viernes, 6 de julio de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO V-

 
 
 

Intento concentrarme en lo que veo, pero por mucho que me esfuerzo mis pupilas no están lo suficientemente dilatadas como para atrapar la poca luz que me rodea. Creo distinguir algunas formas, pero no puedo estar segura de lo que puede ser. En ese momento me viene a la memoria una película que vi con mi marido cuando aún éramos novios en la que unos soldados usaban gafas de visión nocturna para buscar enemigos en la oscuridad. Es increíble como la mente recuerda espontáneamente cosas relacionadas con la situación que se está viviendo. Ojalá alguien me pudiera explicar qué es lo que hago aquí y como he llegado a este lugar, pero la imagen de unas gafas de visión nocturna es lo único que ocupa ahora mi cerebro... Noto como la sangre se va secando en mi cara y en el pelo y eso es bueno porque significa que no voy a desangrarme. Ahora estoy mucho más despejada y por lo tanto el golpe que me han dado no supone, en principio, nada importante. El exceso de adrenalina que ha liberado mi cuerpo al ser consciente de mi situación ha dado paso a un estado de relajación y relativa seguridad sobre mi integridad física. El instinto de supervivencia es el más fuerte de todos, y mi mente ha dejado de preocuparse por mis heridas y ha dado paso a la lógica para intentar averiguar la manera de escapar. Pero para ello he de saber donde estoy y qué posibilidades hay de encontrar una salida. Me tumbo de lado e intento reptar hasta encontrar algún obstáculo y así tratar de reconocerlo por el tacto, pero algo me dice que eso puede ser peligroso. ¿Y si estoy en una nave llena de herramientas afiladas y cortantes? Acerco mi nariz al suelo para saber si es tierra, asfalto, cemento... Creo que es algún tipo de gravilla, y además me parece reconocer el olor a gasolina. Seguro que estoy en un garaje subterráneo y abandonado. Los ojos se me llenan de lágrimas. He gritado y nadie me ha respondido, y la oscuridad reinante me dice que el lugar de mi encierro debe estar a varios kilómetros de cualquier sitio transitado. Me siento cansada y noto como mis tripas se retuercen de hambre. También tengo mucha sed. Mis labios están resecos y solo pensar en agua fresca me causa una angustia tremenda. Intento convencerme de que a estas alturas alguien se estará extrañando de mi ausencia. Mi marido sabe que nunca voy a trabajar sin ducharme, y en el despacho han de estar preguntándose cual es la razón de mi ausencia. Ojalá mi captor haya cometido algún fallo que facilite mi localización, porque sino me volveré loca. Si al menos pudiera saber cuantas horas llevo aquí metida, o tan siquiera si es de día o de noche, me sentiría mejor. Intento beberme mis propias lágrimas y las extiendo sobre mis labios. Los noto cuarteados y llenos de polvo. Evidentemente mi cárcel es un sitio sucio y abandonado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario