No, no podía volver a pasarme. Me horrorizaba la idea de pensar que la historia se podría repetir. Mi cabeza empezó a dar vueltas mientras obligaba a mi cuerpo a volver corriendo a casa para darme una buena ducha antes de intentar reconciliarme con el mundo y comenzar una nueva jornada. Por el camino traté de quitarle importancia a todos los problemas del día anterior, intentando evitar que el desasosiego que me producían volvieran a provocarme otro ataque como el del año pasado. Los médicos me habían dicho que seguramente no era más que un caso aislado de hipersensibilidad surgido a partir de la muerte de mi madre, que intentara llevar una vida tranquila y que hiciera deporte para que el cansancio del cuerpo cansara también la mente. Mi familia favoreció esta situación, pero como siempre, la rutina hace que nos olvidemos y volvamos a ser nosotros mismos pasado el momento de crisis. Mi marido y yo nos llevábamos bien, y mi trabajo como telefonista en el despacho de abogados no revestía demasiada complicación ni sobresaltos. Pasó un año sin que notara los síntomas de aquella vez, y aunque ahora no se trataba de lo mismo, estaba segura de que el resultado sí sería parecido.
Cuando metí las llaves en la cerradura, respiré hondo y preparé la sonrisa más espléndida para dar los buenos días a mi marido.
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