"Dando vueltas en casa seguro que no
consigo nada”, piensa Lucas. Pero tampoco sabe qué hacer exactamente. Hasta
mañana temprano no puede denunciar la desaparición de Vera, así que decide
llamar a Rafaela, su hermana, para comunicarle su angustia.
-
¿Seguro que has preguntado en todos
los hospitales?- la voz de Rafaela suena nerviosa.
- Sí, los de varios kilómetros a la redonda. Es muy extraño. Me habrían llamado ¿no?
- ¿Llevaba el móvil con ella?
- No, pero siempre va con el dni.
- Pues no se, habrá que esperar a mañana y volver a comisaría.
- Ya, menuda nochecita voy a pasar.
Rafaela cuelga el teléfono y se
queda mirando pensativa la pecera del salón de casa. Está tan ensimismada que
no oye el llanto de su hija hasta que pasa un buen rato.
Me agarro
las rodillas y permanezco encogida en el suelo durante sabe Dios cuanto tiempo.
Intento no pensar en mi situación, así que fuerzo a mi mente a pensar en otras
cosas. Me viene a la cabeza la imagen de mi sobrina. Desde que pasó lo de mi
madre no la había vuelto a ver y eso me llenó de pena. Había pensado muchas
veces en ella, pero no me atrevía a llamar a mi hermana Rafaela solo para decirle que
me dejase estar con ella un rato. Ahora tendrá dos años y medio,y seguro que ya
corretea por ahí como una loca. Es increíble lo que la quiero, lo que la echo
de menos. Recuerdo cuando fui a verla de recién nacida. Mi hermana estaba muy
guapa y feliz, y nada podía hacernos pensar que solo unos meses después las
cosas iban a cambiar tanto entre nosotras. La sensación de tener a su bebé en
mis brazos fue una de las mejores de mi vida, y recuerdo también la cara de mi
marido. Decir que se le caía la baba es decir poco. Yo creo que fue en ese
momento cuando superamos nuestras diferencias con respecto a la maternidad y
decidimos buscar nuestro propio bebé. Dios, cómo se fastidiaron las cosas. Mi madre
murió de repente y surgió el caos en nuestras vidas. Las discusiones con mi
hermana fueron tantas y tan intensas que no puedo evitar pensar que aborté por
culpa de tantos disgustos. Ahora, pensándolo más fríamente creo que la culpa
fue solo mía por no haber sabido encajar la situación. Pero es que Rafaela
puede ser desquiciante cuando quiere. A pesar de que no se si saldré de esta,
no consigo echarla de menos ni apenarme con la idea de no volver a verla. Pero sí
me duele no volver a ver a Lucas, ni a mi sobrina. Si tuviera a mi marido ahora
mismo conmigo le pediría perdón por este último año que le he dado. Mi carácter
se enrudeció, dejé de prestarle atención y me centré en el deporte. Ahora recuerdo
con pena todas esas noches en las que él se acercaba a mi, a pesar del miedo al
rechazo, acariciándome y susurrándome piropos al oído. Accedí a sus demandas
muy pocas veces y de forma pasiva. Nada que ver con los meses anteriores a
quedarme embarazada, en los que la pasión era uno más en nuestra cama.
Lucas se levantó a las seis de la mañana. Se duchó y afeitó con calma, consciente de que era demasiado temprano para volver a la comisaría. Los nervios hicieron que se cortara en varios sitios de la cara, y que maldijera en todos los idiomas. No había dormido más que un par de horas, y eso que había recurrido a una de las pastillas contra el insomnio que le habían recetado a Vera. Atontado y medio mareado cogió el coche y se dirigió a la comisaría principal de la ciudad, decidido a hablar con algún inspector y no con el tarado del día anterior. Después iría al despacho de Luis, el jefe de Vera. Le extrañaba que no hubiera vuelto a llamar.
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