jueves, 3 de mayo de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO I-


Ya es mayo. Se supone que llega la primavera pero no hace más que llover. A ratos sale el sol, y aunque se supone que el buen tiempo relaja más y ayuda a escribir, también hay que intentarlo cuando el tiempo no acompaña. He aquí un relato sobre algo que sucedió bajo la lluvia... contado en capítulos. ¡Aquí va el primero!:


Salí a correr como todos los días. Eran las siete y media de la mañana y noche cerrada, pero llevaba todo el invierno yendo a correr de noche, así que no tenía miedo. Llovizna, y el parque a esas horas solo está iluminado por débiles focos situados muy alto sobre el camino de tierra. Mis pasos suenan como pequeños golpes a la par de los latidos de mi corazón, aunque ese día éste estaba un poco más acelerado de lo común. La noche había sido horrible. Había discutido con todo el mundo, mi padre, mi hermana, mi marido... En el trabajo discutí con mi jefe y una compañera. Así que decidí alejarme un poco más y llegar hasta la zona del lago, donde nadie va a esas horas porque ni siquiera están encendidos los focos del camino. Casi deseaba encontrarme con alguien y que me atacara o amenazara, para desahogarme con él. Practicaría las nuevas técnicas de karate que había aprendido, y utilizaría a ese malhechor imaginario para machacar toda mi frustación. El mundo estaba contra mi, pero yo era más fuerte y lo demostraría destrozando al sinvergüenza que osara meterse conmigo. La furia que se acumulaba dentro de mi amenazaba con salírseme por la garganta en forma de fuego. Me estaba acercando al lago cuando de repente noté un pinchazo en el pecho y tuve que parar a tomar aire. Mientras me recuperaba noté que a mi alrededor no había más que silencio y oscuridad, así que cerré los ojos para concentrarme. En ese sitio y en ese mismo momento nadie más que yo era consciente de que estaba allí, sola, sin que nada más que el suave viento fuera el mudo testigo de mi presencia. Estaba empezando a relajarme. Me concentré en mi interior y dejé que mis cinco sentidos penetraran en mi. Noté como el tacto tocaba mis vísceras, como los ojos veían claramente la sinapsis de mis neuronas brillando en el interior de mi cerebro, como el oído se concentraba en los latidos de mi atormentado corazón, el olor del aire que llenaba y vaciaba cada alvéolo de mis pulmones y el sabor de mi propia carne. En ese momento mi estado de relajación era tal que sería imposible que cualquier fenómeno exterior me afectara. Ya no notaba el viento en la cara, ni la arena del camino bajo la suela de mis tenis, ni la oscuridad, ni el tacto del banco que sostenía mi cuerpo cansado... ya no olía a hierba recién cortada ni escuchaba como las aves nocturnas reclamaban su lugar entre los árboles que rodeaban el lago. (CONTINUARÁ)

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