martes, 25 de septiembre de 2012

FIESTA DE PUEBLO (PARTE IV:FINAL)



Todos teníamos un vaso de plástico en las manos. Yo decidí probar por primera vez el whisky, ya que no quería ser menos que Laura, la cual debía llevarme dos copas de delantera por lo menos y estaba tan parlanchina como mi abuela cuando contaba sus historietas de juventud. Como nunca había bebido, eché poco whisky y mucho refresco de cola. El sabor me resultó amargo al principio, pero poco a poco noté como el alcohol iba calentando mi garganta. Sentí un cosquilleo en la nuca y al darme la vuelta vi a Dani, el chico que, según todo el pueblo, estaba loco por mi. Dani era tímido, bajo y gordo. Casi nunca hablaba y se limitaba a estar presente. Iba a donde todos íbamos y hacía lo que todos hacíamos, solo que esta vez no me había quitado ojo desde que me vió llegar. Normalmente sus miradas eran esquivas y giraba la cabeza cuando le pillaba con los ojos clavados en mi, pero el alcohol debió envalentonarlo, porque ahora me miraba fijamente sin atisbos de timidez. Me giré y le di la espalda. Era el primer año que bebíamos así, y ya se iban notando los efectos. Laura estaba descaradamente apoyada sobre una pierna de Pedro, mientras María y el resto de nosotras mirábamos con mal disimulada envidia. María me daba codazos, señaládolos con la cabeza, pero yo le devolví un encogimiento de hombros. ¿Qué quería que hiciera? Entonces noté una mano en la cintura e inmediantamente otra mano ofreciéndome un vaso de bebida. Dani apareció de repente, asustándome y haciendo que me tirase la bebida encima. Y ahí explotó todo. Mis amigos empezaron a reíse a carcajadas, mientras Dani intentaba torpemente limpiar mi vestido con un pañuelo de tela que sacó, todo arrugado, de un bolsillo de su pantalón. La escena era más que cómica. Yo de pie mirando mi arruinado vestido verde agua lleno de lamparones de whisky con cola. Dani arrodillado delante de mi, colorado y avergonzado, frotando las manchas. Laura-leopardo exagerando su risa mientras se arrimaba más y más a Pedro... Las risas retumbaban en mi cabeza como si fueran los aullidos de una manada de lobos concentrados en su presa, y yo era el cordero en el que todos tenían fijada su atención. Bueno, yo y Dani. Le agarré sin delicadeza por el hombro para que se levantara y dejara de hacer el ridículo, pero cuando vi su cara fofa acercándose a mi para pedirme perdón y noté su aliento, estallé. Le aparté de mi con un gesto de desprecio, mientras las risas de mis amigos iban in crescendo. Estábamos montando el numerito y esa no había sido para nada la idea que yo me había hecho de este día. Me di la vuelta y me alejé corriendo, con las lágrimas a punto de salir. Llegué a la plaza mayor pero antes me limpié la cara lo mejor que pude. Busqué a mi madre para decirle que me iba a casa por lo que le había pasado a mi vestido, aunque sin darle muchas más explicaciones.  Me dijo que de paso acompañara a mi abuela, ya cansada desde hacía rato. Me pareció buena idea, así que nos fuimos las dos, alejándonos del bullicio agarradas del brazo. Durante el trayecto a casa no me dijo nada, respetando mi silencio, lo cual le agradecí. Pero de repente a medio camino escuchamos unos pasos corriendo detrás nuestra. Estaba segura de que sería María, mi fiel y miope amiga, por eso mi sorpresa fue mayúscula cuando me giré y vi a Pedro. Mi abuela soltó mi brazo y me miró sin hablar, "xa sigo eu sola" parecía decirme, y me dejó a solas con él. Mis facciones se suavizaron, mi rabia desapareció y una sonrisa enorme se dibujó en mi cara. Pedro me respondió con un guiño y un "¿apetéceche bailar?" Así que volvimos a la plaza, agarrados de la mano mientras yo me sentía la persona más feliz de este mundo y olvidando por completo las manchas de mi vestido. En esos momento los fuegos artificiales llenaron el cielo de miles de puntos luminosos de colores.
No pude ver a mi abuela, parada durante un breve momento en el camino y asintiendo para sí al mismo tiempo que un brillo de nostalgia y añoranza de juventud cruzaba sus viejos y cansados ojos.

FIESTA DE PUEBLO (PARTE III :LA ORQUESTA)


Por fin llegó la hora del baile. Mi corazón se aceleraba a medida que llegábamos a la plaza mayor. Mis padres y unos cuantos familiares y amigos reían y cantaban adelantándose a la música que esperaban oir. Gastaban bromas entre ellos y se iban uniendo a otros grupos que se dirigían andando al mismo lugar. Noté un golpecito en la espalda y al girarme me encontré con mi prima segunda María. Tenía más o menos mi misma edad, pero yo le sacaba una cabeza de altura. Detrás de sus ojos azules, empequeñecidos por las gafas de alta graduación con las que yo siempre la recordaba, brillaba la misma alegría y ganas de fiesta. Nos sonreímos y comenzamos a charlar de nuestras cosas, sobre todo de lo que habíamos hecho durante el verano. María me agarró del brazo y me susurró al oído que los chicos del pueblo habían planeado un lugar un poco apartado de la plaza, y por lo tanto de los mayores, donde estaríamos todos juntos. Se oiría la música pero no estaríamos al alcance de la vista de nuestros padres.
El jaleo de la orquesta se oía ya muy cerca. Cuando llegamos me sorprendí de la cantidad de gente que había. La música competía en nivel de decibelios con las carcajadas y gritos de la gente. Todas las caras reflejaban felicidad. Mis padres empezaron a saludar a diestro y siniestro, y yo también. Amigos, familiares y gente conocida de otros pueblos se daban cita en la bonita plaza empedrada que presidía nuestro pueblo. En el escenario bailaba una chica rubia con un vestido blanco increíblemente corto, moviéndose sin parar de un lado a otro al compás de la canción mientras su compañero, también de blanco, cantaba. El chico vestía pantalones muy ajustados, y podía notar las venas de su garganta por el esfuerzo que estaba haciendo para que se le escuchara bien. Movía las piernas en pequeños pasos de salsa, provocando ciertos jadeos en su respiración. Desde mi sitio podía ver también el sudor que caía por sus sienes y que formaba grandes cercos redondeados en las sisas de su apretada camisa blanca. No eran los mismos que el año pasado, pero el estilo de música y baile sí, tal y como esperaba. Los músicos acompañaban a los bailarines con un saxo, una batería y una guitarra eléctrica. Iban vestidos de negro y eran más mayores, excepto el guitarra. Me llamó la atención su cabellera negra, que rodeaba una cara llena de acné adolescente. Miraba al público sonriendo y sintiéndose importante. Estaba tan absorta que casi se me para el corazón cuando veo a Pedro entre los que más cerca estaban del escenario. La sangre amenazaba hacer explotar mis venas, de manera que me debí sonrojar. Notaba el calor en mis mejillas, así que decidí esperar a ir a saludarlo, aunque María estaba tirando de mi brazo para ir en su dirección, donde estaban el resto de chicos de la pandilla del pueblo. Avisamos a nuestros padres de que íbamos con ellos, a lo que mi madre avisó "non vaias lonxe". Me di cuenta unos segundos más tarde de que mi madre solo me habla en gallego cuando estamos en el pueblo. En un abrir y cerrar de ojos me encontré besando y abrazando a todos al borde del escenario. Los colores de los potentes focos se reflejaban en todos ellos, impidiéndome distinguir bien las caras. Casi sin darme cuenta, Pedro me besó en las dos mejillas y me cogió del brazo, arrastrándome con los demás a ese sitio apartado donde podríamos estar más tranquios. Me dejé llevar, encantada con la situación. Llegamos a una zona cerca del río, donde se había construido una pequeña zona recreativa para bañarse. A estas alturas de septiembre no estaba preparada para el baño, pero sí seguían los bancos y mesas donde la gente preparaba comidas y cenas al aire libre durante todo el verano. Nos sentamos cerca de un foco de luz, y como por arte de magia, aparecieron bolsas con bebidas. Entre todos las fueron colocando encima de una de las mesas, mientras yo observaba los cambios producidos en mis amigos. Casi todos ellos parecían más mayores. Los chicos lucían modernos cortes de pelo, y las chicas estaban más maquilladas y con los vestidos más cortos. Me sentí medio bicho raro. Mi vestido me llegaba por las rodillas, y sentía envidia de mis amigas, que mostraban sus muslos morenos. Una de ellas, Laura, llevaba un ceñidísimo vestido de estampado atigrado, combinado con unos zapatos de tacón muy altos. Me quedé sin respiración cuando vi cómo la miraba Pedro. ¿Cómo podría yo llamar más su atención que ella? Me invadió la rabia. Todas mis amigas sabían que me gustaba Pedro, así que me parecía una falta de respeto por parte de Laura, la cual respondía a las miradas de los chicos con coquetería. No me importaba que lo hiciese con todos, pero no con Pedro.

viernes, 21 de septiembre de 2012

FIESTAS DE PUEBLO (PARTE II: LA FAMILIA)


Elvira miró el reloj. Estaba sudando mientras ayudaba a su madre y a sus tías a preparar la cena. El parloteo no cesaba ni en la cocina ni en el salón, mientras el resto de la familia se ponía al día de todo lo ocurrido desde la última vez que se habían visto. Empezaron a discurrir historias de tal o cual persona, amores y desamores, defunciones y nacimientos... Elvira se preguntaba como era posible que alguien en aquel salón se enterara de algo, dado el volumen de las voces y las risas. Escuchaba claramente a su tío Antonio, mientras su mujer cotilleaba con su madre en la cocina sobre el hijo de un pariente lejano, al que habían detenido hacía poco, sospechoso de provocar un incendio cerca del pueblo que había afectado a varias "leiras". Bajaba la voz cuando se acercaba a ella, explicándole que "ese rapaz nunca estivo ben, foi despois de que aquela moza o deixou por otro..." Elvira volvió a mirar el reloj, porque la primera vez lo había mirado sin atención, tan absorta estaba en las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor. Eran ya las nueve de la noche, y el sol daba sus últimos suspiros de luz antes de recogerse para dar paso a su amada e inalcanzable luna. Ya casi estaba todo listo. Elvira danzaba entre los invitados, colocando bandejas de comida y sonriendo a cada uno de los que se dirigían a ella. "Estás feita unha moza", le decían la mayoría. Y ella se ponía colorada. La miraban de arriba a abajo analizando sus últimos cambios, sobre todo los familiares de mayor edad.
El alboroto de de los platos al ser recogidos dio paso a la ronda de chupitos de licor café, y el nivel de ruido aumentó considerablemente. Había llegado el momento de los chistes, y aquí el protagonista siempre solía ser su tío abuelo Rogelio, el cual acompañaba cada historieta con gestos y aspavientos que provocaban tanta risa como el chiste en sí. Ver esa boca sin dientes y esos dedos retorcidos por la artrosis y los años de duro trabajo no infundían solo gracia, sino respeto, pensaba Elvira. Rogelio había sobrevivido a la Guerra Civil por los pelos, y oírle hablar sobre los desastres que aquellos pequeños y arrugados ojos habían visto ponía la piel de gallina. Pero ahora sonreía y parecía feliz. Elvira no quería pensar en el momento en que su tío abuelo Rogelio ya no estuviera entre ellos.
El gran momento había llegado. Todos se fueron poniendo poco a poco de pie, la mayoría para dirigirse a la plaza mayor y el resto a sus casas a descansar. Elvira se fue como un rayo a su habitación, cogió todo lo que necesitaba y se encerró en el cuarto de baño para arreglarse. No olvidó detalle: se peinó hasta que notó que el pelo quedaba totalmente liso y brillante, se duchó y perfumó con la colonia que le había regalado su abuela por Reyes y que era la que quería desde hacía mucho tiempo, y se atrevió a perfilarse los ojos con un lápiz negro, destacando así sus bonitos ojos verdes. Gracias a los días de playa tenía un precioso tono dorado en la piel, que conjuntaba perfectamente con el vestido que había elegido para la ocasión, el que esperaba que dejase boquiabierto a Pedro. Para tener una visión general de su aspecto tenía que ir a la habitación de sus padres, porque era donde estaba el único espejo de cuerpo entero de la casa. Salió del baño y estiró la cabeza por el marco para ver si la puerta del cuarto de sus padres estaba abierta, y como vió que sí salió descalza y con los zapatos en la mano. Una vez allí se calzó y se miró al espejo, girando coquetamente mientras estiraba el vuelo de la falda de su vestido. Estaba claro que el color verde agua le favorecía, y que el escote de encaje que cubría su incipiente busto alargaba su cuello y resaltaba sus facciones. Se encontraba guapa, y alentada por esta sensación acercó su cara al espejo y subió y bajó las pestañas rápidamente para ver el efecto del maquillaje en sus ojos. Estaba tan concentrada que casi le da un ataque al corazón al escuchar la voz de su abuela: "Dende logo... mira que pasa rápido o tempo. Inda recordo cando facíache durmir no meu colo, e agora xa es toda unha mociña." Elvira no se había dado cuenta de su presencia en todo este tiempo. La miró dulcemente y se acercó a ella, con el corazón aun acelerado por el susto. Se sentó en sus rodillas y la abrazó, mientras su abuela la mecía suavemente y le acariciaba el reluciente pelo con sus manos venosas.

martes, 18 de septiembre de 2012

FIESTAS DE PUEBLO (PARTE I: SEPTIEMBRE)


FIESTAS DE PUEBLO (PARTE I)
SEPTIEMBRE
(Dedicado a Beti y a su estupenda familia)
El sol pegaba duro ya desde las primeras horas de la mañana. El viaje en coche se había hecho largo y pesado, pero Elvira sentía rebullir los nervios en la boca del estómago a medida que se iban acercando a la aldea. La cita anual de las fiestas del patrón era de visita obligada, y también era el momento de reunión de todos los familiares, lejanos y cercanos, a muchos de los cuales solo veía estos días o en celebraciones especiales. Elvira observaba el paso veloz del paisaje a través de la ventanilla de atrás del coche, fijándose en el cambio que se producía poco a poco. El asfalto y los edificios altos fueron dejando paso a las pequeñas casas rústicas y a los intrincados caminos empedrados. A través de la rendija de la ventanilla podía oler los frescos aromas del campo, que penetraban en su nariz liberando multitud de recuerdos asociados a ellos. El rocío, aún visible a pesar de que ya quedaba lejos el amanecer, se posaba en los hierbajos asentados en la vera de la carretera, mostrando el brillo y la transparencia del agua pura y sin contaminar. Pasaron a través de varios puentes, que daban sensación de mayor altura debido al bajo cauce de los ríos. El verano había sido seco, y todo el mundo se lamentaba de la falta de lluvia y de la "piedra" que había secado viñas y huertos. Pero todo esto estaba muy lejos de preocupar la mente adolescente de Elvira, a la espera de la diversión que su imaginación daba por segura. Este era el primer año que se sentía mayor. Su madre le había prometido que podría quedarse con sus primas mayores hasta que acabase la fiesta, fuera la hora que fuera. Podría bailar con ellas, reir, y sobre todo, hablar con Pedro hasta las tantas... Pedro. El corazón empezó una alocada carrera dentro de su pecho, del que amenazaba escapar en cualquier momento. Notó la sangre acumularse en sus mejillas, y bajó la cabeza avergonzada de que los demás ocupantes del vehículo notaran su repentino azoramiento. Pero su hermana pequeña y su abuela dormían plácidamente a su lado, y su madre estaba ocupada comentando con su padre las últimas mejoras que el Ayuntamiento había hecho en la plaza mayor.
Cuando llegaron a casa Elvira ayudó a trasladar las maletas dentro de la casa. Su madre comenzó el ritual de abrir ventanas, sacudir alfombras y sacar las sábanas que tapaban los muebles de las estancias. El poco uso de la preciosa casa de piedra, desde que su abuela había ido a vivir con ellos a la ciudad, hacía que cada vez que venían hubiera que adecentarla. Elvira colaboraba con alegría y energía. Se mostraba parlanchina y sonriente, participando del ambiente jovial que se respiraba en todos ellos. Su abuela siempre se mostraba encantada de volver a la casa que había compartido durante tantos años con su difunto esposo, y en la que había nacido la madre de Elvira. Mientras ayudaba con la velocidad que sus cansadas articulaciones le permitían, contaba las historias que Elvira y su familia habían escuchado multitud de veces. Su padre silbaba "gallegadas", impregnado ya del ambiente rústico que les rodeaba mientras su madre hablaba por teléfono con su cuñada. Ese mismo día cenarían todos juntos allí, pues era una de las casas con el salón más grande. Sus padres lo habían reformado, instalando una chimenea de pellets y hasta una barbacoa con salida de humos al exterior. En la bodega se guardaban varios tablones y soportes para montar una gran mesa con cabida para unas cincuenta personas. Elvira sudaba pensando en todo lo que quedaba por hacer antes de poder ver a Pedro. Era la mayor, así que le tocaba ayudar a sus padres a arrimar los muebles del salón hacia las paredes y montar la enorme mesa. Lo más trabajoso era subir los tablones desde la bodega, pero un repentino grito de euforia la llenó de momentáneo alivio. Su tío Antonio, el hermano mayor de su padre, saludó desde fuera, demostrando que la potencia de su garganta no había empeorado un ápice desde el año pasado. Una sonrisa generalizada se dibujó en las caras de todos los presentes. Antonio emanaba una energía desmesurada, una alegría innata que contagiaba a todos los que le rodeaban. Mientras increpaba a su hermano por su enclenque constitución y alababa la altura de Elvira ("¡Cómo creciches, nena!") sujetaba él solo una tabla y la juntaba a las que poco a poco se habían subido hasta el momento. Se reía, y todos con él, contando chistes y metiéndose con cada uno. Elvira observaba admirada los músculos de sus brazos, robustos y morenos por el trabajo de campo. Llevaba los pantalones arremangados por la rodilla, mostrando sus piernas cortas y arquedas, tan delgadas que hacían a uno preguntarse cómo eran capaces de soportar semejante masa de cintura para arriba.

lunes, 17 de septiembre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XIII-



                                                                          CAPÍTULO XIII            

Mientras estaba durmiendo alguien ha entrado y me ha dejado una caja cerca de la puerta. Me incorporo y noto que las piernas me fallan. Me siento atontada, cansada y sudada. La falta de aireación de este antro hace que me cueste hasta respirar. Ojalá el ventanuco se pudiera abrir… Mirándolo me doy cuenta de que afuera está lloviendo. Echo de menos las gotas de lluvia sobre mi cabeza, mis brazos y mis piernas mientras hago footing. Antes de abrir la caja me siento en una destartalada silla y apoyo los codos sobre mis piernas. Las ideas se agolpan en mi cabeza como piezas de puzzle esparcidas por una mesa. Quizá mi secuestro tenga que ver con la empresa de Lucas. Las cosas le han ido siempre bien y quizá algún desalmado quiere aprovecharse, aunque veo que la negociación aún no ha llegado a buen puerto… Puede ser que pida más dinero del que tenemos. Tengo que reconocer que no me he preocupado mucho de nuestra solvencia económica por culpa de mis propios problemas. El dinero no me importa demasiado, pero Lucas no es igual. Siempre ha deseado tener más y más, y se ha deslomado para que nuestro nivel de vida subiera como la espuma. Yo hubiera preferido que estuviera más conmigo y menos trabajando, es algo en lo que hemos chocado siempre. A mi me gusta la sencillez, ver una película de miedo tapados con una manta hasta el cuello, conducir mi “escarabajo” de hace quince años y vestir de modo informal. Él se ha comprado su tercer coche, le encanta ir al cine vestido con sus mejores galas e ir de compras hasta que en el maletero no entre ni una bolsa más. A cambio es generoso, cariñoso y comprensivo. Nunca me ha echado en cara que lleve el pelo sin arreglar, o las uñas mal pintadas. Para ir a la oficina me arreglo más o menos bien, pero en casa prefiero estar cómoda con prendas deportivas. Sonrío recordando que, lejos de enfadarse por este motivo, me regaló por mi último cumpleaños un set entero de ropa y calzado Nike digno de cualquier deportista de élite. Sin embargo las cosas cambiaron, según él. Me obsesioné por salir a correr todos los días a la misma hora, sea lunes o domingo. Al principio no iba los fines de semana para intentar pasar más tiempo con él, pero debido a la cantidad de trabajo que tiene y que fue aumentando los últimos meses, llegaba a levantarme un sábado y ver que ya estaba encerrado en el despacho desde hacía horas. Pero él no lo entiende. “Yo trabajo para los dos, para vivir mejor”, me ha llegado a decir, aunque sabe que yo ya considero que vivimos suficientemente bien. Cada día tengo la esperanza de que Lucas salga pronto de la promotora y dedique las escasas horas que nos vemos al día enteramente a mi, pero cuando se sienta conmigo en el sofá ya no me acuerdo de todo aquello que fui acumulando durante el día para contarle. O ya perdió importancia. Me culpo de haber estado mal durante este año, pero la herencia de mi madre no ha hecho más que empeorarlo todo. No entiendo porqué Lucas se involucra tanto, como si deseara que yo tuviera las mismas ansias de hacer dinero que tiene él. Y Rafaela piensa igual. Vender la casa de mamá, donde crecimos y que ella ha mantenido como oro en paño hasta sus últimos días. La relación con mi hermana está tan deteriorada que me siento incapaz de comentarle mis deseos y planes sobre la casa. Y justo cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor, me pasa esto.

Miro hacia la caja. Ahora mismo me importa una mierda lo que hay dentro, pero necesito desconectar de todo sobre lo que acabo de pensar. Descargo mi furia en la cinta adhesiva que cierra la maldita caja, arrancándola como si me fuera la vida en ello.

 


jueves, 6 de septiembre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XII-


                                                                  CAPÍTULO XII
Lucas está en la sala de espera del despacho de Luis, el jefe de Vera. Mira como hipnotizado el vaivén de los dedos de la secretaria tecleando en el ordenador, ajena a su estado de ansiedad. Cada minuto que pasa se siente más incómodo, como si el mullido sillón sobre el que se sienta se fuera llenando de hormigas, obligándolo a levantarse y dar vueltas por toda la sala. Se acerca a una de las ventanas y puede ver el gran cartel de “Goberna y Asociados” que pende verticalmente de la pared. Recuerda todas las veces que esperaba a que Vera saliera del despacho para pasear, cuando eran tan solo novios. Sentía más o menos lo mismo que ahora, un cosquilleo incesante en la boca del estómago. Se paró a analizar qué cosas habían cambiado en su relación desde aquella época. Estaba claro que ya no sentía esa desazón de novio enamorado cuando la veía y que ya  no la analizaba de pies a cabeza encontrando delicioso todo lo que veía. Recordaba esas tardes en la cafetería de enfrente del despacho, cuando ella le contaba todo lo sucedido desde el último día que se habían visto y él escuchaba embelesado, observando como se movían sus labios, sus ojos, sus manos…

-          Puede entrar- le avisó la secretaria. Lucas casi salta del susto, tan imbuido estaba en sus pensamientos.

-          Gracias- vio como Luis le hacía señas desde el fondo de su amplio despacho.

-          Lucas, perdona que no te haya llamado, hemos estado muy ocupados con un par de casos. Ya sabes…- le comentó señalando la gran cantidad de papeles de encima de su mesa.

-          Sí, leo los periódicos, el caso “Lince” ¿no?

-          Entre otros. Anda siéntate y cuéntame qué se sabe de Vera. ¿Ha llamado el secuestrador?

-          No, no sabemos nada de ningún secuestrador. Y creo que la policía sospecha de mi. Otro caso de violencia de género. En estos tiempos uno ya no sabe como hablar de su esposa, no veas el mal rato que pasé explicando la discusión del día anterior.

-          Por lo de siempre ¿no?

-          Pues sí, la maldita herencia. Hablé con Rafaela.

-          ¿y?

-          Pues nada, solo la informé.

-          Lucas, esto me huele mal. Vera desaparece y nadie sabe nada. Es como si se hubiera esfumado. Tenemos que llevar esto con discreción. Ten en cuenta que aún no se ha resuelto el problema de la herencia entre las hermanas, ya que aunque a Rafaela la tengo medio convencida no puedo decir lo mismo de Vera.

-          Quería preguntarte sobre lo que hablasteis la noche antes de su desaparición. Vino muy alterada y no hubo manera de mantener una conversación con ella…

-          Ella no quiere vender la casa. Está pensando muy seriamente reformarla con parte del dinero de su madre porque está convencida que ése era su deseo.

-          Ya. Y Rafaela tiene comprador ¿verdad?

-          Sí. Que además necesita blanquear dinero. Esta operación le vendría al pelo.

-          ¿Eso lo sabía Vera?

-          Lo del blanqueo de pasta no, ya sabes como es ella.

-          ¿Crees que alguien relacionado con este hombre puede estar detrás de su desaparición?

-          He contratado a alguien para que siga sus movimientos. De momento no hay nada sospechoso, pero ya te iré poniendo al día.

-          Bueno, me dejas más tranquilo.

-          Por cierto, ¿cómo va lo tuyo?

-          Mal. Sigo con problemas con la plantilla. Estoy en pleno proceso de ERE y he tenido encontronazos con varios empleados. No entienden que ya no son los tiempos de antes. Me vendría genial lo de Vera para arreglar algunos problemas en la empresa…

-          Ya. Si hubieras estado más atenta a ella los últimos tiempos igual se hubieran facilitado las cosas para todos.

-          Ya, claro. ¿Te crees que es fácil salir de la obra cada día, después de haber lidiado con tanto energúmeno, y convertirme en el osito de peluche que tiene que camelarse a su mujer para que arregle su herencia y suelte pasta?

-          Yo solo se – dijo Luis levantándose de la silla con gesto enojado- que habíamos llegado a un acuerdo. Yo he cumplido mi parte, pero tú no. Y eso ha dificultado las cosas. Presiones pasamos todos y aquí seguimos, con buena cara. Y ahora, haz el favor de encontrar a tu mujer y resolvamos todo lo antes posible.

Lucas se levantó y en dos zancadas llegó a la puerta.

-          Ah- soltó Luis con la cabeza inclinada hacia los papeles de encima de la mesa – y no te preocupes por la policía. A esos los controlo yo.

martes, 4 de septiembre de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO XI-


 
                                                                          CAPÍTULO XI



Estoy tirada en el suelo tocándome el pelo. El que me lo ha lavado lo ha hecho de forma tosca y noto los nudos que intento desenredar torpemente con los dedos. Mi vista se ha clavado en el ventanuco del techo, absorbiendo toda la claridad posible. La luz comenzó a disminuir lentamente, como cuando una linterna se va apagando después de mantenerla mucho rato encendida. Se está haciendo de noche. Cierro los ojos y en mi mente sigue grabada la imagen del ventanuco, rodeado de un haz de luz cual un pantocrátor reinando en la cúpula de alguna vieja catedral. Su dedo me señala, intentando calmar mi alma y anunciándome que pronto me reuniré con él.

 
Lucas ha tenido que contestar a más preguntas de las que le hubiera gustado. Le da la sensación de que sospechan que está detrás de la desaparición de su esposa. No le gustaron nada las miradas soslayadas del inspector García y su ayudante, un tal Fuentes. Le obligaron a repetir varias veces los detalles de las últimas horas antes de que Vera saliera a hacer footing, y tuvo que reconocer que la noche anterior habían discutido. Mientras se explicaba notaba como su voz se volvía más fina y se truncaba ligeramente. Intentó mantenerse seguro y atribulado, pero no se le escapó el tono de desconfianza con el que el inspector García le solicitó que estuviera disponible las veinticuatro horas por si había novedades, y que avisara si iba a realizar algún viaje estos días. Cuando salió de la comisaría con paso apurado no notó la presencia de un agente de la policía secreta que comenzó a caminar tras él.

 
Está claro que con la comida me dan algún tipo de sedante para estar tranquila y no dar problemas. Se me ocurren cientos de cosas como autolesionarme para llamar la atención, pero no tengo fuerzas para intentarlo. Dentro de mi se suceden toda clases de sensaciones, contradictorias algunas. Pienso en Lucas y comienzo a llorar pensando lo mal que se lo hice pasar la noche antes de mi secuestro. Debe estar como loco intentando buscarme y removiendo cielo y tierra. ¿O no? A lo mejor no me echa de menos. A lo mejor el secuestrador pide demasiado dinero y la policía no puede ayudarle. A lo mejor ni siquiera ha denunciado mi desaparición porque piensa que me he ido unos días para pensar… no puede ser. Lucas me quiera y sabe que yo le quiero a él. Las escenas de nuestra boda giran por mi cerebro como los muebles del cuarto de un borracho cuando se acuesta. Lucas me mira embelesado durante toda la ceremonia, me besa continuamente y no me suelta ni para saludar a los invitados. Me veo reflejada en sus ojos, bella, feliz, exultante de amor. Esa noche la pasamos a bordo de un yate, pegados el uno al otro. Nuestros cuerpos parecen uno, fundidos por la pasión y el calor que hacía en aquel camarote tan angosto. Noto que la temperatura de mi cuerpo se eleva, y me abrazo el estómago por el dolor que me causan estos pensamientos. Las lágrimas fluyen sin darme cuenta y sin notar cómo bañan mis mejillas porque ahora éstas están siendo recorridas por los besos de mi marido. Noto su aliento en mi cuello y sus caricias por todo mi cuerpo. Los sollozos se convierten en llanto. Me encojo en posición fetal y trato de poner mi mente en blanco, pero las lágrimas no cesan de brotar.
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CARTA A RUTH Y JOSE


CARTA A RUTH Y JOSE

Esta carta va dirigida a vosotros, dos niños inocentes e ignorantes de lo que es capaz el ser humano adulto, porque alguien decidió que debía haceros desaparecer para colmar su sed de venganza y superioridad hacia otra persona que sufre lo indecible vuestra ausencia. Lo realmente asombroso es que supuestamente el que decidió tal barbaridad es vuestro padre, que, junto con vuestra madre, deberían ser las dos personas que más os quieren y que más desean protegeros. En este caso vuestro padre ha perdido la calidad de persona y de ser humano, porque no es humano pergeñar la forma de deshacerse de sus propios hijos en una hoguera preparada para que no quede ni un solo rastro identificable. Y desgraciadamente lo ha hecho tan bien que ha provocado errores en los informes que trataban de decidir si esos restos eran o no humanos. Vuestros restos.
Para la opinión pública está bien claro: vuestro padre posiblemente os durmió y os llevó a una zona de la finca de vuestros abuelos donde, de manera fría y calculadora, diseñó una hoguera a vuestra medida, rectangular y tapada con una mesa metálica para conseguir la mayor temperatura posible. Es duro contaros esto, porque seguramente vuestra última imagen haya sido la de ese “papito” que os vestía y os llevaba al colegio, que os daba de merendar y os llevaba al parque a jugar, engañándoos fríamente  para que no temierais nada ni dudarais de él aun cuando ya tenía decidido mataros.
Pero no lloréis, porque mamá estará siempre con vosotros, aunque la duda de pensar si podía haberlo evitado viva con ella el resto de sus días. Y es que es imposible, ni siquiera remotamente, imaginar que alguien, y sobre todo vuestro padre, haya sido capaz de haceros esto. Así que descansad, allí donde estéis, con la pureza de vuestra ignorancia, y dejad para el mundo de los vivos la imposibilidad de intentar entender esta injusta desgracia.