viernes, 4 de enero de 2013

ELÍAS - CAPÍTULO I -


Cuando me desperté el sol me calentaba las mejillas. Nunca cierro las persianas porque me gusta sentir el calor de los primeros rayos en la cara, así se que ya es hora de levantarme.
Soy científico.
Hasta hace diez años trabajaba en un centro de investigación muy importante en la ciudad más importante del mundo. Pero eso fue antes de descubrir que una profecía maya nos iba a catapultar al olvido a los cientos de millones de habitantes del planeta Tierra.
Así que me dediqué a investigar no ya las causas de la inminente catástrofe, sino la manera de ponerme a salvo.
Estoy solo. Mi mujer me abandonó cuando dejé el trabajo, y nuestra hija Maika murió en un accidente de tráfico, así que no tengo a nadie cercano que me importe.
Sin embargo me importa la vida. No es posible que tantos años de evolución se vayan por el retrete en un solo día. Me fastidia que yo, como científico, no sea capaz de idear una solución que impida la desaparición de la especie humana.
En su momento un meteorito volatilizó a los dinosaurios, pero éstos no tuvieron ni la capacidad de preverlo ni de escapar.
Y aquí aparece Elías.
Elías es mi cápsula de salvamento.
Parece imposible que la haya podido fabricar yo solo. Y sin ayuda.
Me he gastado todo el dinero ganado durante mis años dedicados a esta profesión y todo lo heredado por mi respetable familia, pero el resultado merece la pena.
Ahora estoy enfrente de mi creación, en una vieja fábrica abandonada que he adquirido. El brillo del metal bruñido me ciega y por un momento no veo otra cosa que mi imagen reflejada en la superficie de Elías. Coloco mi mano sobre una zona marcada y su silueta se ilumina con un intenso color verde.
Elías me ha reconocido y procede a abrir la puerta de entrada. Unas suaves líneas se perfilan enfrente de mi, intensificándose a medida que el dibujo de una puerta se va haciendo más nítido. El acceso a mi cápsula es imposible de localizar si no sabes donde colocar la  mano, y solo mi mano es debidamente reconocida por mi creación.
Elías es una perfecta esfera metálica.
Cuando descubrí que nuestro fin era ineludible, mi cabeza empezó a trabajar incansable. Me olvidé de comer durante varios días, manteniéndome a base de batidos energéticos, aprovechando cualquier idea sobre la manera de sobrevivir. No dormí durante una semana. Solo cuando me desmayé y estuve catatónico varias horas me di cuenta de lo importante que es dormir como mínimo seis horas para que la mente pueda funcionar a pleno rendimiento las otras dieciocho horas del día.
Me surtí de todo cuanto complejo vitamínico encontré en el mercado, y me informé de los productos energéticos y carnitinas para no perder masa muscular debido al poco movimiento físico que hice durante los primeros cuatro años aproximadamente.
Fue el tiempo que me llevó idear a Elías.
Elías está basado en tres principios fundamentales: resistencia, estanqueidad y habitabilidad, básicos en la elaboración de cualquier bunker.
Me llevó muchos meses de pruebas e investigación lograr un material lo suficientemente resistente a las radiaciones, temperaturas extremas, altas y bajas presiones y choques. Hasta que di con el paladio titanibárico*.  Mezclé estaño fundido a 300 ºC con piezas de un material cerámico llamado titanio de bario, muy usado como aislante en compuestos electrónicos. Obtuve lingotes que fundí para alear con una especie de vidrio metálico, el paladio, y crear un material del que estaría formada la carcasa de Elías.
Para solventar los puntos críticos de estanqueidad debía encontrar un compuesto aislante lo suficientemente efectivo contra la entrada de agua y gases tóxicos, así como idear un sistema de drenaje de la condensación que pudiera formarse en el interior de la cápsula. Después de muchas pruebas, sellé todas las juntas de estanqueidad con policlorotrifluoroetileno y me aseguré de que el mecanismo drenante funcionara correctamente.
Con respecto a la habitabilidad, todo el mobiliario del interior estaría fabricado con poliuretano rígido, sin aristas. Los asientos y la cama serían ergoanatómicos, para evitar malas posturas y posibles lesiones dorsales y cervicales. Me surtiría de suficiente alimento hidrolizado como para sobrevivir hasta veinte años, y una depuradora convertiría el agua salada en mineral.
La energía eléctrica la obtendría de un panel solar situado dentro de la parte superior de la cápsula y que sería capaz de sacar al exterior cada vez que necesitara recargar el generador. No podía prever la cantidad de luz solar que habría después de la catástrofe, pero supongo que ésta no sería tan bestial como para modificar la órbita de traslación del planeta.
Para la ropa ideé una tela compuesta principalemente de látex, resistente a los fluidos corporales y de limpieza en seco.
Una fosa séptica con un mecanismo especial convertiría la basura y mis deposiciones orgánicas en líquido, que sería arrojado al exterior por el sistema de drenaje.
Después de todo esto quedaba algo a lo que no le di su importancia hasta hace solo un par de años. Y es que a pesar de asumir que posiblemente fuera el único superviviente, necesitaba poder almacenar siglos de conocimiento y saber en un formato de reducidas dimensiones y gran capacidad de memoria.
Pero ¿cómo acceder a todas las áreas del saber en tan poco tiempo?
Esta idea me rondó por la mente hasta convertirse en una obsesión. Me declaré incapaz de acceder a todo el conocimiento humano yo solo, y me convencí de que iba a necesitar ayuda.

*pido disculpas a la comunidad científica por el uso de compuestos y/materiales con el atrevimiento del ignorante sobre el tema.

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