martes, 12 de marzo de 2013

COMBUSTION - CAPITULO V -





RGRIVERO
“Esta noche fue un espanto.
No me salen las palabras y aun tiemblo cuando pienso en ello.
Ya no intento buscar explicación, ni razonar los motivos de que este maldito fenómeno se manifieste con mayor o menor intensidad. Al principio lo achacaba a los nervios, a las vueltas que mi cabeza le da al asunto, a haber sufrido algún pequeño disgusto… pero nada, no hay un parámetro consecuente que explique mi problema. Mi problemón, para ser más exactos.”

Susan había llamado a la empresa  para avisar de que ese día no iría a trabajar. No había dormido ni una hora seguida, aquejada de horribles pesadillas en las que se veía ardiendo y notaba como la piel se le iba desprendiendo de los huesos y caía a sus pies en finas tiras. Por más que se obligaba a pensar que todo era producto de su imaginación, cada vez que cerraba los ojos para conciliar el tan ansiado sueño, sentía la temperatura subir progresivamente hasta alcanzar una medida imposible de aguantar por cualquier ser humano. Lo siguiente eran las convulsiones y el ser consciente de que efectivamente su cuerpo se había convertido en una antorcha viviente. El horror la paralizaba, y solamente podía observar con espanto su cuerpo deshaciéndose por culpa del fuego, un fuego del que no conocía el origen y que la envolvía en un aterrador abrazo de llamas al rojo vivo.

Mientras intentaba calmarse con una taza de valeriana, escribía en su cuaderno la terrorífica vivencia de aquella noche mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Tenía que tomar una decisión drástica. No podía ser un caso aislado, seguramente habría gente con experiencias similares, aunque no sabía por donde empezar a buscarlas.

Habiendo agotado la vía médica, decidió que lo suyo iba más allá de lo normal, por lo que dejó a un lado su escepticismo y buscó en internet alguna asociación de psíquicos o mediums que le inspirasen la suficiente confianza como para exponerles su dolencia.

El resto del día lo empleó buscando casos similares al suyo y las soluciones adoptadas por los afectados.

Se interesó por el caso de Nicolle Millet, muerta por combustión humana espontánea en 1725, así como por el de la condesa de Cesena, hallada convertida en cenizas en su dormitorio alguna noche anterior al año 1731.

Pero el caso que le impactó de verdad fue el de Mary Reeser, en Florida. Además era relativamente reciente pues había ocurrido en 1951. Esta viuda de 67 años parece ser que fue hallada totalmente calcinada en una silla en un rincón de su habitación. El cráneo estaba tan derretido que quedó convertido en una bola sin forma, y solo fue identificada gracias a un pie. La policía de Florida determinó que se había quedado dormida con un cigarrillo encendido que, prendiendo su bata, había provocado tan tremendo incendio. Lo extraño es que éste solo afectó a la señora Reeser y la zona donde se encontraba sentada.

Leyó con detenimiento las explicaciones científicas del fenómeno. Excluyendo el asesinato, se encontraba el llamado “efecto mecha”. Según éste, una fuente externa puede prender fuego a una prenda vestida por la víctima. El calor va derritiendo la grasa corporal subcutánea y hace que el cuerpo se queme a una temperatura menor de lo que en teoría sería necesario, es decir, a menos de 1700 ºC, ya que la grasa humana arde a 215 ºC o incluso menos si está embebida en una mecha.

Susan hizo un descanso para prepararse un sándwich. Escuchó sonar el móvil varias veces, pero no respondió, ni tan siquiera revisó quién había llamado. Estaba decidida a encontrar alguna respuesta y a no pasar ni una noche más sin esperanza de vislumbrar una pequeña luz al final de túnel. Le consolaba saber que a pesar de haber sufrido varios episodios siempre se despertaba a tiempo de evitar una muerte por ignición, pero no sabía hasta cuando seguiría controlando los fatales  efectos de su mal.

Intentó mantener la mente fría y prepararse para seguir leyendo sobre el tema. No cesaba de tomar apuntes de referencias a lugares y detalles de los casos con los que se encontraba. Una vez agotada la vía científica, decidió pasar a la paranormal. Intentó preparar su mente y abrirla a nuevas posibilidades. Era consciente de que lo suyo se trataba de algo más que de tremendas pesadillas pasajeras, así que se preparó para analizar todo tipo de explicaciones esotéricas.

Devoró el sándwich y se acordó de que, al no haber ido a trabajar, no había recogido la edición diaria del periódico al que estaba suscrita en la conserjería. Levantó el auricular del teléfono fijo, imitación de los modelos antiguos de hierro forjado, y marcó el cero haciendo girar la ruedecilla. Enseguida le atendió Wayne, el conserje de la urbanización donde residía Susan.

   -   Buenos días, Wayne, digo… buenas tardes.
   -   Buenas tardes, señorita Howard – su voz sonaba animada - ¿en qué puedo ayudarla?
   -   Es que me olvidé de recoger hoy el diario, ¿podría subírmelo cuando le venga bien? No creo que salga hoy de casa.
   -   Claro que sí, no se preocupe – contestó servicialmente el conserje.
Susan colgó con un tímido “gracias”. Sabía que se estaba aprovechando de él, ya que no era tarea suya repartir puerta por puerta, pero era siempre tan amable con ella que decidió que realmente no le importaría hacerle ese favor.

Buen muchacho, el conserje.

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