domingo, 6 de abril de 2014

HUMO



Encendió un cigarrillo y se sentó en el sofá.
Esperando, no sabía el qué, se volvió a levantar y prendió una barrita de incienso con olor a jazmín.
El fuego del mechero quemó la cabeza de la barrita y el humo empezó a elevarse por la habitación, primero formando un remolino y expandiéndose luego por la estancia dibujando formas en color blanco.
Se volvió a sentar y mientras notaba el humo del cigarro penetrar en sus pulmones observaba detenidamente las formas que se mezclaban y expandían justo enfrente de sus ojos.
Una de ellas pareció dibujar la cara de un niño sonriente. Un niño al que le faltaban un par de dientes de leche y que reía feliz. A su lado otra voluta de humo dibujó algo parecido a un tren eléctrico, como el que le habían regalado por su séptimo cumpleaños.
Cerró los ojos y creyó tocar aquel juguete de metal coloreado que avanzaba despreocupado por unas vías de mentira en un viaje a ninguna parte.
La figura desapareció en el techo del cuarto y volvió a centrar la vista en la barrita, consumiéndose inexorable. Otra voluta pareció formar un jardín, lleno de flores y árboles. Dio otra calada al cigarrillo y el humo que expulsó se mezcló con el del incienso, dotando al jardín de vida y hasta color. Le pareció ver una reunión de amigos en la que un joven se arrimaba a una chica de larga melena y sonrisa irresistible. Sus ojos no podían apartarse de ella y recorrían sus rasgos jóvenes y perfectos de diosa. La conexión de sus miradas era perfecta, la unión de sus almas también.
Cerró los ojos de nuevo, esperando abrirlos ya con el nerviosismo de la espera. Una nueva figura se dibujó, etérea, flotante, hermosa. Le pareció oír unas campanadas, y ver cómo miles de granos de arroz caían sobre ellos mientras las caras felices de gente irreconocible gritaban ¡vivan los novios!
Su alma se llenó de paz, y se hinchó con la alegría de los recuerdos felices.
Dio otra calada y observó que la ceniza de su cigarrillo se consumía a la par que la barrita de incienso.
Pero aún tenía tiempo.
De repente un humo más oscuro y temible le envolvió con un efluvio de mal augurio. Negras sombras rodearon los muebles y enseres del cuarto, alargándolas amenazadoramente sobre su cabeza, como si en algún momento quisieran llevárselo a las tinieblas de donde habían surgido.
Una de las sombras se cernió sobre él, con forma de enorme calavera. Le pareció que entre sus vacías cuencas se perfilaba la forma de un ataúd en el que se iba definiendo poco a poco la inconfundible figura de su padre. La imagen humeante se fue desvaneciendo de forma líquida, y hubo un instante en el que el humo se diluyó entre las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas.
Pero una llamarada hizo revivir la barrita, y aprovechó para dar otra profunda calada.
Soltó el humo dirigiéndolo hacia las revoltosas hileras de humo aromático, y se deleitó respirando ambos olores mientras esperaba a que las últimas imágenes se deshicieran por completo en el techo de la habitación.
Hasta le pareció que el cuarto se iluminaba. El sol inundó el ambiente, de manera que las motas de polvo brillaban y se movían enloquecidas. Tuvo que entrecerrar los ojos para no deslumbrarse, a la vez que para fijar la mirada en una imagen que se acercaba a él lenta, muy lentamente.
Era ingrávida, flotante, frágil. Retuvo la respiración por miedo a que uno solo de sus suspiros pudiera deshacerla. El aura que la envolvía irradiaba luz y felicidad, como cuando una nube negra oscurece el cielo pero permite que un único rayo de sol la traspase por su parte más débil, cual talón de Aquiles.
Se obligó a no llorar. No quería llorar. Sabía que tarde o temprano este momento llegaría y que no debía tener miedo.
Una sonrisa dibujó su rostro, y de repente percibió que tanto el cigarro como la barrita de incienso soltaban un último, definitivo, hilillo de humo.
La figura radiante tendió unos brazos finos y rutilantes hacia él, llamándolo por su nombre.
No quiso perderse ni un instante de la maravillosa visión, así que la Muerte se lo llevó aún con la colilla entre los dedos y los ojos bien abiertos, asombrados, incrédulos.
Por fin sus párpados cansados cayeron en un último movimiento espasmódico, mientras sus pulmones se

vaciaban y la barrita le despedía con un destello final que hizo que los restos de ceniza cayeran lánguidos y 

tristes sobre la mesa de roble.

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