NUEVE DE LA NOCHE
Antón se despierta
sobresaltado. Le ha parecido oír un ruido. En estos momentos la tormenta está
justamente encima de la casa, pero lo que ha oído no tiene nada que ver con el
tiempo. Se levanta poco a poco y se frota las rodillas, entumecidas por la
postura de las últimas horas y la humedad. Vuelve a oír el ruido. Parece como
si alguien estuviese arrastrando algún mueble en alguna zona del piso superior.
Se dice a sí mismo que es imposible, que seguramente su imaginación le está
traicionando. Se está sacudiendo los restos de ceniza de los pantalones cuando
vuelve a oír un ruido, esta vez más fuerte. Es como si un armario se hubiera
caído al suelo. El miedo le deja paralizado, pero enseguida se da cuenta de que
la lluvia y el viento deben estar provocando más estragos en la casa. La
oscuridad no le deja más que intuir donde están las escaleras, aunque no piensa
subirlas. El estado ruinoso de toda la construcción podría hacer que éstas se
deshiciesen nada más pisar algún escalón. La desesperación se apodera de él, y
un ramalazo de angustia le recorre el cuerpo. Se dirige a la puerta con la idea
de salir de allí, pero en ese momento escucha un susurro. No se atreve a girar
la cabeza hacia el sonido. Juraría que proviene de algún sitio muy cercano
a él. Se tapa los oídos y se encamina de nuevo hacia la chimenea, pero una
sombra se le cruza justo delante, seguida por una ráfaga de aire helado. Antón
empieza a temblar y nota que sus músculos no le responden. Eleva una mano al
frente comprobando que nada se ha interpuesto en su camino, y en ese
instante algo le agarra por los pelos y lo tira hacia la pared provocando un
ruido tremendo y que cientos de astillas salgan por los aires. Pierde el conocimiento durante unos segundos, pero
cuando intenta levantarse siente otra vez que una fuerza le empuja de nuevo hacia
la pared y lo mantiene contra ella fuertemente agarrado por el cuello. Su
garganta está atrapada por algo que no le deja respirar, así que comienza a
emitir jadeos y a pedir ayuda de forma ininteligible. Otra fuerza le golpea una
mejilla y nota que el hueso de la nariz estalla dentro de su cabeza. El dolor
se hace insoportable, y Antón se deja vencer por el pánico. Bracea y patalea incontroladamente,
intentando liberarse de su agresor, aunque sus esfuerzos son en vano. Cuando
pensaba que soltaría el último aliento escucha un grito e inmediatamente la
fuerza lo suelta, haciéndole caer como un bulto inanimado. Atontado por la
falta de oxígeno, casi no se da cuenta de cómo le arrastran por los pies, ni de
cómo lo suben por las escaleras mientras su cabeza va golpeando los escalones
uno a uno.
MEDIANOCHE
Antón abre los ojos
lentamente. Un líquido espeso, seguramente sangre, se le mete entre los párpados y le impide ver lo
que hay a su alrededor. El dolor en la nariz es tan intenso que se extiende a
toda la cabeza. Intenta levantarse pero no es capaz. Los brazos le fallan, y
casi no siente las piernas. Logra erguir la cabeza y lo que ve le hace emitir
el grito más aterrador que jamás se haya escuchado.
Antón se encuentra
ante un escenario dantesco. Delante de él están colgadas por el cuello dos personas,
balanceándose suavemente. Solo distingue sombras, pero lo suficientemente
claras para darse cuenta de que no pueden estar vivas. Sin embargo escucha
gemidos procedentes de algún rincón de la sala donde se encuentra. Se frota los
ojos y busca la puerta desesperadamente, pero descubre horrorizado que tanto
ésta como la única ventana que ve están tapadas con tablas clavadas a los
marcos. De repente es consciente del olor hediondo de la sala. Se levanta en un
acto reflejo y se lanza hacia la puerta, intentando arrancar las maderas sobre
ella. Se hace daño en los dedos, y nota cómo varias uñas se le rompen en un
esfuerzo desesperado por meterse entre las rendijas de las tablas claveteadas.
En ese momento vuelve a notar la fuerza que le agarra de la camiseta por la
espalda y le lanza bruscamente hacia el suelo. Su cabeza choca con los pies de
uno de los colgados, y una zapatilla deportiva le cae encima de las piernas.
Enseguida reconoce el calzado. Es de Luca. Su cara ya no puede expresar más
horror cuando alza la mirada hacia el cuerpo que cuelga sobre él. Las cuencas
sin ojos de su amigo le miran desde las alturas, y un chorro de saliva que le
cuelga de los labios le cae en las manos, quemándole como ácido puro. Dirige su
vista hacia el otro cuerpo, temiéndose lo peor, pero el que está al lado de
Luca no es el cuerpo de Paola, sino de Marco, su otro compañero de viaje que
junto a su novia María, se habían marchado haciendo autostop antes de llegar a
aquel pueblo maldito. Antón hunde la cabeza entre las manos y comienza a llorar
inconsolable. De repente se levanta como un poseso y girando sobre sí mismo se
coloca en posición de ataque, gritando improperios hacia la fuerza que le ha
atacado varias veces y que se supone que ha colgado a sus amigos. Enajenado y
medio cegado por las lágrimas recorre toda la sala buscando al responsable de
aquella sinrazón, pero nada responde a sus amenazas e insultos. Agotado y
desesperado, se dirige hacia los cuerpos e intenta descolgarlos, llamándoles
por sus nombres. Tampoco en este caso obtiene respuesta alguna ni encuentra
la manera de soltarlos. Completamente abatido camina hacia atrás para apoyarse
en la pared más cercana, pero de nuevo algo le impide avanzar. Se gira
bruscamente y un olor intensamente fétido llena sus fosas nasales. Pierde la conciencia
por unos segundos mientras su cuerpo desmadejado se hunde en una bañera desbordante
de un líquido espeso y oscuro.
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