martes, 25 de septiembre de 2012

FIESTA DE PUEBLO (PARTE III :LA ORQUESTA)


Por fin llegó la hora del baile. Mi corazón se aceleraba a medida que llegábamos a la plaza mayor. Mis padres y unos cuantos familiares y amigos reían y cantaban adelantándose a la música que esperaban oir. Gastaban bromas entre ellos y se iban uniendo a otros grupos que se dirigían andando al mismo lugar. Noté un golpecito en la espalda y al girarme me encontré con mi prima segunda María. Tenía más o menos mi misma edad, pero yo le sacaba una cabeza de altura. Detrás de sus ojos azules, empequeñecidos por las gafas de alta graduación con las que yo siempre la recordaba, brillaba la misma alegría y ganas de fiesta. Nos sonreímos y comenzamos a charlar de nuestras cosas, sobre todo de lo que habíamos hecho durante el verano. María me agarró del brazo y me susurró al oído que los chicos del pueblo habían planeado un lugar un poco apartado de la plaza, y por lo tanto de los mayores, donde estaríamos todos juntos. Se oiría la música pero no estaríamos al alcance de la vista de nuestros padres.
El jaleo de la orquesta se oía ya muy cerca. Cuando llegamos me sorprendí de la cantidad de gente que había. La música competía en nivel de decibelios con las carcajadas y gritos de la gente. Todas las caras reflejaban felicidad. Mis padres empezaron a saludar a diestro y siniestro, y yo también. Amigos, familiares y gente conocida de otros pueblos se daban cita en la bonita plaza empedrada que presidía nuestro pueblo. En el escenario bailaba una chica rubia con un vestido blanco increíblemente corto, moviéndose sin parar de un lado a otro al compás de la canción mientras su compañero, también de blanco, cantaba. El chico vestía pantalones muy ajustados, y podía notar las venas de su garganta por el esfuerzo que estaba haciendo para que se le escuchara bien. Movía las piernas en pequeños pasos de salsa, provocando ciertos jadeos en su respiración. Desde mi sitio podía ver también el sudor que caía por sus sienes y que formaba grandes cercos redondeados en las sisas de su apretada camisa blanca. No eran los mismos que el año pasado, pero el estilo de música y baile sí, tal y como esperaba. Los músicos acompañaban a los bailarines con un saxo, una batería y una guitarra eléctrica. Iban vestidos de negro y eran más mayores, excepto el guitarra. Me llamó la atención su cabellera negra, que rodeaba una cara llena de acné adolescente. Miraba al público sonriendo y sintiéndose importante. Estaba tan absorta que casi se me para el corazón cuando veo a Pedro entre los que más cerca estaban del escenario. La sangre amenazaba hacer explotar mis venas, de manera que me debí sonrojar. Notaba el calor en mis mejillas, así que decidí esperar a ir a saludarlo, aunque María estaba tirando de mi brazo para ir en su dirección, donde estaban el resto de chicos de la pandilla del pueblo. Avisamos a nuestros padres de que íbamos con ellos, a lo que mi madre avisó "non vaias lonxe". Me di cuenta unos segundos más tarde de que mi madre solo me habla en gallego cuando estamos en el pueblo. En un abrir y cerrar de ojos me encontré besando y abrazando a todos al borde del escenario. Los colores de los potentes focos se reflejaban en todos ellos, impidiéndome distinguir bien las caras. Casi sin darme cuenta, Pedro me besó en las dos mejillas y me cogió del brazo, arrastrándome con los demás a ese sitio apartado donde podríamos estar más tranquios. Me dejé llevar, encantada con la situación. Llegamos a una zona cerca del río, donde se había construido una pequeña zona recreativa para bañarse. A estas alturas de septiembre no estaba preparada para el baño, pero sí seguían los bancos y mesas donde la gente preparaba comidas y cenas al aire libre durante todo el verano. Nos sentamos cerca de un foco de luz, y como por arte de magia, aparecieron bolsas con bebidas. Entre todos las fueron colocando encima de una de las mesas, mientras yo observaba los cambios producidos en mis amigos. Casi todos ellos parecían más mayores. Los chicos lucían modernos cortes de pelo, y las chicas estaban más maquilladas y con los vestidos más cortos. Me sentí medio bicho raro. Mi vestido me llegaba por las rodillas, y sentía envidia de mis amigas, que mostraban sus muslos morenos. Una de ellas, Laura, llevaba un ceñidísimo vestido de estampado atigrado, combinado con unos zapatos de tacón muy altos. Me quedé sin respiración cuando vi cómo la miraba Pedro. ¿Cómo podría yo llamar más su atención que ella? Me invadió la rabia. Todas mis amigas sabían que me gustaba Pedro, así que me parecía una falta de respeto por parte de Laura, la cual respondía a las miradas de los chicos con coquetería. No me importaba que lo hiciese con todos, pero no con Pedro.

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