viernes, 21 de septiembre de 2012

FIESTAS DE PUEBLO (PARTE II: LA FAMILIA)


Elvira miró el reloj. Estaba sudando mientras ayudaba a su madre y a sus tías a preparar la cena. El parloteo no cesaba ni en la cocina ni en el salón, mientras el resto de la familia se ponía al día de todo lo ocurrido desde la última vez que se habían visto. Empezaron a discurrir historias de tal o cual persona, amores y desamores, defunciones y nacimientos... Elvira se preguntaba como era posible que alguien en aquel salón se enterara de algo, dado el volumen de las voces y las risas. Escuchaba claramente a su tío Antonio, mientras su mujer cotilleaba con su madre en la cocina sobre el hijo de un pariente lejano, al que habían detenido hacía poco, sospechoso de provocar un incendio cerca del pueblo que había afectado a varias "leiras". Bajaba la voz cuando se acercaba a ella, explicándole que "ese rapaz nunca estivo ben, foi despois de que aquela moza o deixou por otro..." Elvira volvió a mirar el reloj, porque la primera vez lo había mirado sin atención, tan absorta estaba en las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor. Eran ya las nueve de la noche, y el sol daba sus últimos suspiros de luz antes de recogerse para dar paso a su amada e inalcanzable luna. Ya casi estaba todo listo. Elvira danzaba entre los invitados, colocando bandejas de comida y sonriendo a cada uno de los que se dirigían a ella. "Estás feita unha moza", le decían la mayoría. Y ella se ponía colorada. La miraban de arriba a abajo analizando sus últimos cambios, sobre todo los familiares de mayor edad.
El alboroto de de los platos al ser recogidos dio paso a la ronda de chupitos de licor café, y el nivel de ruido aumentó considerablemente. Había llegado el momento de los chistes, y aquí el protagonista siempre solía ser su tío abuelo Rogelio, el cual acompañaba cada historieta con gestos y aspavientos que provocaban tanta risa como el chiste en sí. Ver esa boca sin dientes y esos dedos retorcidos por la artrosis y los años de duro trabajo no infundían solo gracia, sino respeto, pensaba Elvira. Rogelio había sobrevivido a la Guerra Civil por los pelos, y oírle hablar sobre los desastres que aquellos pequeños y arrugados ojos habían visto ponía la piel de gallina. Pero ahora sonreía y parecía feliz. Elvira no quería pensar en el momento en que su tío abuelo Rogelio ya no estuviera entre ellos.
El gran momento había llegado. Todos se fueron poniendo poco a poco de pie, la mayoría para dirigirse a la plaza mayor y el resto a sus casas a descansar. Elvira se fue como un rayo a su habitación, cogió todo lo que necesitaba y se encerró en el cuarto de baño para arreglarse. No olvidó detalle: se peinó hasta que notó que el pelo quedaba totalmente liso y brillante, se duchó y perfumó con la colonia que le había regalado su abuela por Reyes y que era la que quería desde hacía mucho tiempo, y se atrevió a perfilarse los ojos con un lápiz negro, destacando así sus bonitos ojos verdes. Gracias a los días de playa tenía un precioso tono dorado en la piel, que conjuntaba perfectamente con el vestido que había elegido para la ocasión, el que esperaba que dejase boquiabierto a Pedro. Para tener una visión general de su aspecto tenía que ir a la habitación de sus padres, porque era donde estaba el único espejo de cuerpo entero de la casa. Salió del baño y estiró la cabeza por el marco para ver si la puerta del cuarto de sus padres estaba abierta, y como vió que sí salió descalza y con los zapatos en la mano. Una vez allí se calzó y se miró al espejo, girando coquetamente mientras estiraba el vuelo de la falda de su vestido. Estaba claro que el color verde agua le favorecía, y que el escote de encaje que cubría su incipiente busto alargaba su cuello y resaltaba sus facciones. Se encontraba guapa, y alentada por esta sensación acercó su cara al espejo y subió y bajó las pestañas rápidamente para ver el efecto del maquillaje en sus ojos. Estaba tan concentrada que casi le da un ataque al corazón al escuchar la voz de su abuela: "Dende logo... mira que pasa rápido o tempo. Inda recordo cando facíache durmir no meu colo, e agora xa es toda unha mociña." Elvira no se había dado cuenta de su presencia en todo este tiempo. La miró dulcemente y se acercó a ella, con el corazón aun acelerado por el susto. Se sentó en sus rodillas y la abrazó, mientras su abuela la mecía suavemente y le acariciaba el reluciente pelo con sus manos venosas.

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