lunes, 27 de agosto de 2012

EN EL PARAÍSO

Antes de seguir con el siguiente capítulo de la novela, tengo que comentar el último libro que he leído. He tenido la suerte de pasar una semana maravillosa en las Islas Cíes y me lo llevé pensando que no importaría lo mucho o poco interesante que fuera, porque el entorno compensaría la lectura. Pero me he encontrado con que no solo ha sido apasionante, sino un estupendo complemento para disfrutar precisamente en donde estaba. El libro se titula Flavia de los extraños talentos, de Alan Bradley, y trata de la visión de una niña poco común sobre los acontecimientos, asesinato incluído, que rodean la vida de su padre. Éste es coleccionista de sellos, y se ve envuelto en una trama que viene de lejos y que su hija desentraña de manera ingenua y a la vez madura. Apasionada del mundo de la química y lidiando con dos hermanas con las que se lleva muy mal, nos mete en su mundo poco a poco, resolviendo cual fórmula magistral el caso para pasmo de su familia y la policía. De lectura imprescindible. Y en cuanto a las Islas Cíes, de visita imprescindible también, sino juzgad las fotos....



Por otro lado he enviado otra carta al director del Faro de Vigo, que transcribo, sobre el caso Ruiz Mateos. A día de hoy aun no la han publicado. Se titula De jueces e imputados, y dice así:

El señor Ruiz Mateos ya es una institución en este país. Es todo un personaje que te puede inspirar tanto rabia como pena, pero nunca indiferencia. Es el claro ejemplo de tomarse uno la justicia por la mano, y de la constancia de insistir hasta que ésta no te de la razón. Está tan convencido de que es una víctima de la mala gestión del gobierno (sea cual sea éste) que reconozco que hay momentos en que te hace dudar. Aunque era pequeña entonces, aun retengo en la memoria la imagen de aquel señor que provocaba hilaridad en unos y respeto en otros aunque repito, nunca indiferencia, vestido con su traje de superman y recitando su tan cacareada frase “que te pego, leche”. Y es que reconozcamos que personas como él y el señor Sánchez Gordillo saben llamar la atención y hacernos ver que igual la única manera de conseguir algo en este país es saltarse las normas y actuar por cuenta propia montando algún tipo de show que haga reaccionar al resto de la población. Está claro que el juez tendrá que pensarse con más calma qué hacer con el personaje de turno, ya que no se trata de alguien sumiso con el sistema judicial y preparado para acatar su resolución, sino personas que han conseguido algo muy peligroso en esta sociedad y en todas las pasadas: hacernos pensar. Para mí, ya no se trata de considerar el hecho de que sean culpables o no, sino la manera que tienen de enfrentarse a algo tan temido para el noventa por cien de de la gente como es sentarse en un banquillo. Porque reconozcamos que si sentáramos en los banquillos a todos aquellos que nos han llevado a donde estamos actualmente no llegarían las salas existentes. Mi conclusión es que la única diferencia entre los que rompen la ley estriba en la manera de reaccionar una vez que los pillan, porque todos ellos están convencidos de que son inocentes. Mi moral no me permite aceptar que Ruiz Mateos se ría de la justicia y solo comparezca ante los medios, ni que Sánchez Gordillo haga exactamente lo mismo para justificar sus asaltos a supermercados, pero una parte de mi no puede dejar de admirar esa manera propia de luchar contra lo que creen injusto. Quizá si todos hiciéramos así aquellos de los que depende nuestro futuro no se reirían de nosotros tan fácilmente, pero lo que está claro es que el resultado sería el caos absoluto.

PUBLICADA EN EL DIARIO FARO DE VIGO DE 05/09/2012

jueves, 2 de agosto de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO X-


                                                                          
Me muero de hambre. La claridad que entra por el ventanuco del techo me ha permitido rebuscar por todos los sitos pero no encuentro nada de comer. Me siento más espabilada y eso debe haber despertado mi apetito de nuevo. No se cuanto tiempo llevo sin comer, pero me da la sensación de que son días. Me acerco al espejo y levanto el vestido. Me toco las costillas y me miro de lado para comprobar mi estado físico. No estoy mucho más delgada pero sí noto el vientre más plano. Tampoco recuerdo la última vez que bebí. De repente me doy cuenta de que no se si habré hecho de cuerpo sin enterarme… sí recuerdo que vomité varias veces cuando aun estaba atada, pero no hay rastro de ello por ninguna parte. Puedo ver una puerta en un lateral, no se si me habrán cambiado de estancia porque sino no me explico la luz, que aunque sea poca, ilumina mi cárcel. En ese momento me parece oír pasos. El corazón empieza a latirme a toda velocidad y un subidón de adrenalina invade cada capilar sanguíneo de mi cuerpo. Mis extremidades se preparan para la acción. Me posiciono cerca de la puerta y me aplasto contra la pared preparándome para lanzarme como una leona sobre mi captor. Estoy segura de que mi reacción le cogerá por sorpresa y entonces se va a enterar de quién soy yo.

Qué frustración… los pasos se han parado justo detrás de la puerta y cuando estaba preparada para saltar sobre el cabrón que me tiene encerrada oí un ruido de algo deslizándose y una mano que lanzó rápidamente un paquete a través de un agujero en la parte inferior de la puerta. Enseguida volví a oír el mismo ruido y pasos alejándose. Me agaché y comprobé que la puerta tiene una lámina que se desliza desde fuera y deja al descubierto un agujero cuadrado de unos treinta centímetros. Tardé un poco en acercarme al paquete, por miedo a que fuera algo peligroso, pero el olor que salía de él me convenció de que dentro había comida. Mi estómago reaccionó ante el estímulo de alimentarse con un dolor lacerante que me dobló en dos. Me lancé hacia el paquete y destrocé el envoltorio con mis manos que aun tenían restos de suciedad por todo lo que había manipulado en aquel asqueroso sótano.

Estoy tumbada rodeada de los restos del contenido del paquete. Éste traía varios recipientes de plástico con arroz, trozos de pollo y fruta. El termo que contenía agua me lo bebí de un trago y hasta usé un poco para lavarme las manos. Me di cuenta demasiado tarde de que también tenía sobres de toallitas limpiadoras como las que te ponen en los restaurantes que te sirven marisco. En otra caja pequeña había útiles de aseo: un desodorante, papel higiénico y compresas. No entendí lo del papel higiénico, ¿tendría que hacer de vientre y luego recogerlo? En un acto reflejo mis ojos recorrieron de nuevo mi pequeña celda abarrotada de cacharros inútiles buscando un hueco donde hacer mis necesidades sin que su visión ni el olor me hicieran vomitar. Empiezo a gritar como una loca, insultando a quien sea que me tiene presa, llamándole hijo de puta, cobarde por no dar la cara, impotente, todo lo que se me ocurre.  Quizá así se enfade y baje. Recorrí como una loca cada trasto buscando algo con lo que hacerle daño si volvía, algo con lo que cercenarle la mano cuando osara sacarla de nuevo por aquel agujero de la puerta. Solo encontré basura.

LLUVIA -CAPÍTULO IX-


                                                                         
Observo a mi alrededor. Aunque no hay mucha luz ya no estoy totalmente a oscuras. Veo sombras que voy reconociendo poco a poco. Estoy rodeada de muebles viejos, baúles, y cajas con libros. A mi lado hay varios neumáticos viejos y garrafas con lo que debe ser gasoil o aceite de automóvil. También puedo ver un espejo ajado y medio tapado por un trapo sucio. Me acerco lentamente hacia él, con miedo a verme reflejada. Tengo que limpiar el polvo de la superficie para poder distinguir algo. Me entran ganas de llorar. Alguien me ha rapado la cabeza y mi larga y frondosa melena ha desaparecido por completo. Palpo el contorno de mi desnudo cráneo, y cuando llego a la nuca noto un bulto tremendo. No me he caído por las escaleras. Alguien me ha golpeado, y lo ha hecho tan fuerte que me ha dejado una brecha de unos diez centímetros. Giro la cabeza buscando otro espejo para poder ver mejor la herida, pero no encuentro nada. No estoy segura pero me parece notar hilo en ella, es decir, creo que me han cosido la brecha… Dios mío, ¿lo habrán hecho en este sucio y asqueroso sótano?

"Dando vueltas en casa seguro que no consigo nada”, piensa Lucas. Pero tampoco sabe qué hacer exactamente. Hasta mañana temprano no puede denunciar la desaparición de Vera, así que decide llamar a Rafaela, su hermana, para comunicarle su angustia.

-          ¿Seguro que has preguntado en todos los hospitales?- la voz de Rafaela suena nerviosa.

-          Sí, los de varios kilómetros a la redonda. Es muy extraño. Me habrían llamado ¿no?

-          ¿Llevaba el móvil con ella?

-          No, pero siempre va con el dni.

-          Pues no se, habrá que esperar a mañana y volver a comisaría.

-          Ya, menuda nochecita voy a pasar.

Rafaela cuelga el teléfono y se queda mirando pensativa la pecera del salón de casa. Está tan ensimismada que no oye el llanto de su hija hasta que pasa un buen rato.

Me agarro las rodillas y permanezco encogida en el suelo durante sabe Dios cuanto tiempo. Intento no pensar en mi situación, así que fuerzo a mi mente a pensar en otras cosas. Me viene a la cabeza la imagen de mi sobrina. Desde que pasó lo de mi madre no la había vuelto a ver y eso me llenó de pena. Había pensado muchas veces en ella, pero no me atrevía a llamar a mi hermana Rafaela solo para decirle que me dejase estar con ella un rato. Ahora tendrá dos años y medio,y seguro que ya corretea por ahí como una loca. Es increíble lo que la quiero, lo que la echo de menos. Recuerdo cuando fui a verla de recién nacida. Mi hermana estaba muy guapa y feliz, y nada podía hacernos pensar que solo unos meses después las cosas iban a cambiar tanto entre nosotras. La sensación de tener a su bebé en mis brazos fue una de las mejores de mi vida, y recuerdo también la cara de mi marido. Decir que se le caía la baba es decir poco. Yo creo que fue en ese momento cuando superamos nuestras diferencias con respecto a la maternidad y decidimos buscar nuestro propio bebé. Dios, cómo se fastidiaron las cosas. Mi madre murió de repente y surgió el caos en nuestras vidas. Las discusiones con mi hermana fueron tantas y tan intensas que no puedo evitar pensar que aborté por culpa de tantos disgustos. Ahora, pensándolo más fríamente creo que la culpa fue solo mía por no haber sabido encajar la situación. Pero es que Rafaela puede ser desquiciante cuando quiere. A pesar de que no se si saldré de esta, no consigo echarla de menos ni apenarme con la idea de no volver a verla. Pero sí me duele no volver a ver a Lucas, ni a mi sobrina. Si tuviera a mi marido ahora mismo conmigo le pediría perdón por este último año que le he dado. Mi carácter se enrudeció, dejé de prestarle atención y me centré en el deporte. Ahora recuerdo con pena todas esas noches en las que él se acercaba a mi, a pesar del miedo al rechazo, acariciándome y susurrándome piropos al oído. Accedí a sus demandas muy pocas veces y de forma pasiva. Nada que ver con los meses anteriores a quedarme embarazada, en los que la pasión era uno más en nuestra cama.

Lucas se levantó a las seis de la mañana. Se duchó y afeitó con calma, consciente de que era demasiado temprano para volver a la comisaría. Los nervios hicieron que se cortara en varios sitios de la cara, y que maldijera en todos los idiomas. No había dormido más que un par de horas, y eso que había recurrido a una de las pastillas contra el insomnio que le habían recetado a Vera. Atontado y medio mareado cogió el coche y se dirigió a la comisaría principal de la ciudad, decidido a hablar con algún inspector y no con el tarado del día anterior. Después iría al despacho de Luis, el jefe de Vera. Le extrañaba que no hubiera vuelto a llamar.

miércoles, 1 de agosto de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO VIII-


                                                                        
No pienso con claridad. Creo que ya noto los primeros síntomas de la locura porque me pareció ver a mi madre. Estuvo un rato acariciándome y secándome las lágrimas con el bordillo de su falda.

Lucas volvió a casa desesperado. No entendía qué le podía haber pasado a Vera. Rememoró la discusión del día anterior para intentar buscar una explicación. Ella había entrado como una exhalación por la puerta de casa, murmurando con el ceño fruncido. Respondió a sus preguntas de muy mala manera, y al final tuvo que ponerla en su lugar para no ser él el centro de su furia.

-          Vera…

-          ¡Déjame!

-          Ha llamado tu hermana.

-           ¡No voy a hablar con ella de la herencia de mamá! Se lo he dicho mil veces.

-          Es que Luis le da la razón a ella.

-          ¡Ahí está el tema! Resulta que mi jefe, que también es mi abogado en el caso del testamento de mi madre, le da la razón a mi hermana y no a mí. Esto es de locos

-          Cálmate, por favor.

-          ¡No me calmo! ¿El mundo se está volviendo loco o qué?

-          Si es que no sé porqué no hablas con Luis, a mi no me parece un mal tipo.

-          Ya, tú eres hombre y los hombres os defendéis entre vosotros.

-          No se trata de eso, no seas niña…

-          ¡Claro! Ahora la niña soy yo.

-          Yo no digo eso…

-          Mira, Lucas, yo solo buscaba desahogarme contigo, no hace falta que des tu opinión.

-          Vaya, solo me quieres para que me quede calladito mientras tú hablas y hablas sin sentido.

-          Ahora hablo sin sentido…

Después de aquello ya no había sido capaz de razonar más con ella. Agarró el pijama y se fue a dormir a la habitación de invitados. La habitación que habían adecentado para el bebé antes de que Vera lo perdiera después de la muerte de su madre. Lucas creía que Vera culpaba a su hermana por haberla disgustado con los temas de la herencia los días posteriores al entierro.

Ahora vuelvo a soñar. Alguien se acerca a mí y me inyecta algo en el brazo. Duele… nunca me han gustado las agujas.

Parece como si me hubieran dado una paliza. Me despierto y soy incapaz de abrir los ojos debido a la claridad. No recuerdo muy bien lo que ha pasado en las últimas horas… ¿o días?

Lo que sí recuerdo es la oscuridad a mi alrededor, y ahora no hay oscuridad. Consigo despejarme un poco y me asombra todo lo que veo. Empiezo a recordar: el golpe en la cabeza (¿me caí por las escaleras de casa?), el sabor de la sangre, mis manos y pies atados, la certeza de que iba a morir de hambre y sed, aquellos zapatos rodeados de un haz de luz que me limpiaron la cara… y el pinchazo. Seguramente alguien me inyectó un calmante, porque me siento más tranquila, aunque sigo sin razonar con claridad. Voy por partes. Me sigue doliendo la cabeza pero menos intensamente. Cuando intento tocarme la nuca me doy cuenta de que mis pies y manos están libres, aunque no los coordino bien. Lo que sea que corre por mis venas me atonta e impide que me angustie, pero también que me excite la idea de verme liberada de ataduras. Me toco las piernas y noto el hormigueo de haber permanecido en una postura forzada tanto tiempo. Estoy sentada en una especie de sillón. Mis manos recorren mi cuerpo seguidas por mis ojos, que, con mucho esfuerzo, van enviando señales de lo que perciben a mi cerebro atontado. No reconozco lo que llevo puesto. Es una especie de vestido tipo bata de casa, de esas que visten las señoras mayores. El dibujo de flores de color rosa de la tela me tiene absorta unos minutos. No recuerdo lo que vestía cuando me trajeron aquí, pero seguro que no era esto.