viernes, 27 de julio de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO VII-


                                                                 
Un potentísimo haz de luz me cegó y solo pude ver unas manos que me palpaban bruscamente la cabeza y las extremidades. Quienquiera que fuese me lastimó comprobando que aun estaba viva y bien atada. Le pedí que me soltara, le pregunté qué quería de mí y porqué me tenía aquí encerrada. Lloré y supliqué que me ayudara y que me diera algo de beber, pero no conseguí que saliera ningún sonido de la sombra que tenía a mi lado. Solo distinguí unos enormes zapatos de cordones que casi me pisan los dedos de las manos. El hombre, porque estaba segura de que era un hombre, me recolocó sentada y me pasó un paño húmedo por la cabeza y la cara. Cuando sentí la humedad del paño en mis labios intenté chuparlo para saciar mi sed, pero el sabor a suciedad y sangre casi me hace vomitar. El hombre se marchó como vino, callado y en penumbra. Al escuchar como se volvía a cerrar la puerta y unas llaves giraban en la cerradura pensé que había llegado el fin del mundo para mí. No recuerdo haberme sentido tan frustrada en mi vida. Me arrepentí de haber rogado a aquel cabrón que me soltara, debí haberle pedido que acabara de una vez conmigo, que fuera valiente y me matara, porque no iba a permitir que nadie le diera un duro para conseguir lo que sea que quiera conseguir con mi secuestro.

Dicen que cuando estás en una situación extrema, los recuerdos empiezan a fluir. Mi niñez en casa de mis abuelos se materializó en forma de imágenes como fogonazos de luz. Mi época preferida era septiembre, cuando se recogía la uva y yo ayudaba con mi pequeño cuchillo, cortando gordos y pesados racimos de las viñas de mi abuelo. Luego me divertía con los demás niños pisándolas en enormes barricas mientras los mayores cantaban y preparaban las cubas para recoger el preciado jugo. Mi abuelo se olvidaba de sus achaques y reía con los vecinos que venían ayudarle, mientras mi abuela preparaba deliciosas comidas a base de embutido de cerdo y el resto del vino del año anterior. Mis labios dibujaron una tímida sonrisa, y mis ojos se hincharon con las lágrimas que ya no era capaz de expulsar.


Lucas estaba esperando impaciente sentado en una destartalada silla de la comisaría. Un policía tecleaba con dos dedos y muy lentamente.

-         ¿Cómo me dijo que se llama su mujer?

-         Vera Cruz Campos.

-         ¿Veracruz Campos qué más?

-         No, Vera Cruz Campos. Cruz Campos es el apellido.

-         Ah…

El lento tecleo estaba sacando de sus nervios a Lucas.

-         Bien… y dice que no ha ido a trabajar…

-         No, digo que no ha vuelto de hacer footing. Va todos los días de siete a siete y media.

-         Pero no ha ido a trabajar, ¿no?

-         No – Dios, estaba a punto de tirarse al cuello de aquel inútil.

-         Sabe que no la podemos declarar desaparecida hasta que pasen cuarenta y ocho horas.

-         Ya me lo ha dicho, pero le ha tenido que pasar algo. He llamado a los hospitales y centros de salud más cercanos y nadie la ha visto. Se que algo no anda bien.

-         Yo recojo los datos, pero no podemos hacer nada hasta que…

-         Ya, hasta que pasen las malditas cuarenta y ocho horas.

Lucas se levantó precipitadamente y salió de la comisaría. Una vez en la calle pegó un puñetazo a una pared que hizo que los nudillos se le descarnasen y empezasen a sangrar de forma profusa. Una cámara que enfocaba la entrada de la comisaría recogió la imagen.
Siento algo en los pies. Un cosquilleo. Es tal mi estado que me acabo de dar cuenta de que no tengo los tenis puestos. Noto la ropa de deporte húmeda y pegada al cuerpo. Casi no soy capaz de despegar los labios de lo secos que están. El cosquilleo sigue y sube por la pantorrilla. Me doy cuenta de que algo me está mordisqueando las piernas y un espasmo me hace apartarlas con un movimiento brusco. ¡Es una rata, seguro! La he espantado, pero creo que me voy a morir del asco. Ya no puedo soportar más las arcadas y me vomito encima de nuevo. El fuerte olor de los ácidos de mi estómago vacío inunda la estancia y hace que siga teniendo arcadas. Me da miedo moverme porque no se lo que hay a mi alrededor, pero tengo que alejarme de los vómitos. Me incorporo de rodillas y me arrastro por el áspero suelo. Me duelen las rodillas, seguro que me estoy haciendo daño, pero ya me da igual. Voy pegada a la pared e intento palparla con mis manos atadas, por si me encuentro con alguna sorpresa. Creo que solo me he desplazado un par de metros, pero el esfuerzo ha sido tan grande que me dejo caer de lado. Vuelvo a notar el olor a gasolina y también la gravilla. Por un lado prefiero estar a oscuras, porque seguro que el impacto de verme en el estado en el que estoy me provocaría más ansiedad y angustia.

domingo, 15 de julio de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO VI-

 

                                                                   
No se cuanto tiempo llevo dormitando, es imposible calcularlo dentro de esta oscuridad. Abro los ojos lentamente e intento fijar la vista en algún punto. Nuevamente solo detecto sombras a mí alrededor. Empiezo a pensar que el que me trajo aquí se olvidó de mí, porque me extraña que no haya venido nadie a ver como estoy. ¿Habrá pedido un rescate? ¿Le habrá pasado algo a mi secuestrador? Si nadie sabe que estoy aquí moriré de hambre y sed… Si antes no me vuelvo loca, claro. De repente noto un sonido. Es algo muy tenue pero claramente es algo. Cierro los ojos y procuro centrarme en ese ruido. Suena como si un tren pasara cerca. ¡Sí! Claramente acabo de oír un tren pasando relativamente cerca de donde estoy. Bueno, algo es algo, por lo menos sé que estoy cerca de unas vías de tren de alguna zona. No sé porqué siento alivio, puedo estar a cien kilómetros de casa, o a doscientos. Ahora vuelvo a escuchar otro sonido, este es distinto. Suena como a pasos ¡Dios mío, debe ser mi secuestrador! Por un momento pienso que el corazón se me va a salir por la boca. Los pasos se van acercando, cada vez más. Son pasos largos, tienen que ser de hombre. Ahora se han parado… no, vuelvo a oírlos. Más y más claramente. Sí, no puedo estar equivocada, alguien está al otro lado de la puerta o lo que quiera que sea que me separa del mundo exterior. Los escucho muy, muy cerca. ¡Se ha parado! ¡Ruido de llaves! ¡Señor, que no sea un loco psicópata que viene a hacerme daño, por favor!

En el número ochenta y tres de la calle Luna, Lucas se muerde las uñas de los dedos una por una. Vera ya debería estar en casa, nunca se va a trabajar sin antes darse una ducha. Recuerda escuchar el ruido de la puerta cuando se marchó a hacer footing, como todos los días, pero ha pasado el tiempo y a estas horas ya debería estar en el despacho. El ruido del teléfono le saca de sus pensamientos. Es Luis, el jefe de Vera.
-         Buenos días, Lucas.

-         Luis, ¿está Vera ahí?

-         Por eso te llamaba, aun no ha llegado, y ella es muy puntual. ¿Pasa algo? Nadie me dejó recado de que no fuera a venir hoy al trabajo.

-         Estoy preocupado, Luis, no ha vuelto de hacer footing. Creo que voy a ir a buscarla al parque.

-         Ok, avísame con lo que sea.

-         Bien, adiós.

Lucas se vistió a toda prisa y revisó palmo a palmo la ruta de su mujer de todas las mañanas. Preguntó a otros corredores, y a toda la poca gente que se encontró a esas horas. Nadie había visto a Vera. Unas gotas de sudor frío le recorrieron las sienes. ¿Dónde se habría metido? El sentimiento de culpa se apoderó de él. Ayer Vera había tenido muy mal día y en lugar de intentar calmarla había discutido también con ella.

viernes, 6 de julio de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO V-

 
 
 

Intento concentrarme en lo que veo, pero por mucho que me esfuerzo mis pupilas no están lo suficientemente dilatadas como para atrapar la poca luz que me rodea. Creo distinguir algunas formas, pero no puedo estar segura de lo que puede ser. En ese momento me viene a la memoria una película que vi con mi marido cuando aún éramos novios en la que unos soldados usaban gafas de visión nocturna para buscar enemigos en la oscuridad. Es increíble como la mente recuerda espontáneamente cosas relacionadas con la situación que se está viviendo. Ojalá alguien me pudiera explicar qué es lo que hago aquí y como he llegado a este lugar, pero la imagen de unas gafas de visión nocturna es lo único que ocupa ahora mi cerebro... Noto como la sangre se va secando en mi cara y en el pelo y eso es bueno porque significa que no voy a desangrarme. Ahora estoy mucho más despejada y por lo tanto el golpe que me han dado no supone, en principio, nada importante. El exceso de adrenalina que ha liberado mi cuerpo al ser consciente de mi situación ha dado paso a un estado de relajación y relativa seguridad sobre mi integridad física. El instinto de supervivencia es el más fuerte de todos, y mi mente ha dejado de preocuparse por mis heridas y ha dado paso a la lógica para intentar averiguar la manera de escapar. Pero para ello he de saber donde estoy y qué posibilidades hay de encontrar una salida. Me tumbo de lado e intento reptar hasta encontrar algún obstáculo y así tratar de reconocerlo por el tacto, pero algo me dice que eso puede ser peligroso. ¿Y si estoy en una nave llena de herramientas afiladas y cortantes? Acerco mi nariz al suelo para saber si es tierra, asfalto, cemento... Creo que es algún tipo de gravilla, y además me parece reconocer el olor a gasolina. Seguro que estoy en un garaje subterráneo y abandonado. Los ojos se me llenan de lágrimas. He gritado y nadie me ha respondido, y la oscuridad reinante me dice que el lugar de mi encierro debe estar a varios kilómetros de cualquier sitio transitado. Me siento cansada y noto como mis tripas se retuercen de hambre. También tengo mucha sed. Mis labios están resecos y solo pensar en agua fresca me causa una angustia tremenda. Intento convencerme de que a estas alturas alguien se estará extrañando de mi ausencia. Mi marido sabe que nunca voy a trabajar sin ducharme, y en el despacho han de estar preguntándose cual es la razón de mi ausencia. Ojalá mi captor haya cometido algún fallo que facilite mi localización, porque sino me volveré loca. Si al menos pudiera saber cuantas horas llevo aquí metida, o tan siquiera si es de día o de noche, me sentiría mejor. Intento beberme mis propias lágrimas y las extiendo sobre mis labios. Los noto cuarteados y llenos de polvo. Evidentemente mi cárcel es un sitio sucio y abandonado.