Qué
frustración… los pasos se han parado justo detrás de la puerta y cuando estaba
preparada para saltar sobre el cabrón que me tiene encerrada oí un ruido de
algo deslizándose y una mano que lanzó rápidamente un paquete a través de un
agujero en la parte inferior de la puerta. Enseguida volví a oír el mismo ruido
y pasos alejándose. Me agaché y comprobé que la puerta tiene una lámina que se
desliza desde fuera y deja al descubierto un agujero cuadrado de unos treinta
centímetros. Tardé un poco en acercarme al paquete, por miedo a que fuera algo
peligroso, pero el olor que salía de él me convenció de que dentro había
comida. Mi estómago reaccionó ante el estímulo de alimentarse con un dolor
lacerante que me dobló en dos. Me lancé hacia el paquete y destrocé el
envoltorio con mis manos que aun tenían restos de suciedad por todo lo que
había manipulado en aquel asqueroso sótano.
Estoy
tumbada rodeada de los restos del contenido del paquete. Éste traía varios
recipientes de plástico con arroz, trozos de pollo y fruta. El termo que
contenía agua me lo bebí de un trago y hasta usé un poco para lavarme las
manos. Me di cuenta demasiado tarde de que también tenía sobres de toallitas
limpiadoras como las que te ponen en los restaurantes que te sirven marisco. En
otra caja pequeña había útiles de aseo: un desodorante, papel higiénico y
compresas. No entendí lo del papel higiénico, ¿tendría que hacer de vientre y
luego recogerlo? En un acto reflejo mis ojos recorrieron de nuevo mi pequeña
celda abarrotada de cacharros inútiles buscando un hueco donde hacer mis
necesidades sin que su visión ni el olor me hicieran vomitar. Empiezo a gritar
como una loca, insultando a quien sea que me tiene presa, llamándole hijo de
puta, cobarde por no dar la cara, impotente, todo lo que se me ocurre. Quizá así se enfade y baje. Recorrí como una
loca cada trasto buscando algo con lo que hacerle daño si volvía, algo con lo
que cercenarle la mano cuando osara sacarla de nuevo por aquel agujero de la
puerta. Solo encontré basura.
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