lunes, 7 de enero de 2013

ELÍAS - CAPÍTULO II -


El señor Ramón es la persona más sabia que conozco. Su capacidad intelectual es casi tan inmensa como la barriga que ha ido cebando a lo largo de su sedentaria vida.
El señor Ramón ha estudiado varias carreras universitarias y ha recorrido el mundo dando conferencias y cursos. Entiende de arte, historia, literatura y psicología. Él sabría donde buscar lo más representativo de las ciencias sociales, y yo lo intentaría con las exactas.
Visité al señor Ramón un día lluvioso de otoño, cuando ya casi había concluído la parte teórica de la creación de Elías. Estaba casi seguro de que mi invención estaría segura con él, porque es un hombre tan solitario como yo, con la diferencia de que para él la vida no tiene sentido y para mi sí. Tal y como yo pensaba le entusiasmó mi proyecto, pero declinó mi invitación a formar parte de él una vez que el fin del mundo fuera una realidad.
Soltero, con más de setenta años y sin más actividad que la meramente intelectual, el señor Ramón tiene los días contados. Padece esclerosis múltiple y principio de parkinson. Lo único que le interesa es comer y estudiar, así que es perfecto para mi propósito.
Han sido muchas las veladas que hemos compartido debatiendo sobre los principios del saber. Tengo que decir que fue casi tan interesante como la elaboración de Elías. El señor Ramón y yo pasamos horas escogiendo lo más relevante, a nuestro parecer, del conocimiento humano. Fuimos almacenando toda la información en pen drivers, recogiéndola en la biblioteca municipal y consultando en todas las fuentes a nuestro alcance.
Fue el señor Ramón el que me hizo ver algo que yo había pasado por alto. Yo sobreviviría, y gran parte del saber también, pero ¿y si nada ni nadie más lo hacía? Yo acabaría muriendo, y conmigo la raza humana.
Fueron días difíciles. Todo nuestro trabajo caería en el olvido. Una especie de agonía se apoderó de mi alma, al no poder encontrar una solución a este problema. Evidentemente, la conservación del ser humano requería la participación de una mujer. Yo me negaba a introducir a nadie más en mi proyecto, pero no me quedó más remedio que recurrir a mis antiguos compañeros de laboratorio. Después de tanto tiempo sin saber nada de ellos, se sorprendieron al conocer la noticia de que estaba preparando un ensayo sobre las técnicas de clonación, criogénesis y conservación de la especie humana. Obviamente no era verdad, aunque reconozco que su respuesta fue más vehemente de lo que me esperaba. Su ayuda fue indispensable a la hora de entender los misterios de la preservación de la especie. Aprovechaba las visitas al laboratorio para hacerme con material, poco a poco para no levantar sospechas. Así fui capaz de adquirir los conocimientos y el instrumental necesarios para extraer células y muestras propias y congelarlas hasta el momento en que fuera necesario su utilización. Sin embargo, otro obstáculo amenazaba la consecución de mi objetivo. Mis colegas me aseguraron que el uso de nanorobots para recuperar los tejidos congelados era un tema aun en estudio, y que si quería saber más tendría que contactar con los más eruditos doctores en ingeniería genética.

1 comentario:

  1. Bueno, una entrada sin sobresaltos :-)
    ¡Espero impaciente la siguiente!

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