lunes, 5 de noviembre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE IV



 
NUEVE DE LA NOCHE

Antón se despierta sobresaltado. Le ha parecido oír un ruido. En estos momentos la tormenta está justamente encima de la casa, pero lo que ha oído no tiene nada que ver con el tiempo. Se levanta poco a poco y se frota las rodillas, entumecidas por la postura de las últimas horas y la humedad. Vuelve a oír el ruido. Parece como si alguien estuviese arrastrando algún mueble en alguna zona del piso superior. Se dice a sí mismo que es imposible, que seguramente su imaginación le está traicionando. Se está sacudiendo los restos de ceniza de los pantalones cuando vuelve a oír un ruido, esta vez más fuerte. Es como si un armario se hubiera caído al suelo. El miedo le deja paralizado, pero enseguida se da cuenta de que la lluvia y el viento deben estar provocando más estragos en la casa. La oscuridad no le deja más que intuir donde están las escaleras, aunque no piensa subirlas. El estado ruinoso de toda la construcción podría hacer que éstas se deshiciesen nada más pisar algún escalón. La desesperación se apodera de él, y un ramalazo de angustia le recorre el cuerpo. Se dirige a la puerta con la idea de salir de allí, pero en ese momento escucha un susurro. No se atreve a girar la cabeza hacia el sonido. Juraría que proviene de algún sitio muy cercano a él. Se tapa los oídos y se encamina de nuevo hacia la chimenea, pero una sombra se le cruza justo delante, seguida por una ráfaga de aire helado. Antón empieza a temblar y nota que sus músculos no le responden. Eleva una mano al frente comprobando que nada se ha interpuesto en su camino, y en ese instante algo le agarra por los pelos y lo tira hacia la pared provocando un ruido tremendo y que cientos de astillas salgan por los aires. Pierde el conocimiento durante unos segundos, pero cuando intenta levantarse siente otra vez que una fuerza le empuja de nuevo hacia la pared y lo mantiene contra ella fuertemente agarrado por el cuello. Su garganta está atrapada por algo que no le deja respirar, así que comienza a emitir jadeos y a pedir ayuda de forma ininteligible. Otra fuerza le golpea una mejilla y nota que el hueso de la nariz estalla dentro de su cabeza. El dolor se hace insoportable, y Antón se deja vencer por el pánico. Bracea y patalea incontroladamente, intentando liberarse de su agresor, aunque sus esfuerzos son en vano. Cuando pensaba que soltaría el último aliento escucha un grito e inmediatamente la fuerza lo suelta, haciéndole caer como un bulto inanimado. Atontado por la falta de oxígeno, casi no se da cuenta de cómo le arrastran por los pies, ni de cómo lo suben por las escaleras mientras su cabeza va golpeando los escalones uno a uno.

 

MEDIANOCHE

Antón abre los ojos lentamente. Un líquido espeso, seguramente sangre, se le mete entre los párpados y le impide ver lo que hay a su alrededor. El dolor en la nariz es tan intenso que se extiende a toda la cabeza. Intenta levantarse pero no es capaz. Los brazos le fallan, y casi no siente las piernas. Logra erguir la cabeza y lo que ve le hace emitir el grito más aterrador que jamás se haya escuchado.

Antón se encuentra ante un escenario dantesco. Delante de él están colgadas por el cuello dos personas, balanceándose suavemente. Solo distingue sombras, pero lo suficientemente claras para darse cuenta de que no pueden estar vivas. Sin embargo escucha gemidos procedentes de algún rincón de la sala donde se encuentra. Se frota los ojos y busca la puerta desesperadamente, pero descubre horrorizado que tanto ésta como la única ventana que ve están tapadas con tablas clavadas a los marcos. De repente es consciente del olor hediondo de la sala. Se levanta en un acto reflejo y se lanza hacia la puerta, intentando arrancar las maderas sobre ella. Se hace daño en los dedos, y nota cómo varias uñas se le rompen en un esfuerzo desesperado por meterse entre las rendijas de las tablas claveteadas. En ese momento vuelve a notar la fuerza que le agarra de la camiseta por la espalda y le lanza bruscamente hacia el suelo. Su cabeza choca con los pies de uno de los colgados, y una zapatilla deportiva le cae encima de las piernas. Enseguida reconoce el calzado. Es de Luca. Su cara ya no puede expresar más horror cuando alza la mirada hacia el cuerpo que cuelga sobre él. Las cuencas sin ojos de su amigo le miran desde las alturas, y un chorro de saliva que le cuelga de los labios le cae en las manos, quemándole como ácido puro. Dirige su vista hacia el otro cuerpo, temiéndose lo peor, pero el que está al lado de Luca no es el cuerpo de Paola, sino de Marco, su otro compañero de viaje que junto a su novia María, se habían marchado haciendo autostop antes de llegar a aquel pueblo maldito. Antón hunde la cabeza entre las manos y comienza a llorar inconsolable. De repente se levanta como un poseso y girando sobre sí mismo se coloca en posición de ataque, gritando improperios hacia la fuerza que le ha atacado varias veces y que se supone que ha colgado a sus amigos. Enajenado y medio cegado por las lágrimas recorre toda la sala buscando al responsable de aquella sinrazón, pero nada responde a sus amenazas e insultos. Agotado y desesperado, se dirige hacia los cuerpos e intenta descolgarlos, llamándoles por sus nombres. Tampoco en este caso obtiene respuesta alguna ni encuentra la manera de soltarlos. Completamente abatido camina hacia atrás para apoyarse en la pared más cercana, pero de nuevo algo le impide avanzar. Se gira bruscamente y un olor intensamente fétido llena sus fosas nasales. Pierde la conciencia por unos segundos mientras su cuerpo desmadejado se hunde en una bañera desbordante de un líquido espeso y oscuro.

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