CAPÍTULO XII
Lucas está en la sala de espera del
despacho de Luis, el jefe de Vera. Mira como hipnotizado el vaivén de los dedos
de la secretaria tecleando en el ordenador, ajena a su estado de ansiedad. Cada
minuto que pasa se siente más incómodo, como si el mullido sillón sobre el que
se sienta se fuera llenando de hormigas, obligándolo a levantarse y dar vueltas
por toda la sala. Se acerca a una de las ventanas y puede ver el gran cartel de
“Goberna y Asociados” que pende verticalmente de la pared. Recuerda todas las
veces que esperaba a que Vera saliera del despacho para pasear, cuando eran tan
solo novios. Sentía más o menos lo mismo que ahora, un cosquilleo incesante en
la boca del estómago. Se paró a analizar qué cosas habían cambiado en su
relación desde aquella época. Estaba claro que ya no sentía esa desazón de
novio enamorado cuando la veía y que ya
no la analizaba de pies a cabeza encontrando delicioso todo lo que veía.
Recordaba esas tardes en la cafetería de enfrente del despacho, cuando ella le
contaba todo lo sucedido desde el último día que se habían visto y él escuchaba
embelesado, observando como se movían sus labios, sus ojos, sus manos…
-
Puede entrar- le avisó la secretaria.
Lucas casi salta del susto, tan imbuido estaba en sus pensamientos.
-
Gracias- vio como Luis le hacía
señas desde el fondo de su amplio despacho.
-
Lucas, perdona que no te haya
llamado, hemos estado muy ocupados con un par de casos. Ya sabes…- le comentó
señalando la gran cantidad de papeles de encima de su mesa.
-
Sí, leo los periódicos, el caso
“Lince” ¿no?
-
Entre otros. Anda siéntate y
cuéntame qué se sabe de Vera. ¿Ha llamado el secuestrador?
-
No, no sabemos nada de ningún
secuestrador. Y creo que la policía sospecha de mi. Otro caso de violencia de
género. En estos tiempos uno ya no sabe como hablar de su esposa, no veas el
mal rato que pasé explicando la discusión del día anterior.
-
Por lo de siempre ¿no?
-
Pues sí, la maldita herencia. Hablé
con Rafaela.
-
¿y?
-
Pues nada, solo la informé.
-
Lucas, esto me huele mal. Vera
desaparece y nadie sabe nada. Es como si se hubiera esfumado. Tenemos que
llevar esto con discreción. Ten en cuenta que aún no se ha resuelto el problema
de la herencia entre las hermanas, ya que aunque a Rafaela la tengo medio
convencida no puedo decir lo mismo de Vera.
-
Quería preguntarte sobre lo que
hablasteis la noche antes de su desaparición. Vino muy alterada y no hubo
manera de mantener una conversación con ella…
-
Ella no quiere vender la casa. Está pensando
muy seriamente reformarla con parte del dinero de su madre porque está
convencida que ése era su deseo.
-
Ya. Y Rafaela tiene comprador
¿verdad?
-
Sí. Que además necesita blanquear
dinero. Esta operación le vendría al pelo.
-
¿Eso lo sabía Vera?
-
Lo del blanqueo de pasta no, ya
sabes como es ella.
-
¿Crees que alguien relacionado con
este hombre puede estar detrás de su desaparición?
-
He contratado a alguien para que
siga sus movimientos. De momento no hay nada sospechoso, pero ya te iré
poniendo al día.
-
Bueno, me dejas más tranquilo.
-
Por cierto, ¿cómo va lo tuyo?
-
Mal. Sigo con problemas con la
plantilla. Estoy en pleno proceso de ERE y he tenido encontronazos con varios
empleados. No entienden que ya no son los tiempos de antes. Me vendría genial
lo de Vera para arreglar algunos problemas en la empresa…
-
Ya. Si hubieras estado más atenta a
ella los últimos tiempos igual se hubieran facilitado las cosas para todos.
-
Ya, claro. ¿Te crees que es fácil
salir de la obra cada día, después de haber lidiado con tanto energúmeno, y
convertirme en el osito de peluche que tiene que camelarse a su mujer para que
arregle su herencia y suelte pasta?
-
Yo solo se – dijo Luis levantándose
de la silla con gesto enojado- que habíamos llegado a un acuerdo. Yo he
cumplido mi parte, pero tú no. Y eso ha dificultado las cosas. Presiones
pasamos todos y aquí seguimos, con buena cara. Y ahora, haz el favor de
encontrar a tu mujer y resolvamos todo lo antes posible.
Lucas se levantó y en
dos zancadas llegó a la puerta.
-
Ah- soltó Luis con la cabeza
inclinada hacia los papeles de encima de la mesa – y no te preocupes por la
policía. A esos los controlo yo.
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