jueves, 2 de agosto de 2012

LLUVIA -CAPÍTULO IX-


                                                                         
Observo a mi alrededor. Aunque no hay mucha luz ya no estoy totalmente a oscuras. Veo sombras que voy reconociendo poco a poco. Estoy rodeada de muebles viejos, baúles, y cajas con libros. A mi lado hay varios neumáticos viejos y garrafas con lo que debe ser gasoil o aceite de automóvil. También puedo ver un espejo ajado y medio tapado por un trapo sucio. Me acerco lentamente hacia él, con miedo a verme reflejada. Tengo que limpiar el polvo de la superficie para poder distinguir algo. Me entran ganas de llorar. Alguien me ha rapado la cabeza y mi larga y frondosa melena ha desaparecido por completo. Palpo el contorno de mi desnudo cráneo, y cuando llego a la nuca noto un bulto tremendo. No me he caído por las escaleras. Alguien me ha golpeado, y lo ha hecho tan fuerte que me ha dejado una brecha de unos diez centímetros. Giro la cabeza buscando otro espejo para poder ver mejor la herida, pero no encuentro nada. No estoy segura pero me parece notar hilo en ella, es decir, creo que me han cosido la brecha… Dios mío, ¿lo habrán hecho en este sucio y asqueroso sótano?

"Dando vueltas en casa seguro que no consigo nada”, piensa Lucas. Pero tampoco sabe qué hacer exactamente. Hasta mañana temprano no puede denunciar la desaparición de Vera, así que decide llamar a Rafaela, su hermana, para comunicarle su angustia.

-          ¿Seguro que has preguntado en todos los hospitales?- la voz de Rafaela suena nerviosa.

-          Sí, los de varios kilómetros a la redonda. Es muy extraño. Me habrían llamado ¿no?

-          ¿Llevaba el móvil con ella?

-          No, pero siempre va con el dni.

-          Pues no se, habrá que esperar a mañana y volver a comisaría.

-          Ya, menuda nochecita voy a pasar.

Rafaela cuelga el teléfono y se queda mirando pensativa la pecera del salón de casa. Está tan ensimismada que no oye el llanto de su hija hasta que pasa un buen rato.

Me agarro las rodillas y permanezco encogida en el suelo durante sabe Dios cuanto tiempo. Intento no pensar en mi situación, así que fuerzo a mi mente a pensar en otras cosas. Me viene a la cabeza la imagen de mi sobrina. Desde que pasó lo de mi madre no la había vuelto a ver y eso me llenó de pena. Había pensado muchas veces en ella, pero no me atrevía a llamar a mi hermana Rafaela solo para decirle que me dejase estar con ella un rato. Ahora tendrá dos años y medio,y seguro que ya corretea por ahí como una loca. Es increíble lo que la quiero, lo que la echo de menos. Recuerdo cuando fui a verla de recién nacida. Mi hermana estaba muy guapa y feliz, y nada podía hacernos pensar que solo unos meses después las cosas iban a cambiar tanto entre nosotras. La sensación de tener a su bebé en mis brazos fue una de las mejores de mi vida, y recuerdo también la cara de mi marido. Decir que se le caía la baba es decir poco. Yo creo que fue en ese momento cuando superamos nuestras diferencias con respecto a la maternidad y decidimos buscar nuestro propio bebé. Dios, cómo se fastidiaron las cosas. Mi madre murió de repente y surgió el caos en nuestras vidas. Las discusiones con mi hermana fueron tantas y tan intensas que no puedo evitar pensar que aborté por culpa de tantos disgustos. Ahora, pensándolo más fríamente creo que la culpa fue solo mía por no haber sabido encajar la situación. Pero es que Rafaela puede ser desquiciante cuando quiere. A pesar de que no se si saldré de esta, no consigo echarla de menos ni apenarme con la idea de no volver a verla. Pero sí me duele no volver a ver a Lucas, ni a mi sobrina. Si tuviera a mi marido ahora mismo conmigo le pediría perdón por este último año que le he dado. Mi carácter se enrudeció, dejé de prestarle atención y me centré en el deporte. Ahora recuerdo con pena todas esas noches en las que él se acercaba a mi, a pesar del miedo al rechazo, acariciándome y susurrándome piropos al oído. Accedí a sus demandas muy pocas veces y de forma pasiva. Nada que ver con los meses anteriores a quedarme embarazada, en los que la pasión era uno más en nuestra cama.

Lucas se levantó a las seis de la mañana. Se duchó y afeitó con calma, consciente de que era demasiado temprano para volver a la comisaría. Los nervios hicieron que se cortara en varios sitios de la cara, y que maldijera en todos los idiomas. No había dormido más que un par de horas, y eso que había recurrido a una de las pastillas contra el insomnio que le habían recetado a Vera. Atontado y medio mareado cogió el coche y se dirigió a la comisaría principal de la ciudad, decidido a hablar con algún inspector y no con el tarado del día anterior. Después iría al despacho de Luis, el jefe de Vera. Le extrañaba que no hubiera vuelto a llamar.

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