La oscuridad invernal se cierne sobre el cementerio. Empieza a silbar
un viento fuerte que revuelve el cabello de la mujer enredándoselo en el velo.
Ya no llueve, pero la temperatura ha descendido varios grados.
Cuando llega a casa y se mira al espejo ve que las lágrimas han dejado
un surco en su maquillaje. Esa noche sus sueños son muy agitados. Un hombre del
que no distingue más que una silueta la sigue por una calle solitaria y oscura.
El viento no la deja avanzar todo lo rápido que quiere, y la distancia se va
acortando poco a poco entre ellos. El paisaje a su alrededor no varía a pesar
de que no para de correr. De repente solo ve tumbas abiertas. La tierra
alrededor de las lápidas está revuelta, como si todos los difuntos hubieran
decidido salir de su eterno lecho a la vez. El hombre se para, y ya no oye
pasos tras ella aunque lo ve en la lejanía. Se acerca a las lápidas y nota los
pies enterrarse hasta los tobillos en los montones de tierra hedionda y húmeda.
Inclina la cabeza sobre los agujeros, pero no puede ver más que el vacío y la
oscuridad. No sabe porqué, corre frenética buscando una tumba en concreto. Las
letras de los epitafios están borradas, así que tiene que mirar los agujeros
uno por uno. Una corriente de viento helado le traspasa los huesos. El hombre
sigue acechando a lo lejos, totalmente quieto. Desesperada, llora sobre cada
una de las tumbas, y al caer al suelo, cada lágrima se convierte en una rosa de intenso color rojo y brillantes pétalos. No le queda más que un agujero por revisar.
Se inclina todo lo que puede, hincando las rodillas en la pútrida tierra que
rodea el hoyo y sintiendo ramalazos de un miedo gélido que le hace tiritar. No
ve nada, pero está convencida de que esa es la fosa que está buscando. De
repente una fuerza la empuja y cae al más horrible de los vacíos.
En un bar-hostal perdido en Italia, una mujer intenta seguir los pasos
de su hijo adoptivo fallecido hace dos años. Un cartel de “se traspasa” cuelga
solitario, balanceándose con la brisa matinal. La mujer pasea por los
alrededores, en el lugar que, según los informes policiales, fue el último en
el que vieron vivos a su hijo y a los chicos que iban con él. De repente le
parece ver movimiento detrás de una de las ventanas del local. A pesar de que
está cerrado con llave intenta forzar la puerta para averiguar si hay alguien
dentro que le pueda decir donde encontrar al antiguo dueño. Rodea el edificio y
ve una ventana medio abierta por la que se cuela decidida. Dentro está muy
oscuro y huele a polvo y humedad. Está en la zona de la cafetería. Escucha un
ruido. Gira la cabeza y algo le llama la atención en la barra. El cielo se
empieza a nublar y el estruendo de una tormenta que se acerca no logra distraerla de un objeto que emite destellos en el
suelo. Le es imposible reparar en la sombra sin cara ni forma que se va
acercando sigilosamente por su espalda mientras ella observa fascinada la
pequeña y brillante bola de color rojo.
FIN
Finalazo. Este capítulo rollo epílogo mola... ¡pero el anterior...! ¡Vaya estrés! Menuda maldición familiar.
ResponderEliminarY lo mejor es que el final queda abierto, con esas piedras esperando una nueva víctima.