No has quedado con tu novia, ya has realizado la llamada semanal a tu madre, preparaste ese trabajo para la clase de ciencias y  ahora estás recostado en el sofá con una hamburguesa y una cerveza a mano. Estás feliz. Sólo tienes encendida una luz, la de la lámpara de la esquina, para dar ambiente al momento que estás viviendo.

Empiezas a leer…



 
JUNIO, MADRID

Antón estaba acostumbrado a viajar. Era algo que a sus padres no les convencía del todo, pero ya les había avisado: “si saco las mejores notas de toda la clase  me dejáis un verano entero sabático, sin clases de golf, sin cursos de patrón de yate, solo para hacer lo que más me gusta”. Y lo que más le gusta a Antón es viajar de mochilero, él solo, de ahí la preocupación de sus padres. Aprovecha cualquier hueco en su apretada agenda para marcharse. Y éste sería el viaje más largo. Antón había sido el mejor de su clase, sacando las notas más altas con mucha diferencia. Sus profesores llamaron a sus padres para darles la enhorabuena personalmente, así que cuando Antón les dijo que se marcharía los tres meses de verano a Europa no pudieron negarse. Disponía de la beca que había ganado el curso anterior por ser uno de los mejores estudiantes del año, así que se iría tres largos meses con el dinero suficiente en el bolsillo para moverse por toda Europa si lo deseaba. A sus veintitrés años solo había podido viajar por España, así que ahora había llegado el momento de ampliar su radio de acción. Y tenía muy claro por dónde empezaría.

 

JULIO, ITALIA

Antón está sentado en una cafetería en Florencia. Mientras paladea su delicioso capuchino piensa que su tan deseado viaje no estaba siendo todo lo divertido que esperaba. En tres semanas había recorrido casi toda Italia, y ahora se encontraba en la Toscana, su destino más esperado desde hacía años. Idealizaba la cultura italiana, cautivadora y costumbrista, e incluso había estado dando clases de italiano para poder integrarse mejor, pero tenía que reconocer que se estaba aburriendo. Abrió su cuaderno de notas. El día siguiente lo dedicaría a recorrer todo el centro histórico de la ciudad, admiraría la cúpula de Santa María del Fiore e iría a ver el David de Miguel Ángel a la Galería de la Academia. Pasó las hojas con desgana. Todo lo que había estado preparando con tanta ilusión le parecía ahora insulso. Su estado de ánimo estaba por los suelos y no sabía porqué. Mientras daba vueltas a su ya frío café las mesas de su alrededor empezaron a llenarse de jóvenes gritones que seguramente habían quedado allí para reunirse y prepararse para una noche de fiesta. Se fijó en ellos disimuladamente. Sintió envidia de su alegría y compañerismo. Él nunca había formado parte de una pandilla, ni se había reunido con tanta gente para hacer planes. La soledad se le echó encima como las inevitables nubes que preceden a una tormenta…De repente se dio cuenta de que una de las chicas del grupo le miraba. Bajó la cabeza avergonzado. Nunca antes le habían mirado así.

 

UNA SEMANA DESPUES

Antón no podía sentirse más feliz. Esta semana con Paola estaba siendo la mejor semana de su vida. Había olvidado todos los planes escritos en su libreta y se había dejado llevar por la maravillosa energía de Paola y sus amigos. Los días con ella y las noches con todo el grupo le habían abierto un mundo que no conocía, encerrado como había estado en sus libros y actividades extraescolares en Madrid. Por primera vez en su vida se sentía un joven normal e integrado. Sus sentimientos hacia Paola provocaban una auténtica revolución en sus hormonas, dormidas hasta ese momento. Le gustaba todo de ella, desde sus ojos castaños y brillantes hasta su melena lacia y totalmente negra. Vestía siempre con camisetas ajustadas y pantalones vaqueros cortos, haciendo que se ruborizara cada vez que la veía llegar. Miraba absorto sus preciosos labios mientras le hablaba, deleitándose con su hiperfemenino acento toscano. En ese momento se la veía especialmente contenta. Hablaba tan rápido que Antón le tuvo que pedir que se tranquilizara porque no la entendía bien. Paola se acercó más a él, para desasosiego de su oyente, y apoyando una mano en su pierna  le volvió a explicar el plan que habían organizado para dentro de dos semanas. Pero él era totalmente incapaz de concentrarse en lo que le estaba diciendo.

 

PRIMERA  SEMANA DE AGOSTO

Antón no podía creérselo. La pequeña habitación de su hostal se le antojaba el mismísimo paraíso. Esa noche la había compartido enteramente con Paola. En estos momentos ella dormía apoyada en su pecho, y la visión de su melena esparcida por la almohada le hizo cerrar los ojos de felicidad. Estaba loca, irremediable y perdidamente enamorado. Llovía, pero solo podía ver un sol enorme brillando para él. Se deleitó con la imagen de ellos dos bajo el mismo paraguas, recorriendo las calles de una ciudad que ya había hecho suya y de la que no pensaba marcharse jamás.

 

SEGUNDA SEMANA DE AGOSTO

Los amigos de Paola estaban ultimando los detalles del fin de semana. Antón casi no les escuchaba, porque en ese momento solo podía sentir los dedos de la mano de su amada entrelazados con los suyos. Estaban sentados en la misma terraza donde la vió por primera vez, y los ánimos no podían estar más exaltados. Antón ya amaba la manera de hablar italiana, con sus ademanes y gestos bruscos. Admiraba la energía y vitalidad que se respiraba en el grupo, y su corazón parecía estallar de felicidad. Le daban igual los planes, solo sabía que los compartiría con Paola. Parece ser que ese fin de semana iban a viajar en la furgoneta de uno de ellos a un pueblecito con mucho encanto.

 

FIN DE SEMANA

El viaje se estaba haciendo más largo de lo que había parecido en un principio. Antón estaba recostado en la segunda fila de asientos traseros de la furgoneta, medio mareado y con muchas ganas de aliviar la vejiga. Paola se había sentado en los asientos de delante y durante horas solo había podido contemplar su preciosa melena y, de vez en cuando, su perfil.  Ansiaba estar más cerca de ella, tocarla y cerciorarse de que los sentimientos que parecían compartir eran reales. En ese momento ella hablaba acaloradamente con su compañero de la derecha, pero Antón no podía escuchar bien lo que decía porque el estado de la carretera que recorrían, llena de baches, no se lo permitía. Parecía que estaban perdidos. El conductor y dueño de la furgoneta, Luca, paró y les pidió a todos que bajasen para revisar el mapa, para alivio de Antón y su vejiga. Se estaba haciendo de noche y llegaron al acuerdo de parar en el bar más cercano para comer algo y consultar si se movían en la dirección correcta.

 

SÁBADO POR LA NOCHE

Los acontecimientos se sucedieron de manera incontrolada. En menos de dos horas desde que pararan para cenar habían pasado tantas cosas…