miércoles, 31 de octubre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE II



DE MADRUGADA

Antón no lograba dormirse. La cama era incómoda y notaba humedad en toda la estancia. Paola respiraba acompasadamente a su lado, como si todo lo sucedido no le hubiera afectado, pero Antón temblaba de indignación. De los cinco que comenzaron la excursión solo quedaban tres, Luca, Paola y él. Los otros dos, una pareja, se habían marchado haciendo autostop, enfadados por las divergencias de opinión. La discusión entre ellos y Luca había sido tan acalorada que Antón temió que llegaran a las manos. Ellos insistían en volver y buscar otro destino, pero Luca se empeñaba en ir al pueblo elegido inicialmente. El problema había surgido cuando el dueño del bar donde habían cenado les comentó que el famoso pueblo había sido abandonado después de una fuerte riada, y que eran muchas las habladurías sobre gente que había ido a visitarlo y nunca más se les había vuelto a ver… A Luca le brillaron los ojos de emoción ante estos comentarios, pero no así al resto. El hombre les aconsejó otros lugares cercanos donde seguramente verían cosas más interesantes, como monolitos y restos muy antiguos, pero Luca insistió en que les indicase por donde ir al pueblo fantasma. Se sometió la decisión a votación y, para sorpresa de Antón Paola, que había estado callada hasta el momento, votó por ir al pueblo abandonado. Así que tuvo que apoyarla, para evitar darle ventaja a Luca, ya que estaba seguro de que a éste  le gustaba Paola. Al día siguiente se levantarían temprano para visitar el dichoso pueblo, y Antón esperaba que no hubiera mucho que ver y marcharse de allí lo antes posible.

 

OCHO DE LA MAÑANA

El desayuno transcurrió en silencio. Antón preparó con calma sus tostadas, untándolas con la maravillosa mantequilla casera que les ofreció el dueño del bar. No había nadie más sirviendo, por lo que Antón intuyó que el hombre no tenía empleados ni muchas visitas en general. Miró a sus amigos y no vio atisbo de inquietud en ninguno de ellos, pero tampoco estaba ya presente la alegría con la que habían iniciado el viaje. Paola le miró y sonrió, haciendo pensar a Antón que la decisión de quedarse con ella había sido la mejor decisión de su vida. Al acabar el desayuno se dirigieron a la furgoneta, pero el dueño del bar agarró inesperadamente el brazo de Antón, algo rezagado de sus compañeros, y con un gesto le indicó un rincón cerca de la barra. Una vez allí le miró fijamente y le tendió una mano con el puño cerrado. Antón cogió lo que el hombre le entregaba, un pequeño saquito de terciopelo negro. Iba a preguntar qué era, pero el hombre pegó un dedo a su boca en señal de silencio. En ese momento escuchó como Paola le llamaba y notó como el misterioso dueño del bar le empujaba hacia la furgoneta. Antón se metió el saquito en uno de los bolsillos traseros del pantalón y se encaminó hacia sus amigos.

 

DIEZ DE LA MAÑANA

Por fin se veía a lo lejos la silueta de lo que se supone que sería el pueblo. A pesar de la luz de la mañana se intuían solo sombras y formas grotescas. Se pararon a contemplarlo desde lejos. El sol brillaba en donde estaban, pero por la zona del pueblo se perfilaban unos nubarrones oscuros que presagiaban tormenta. Luca comentó que la predicción meteorológica no decía nada de que fuera a llover, así que seguramente serían nubes pasajeras. Antón no estaba tan seguro.

A medida que se iban acercando a las casas el cielo se oscurecía. Los rayos de sol que les acompañaran durante el viaje habían desaparecido por completo. La electricidad se palpaba en el ambiente y Antón notaba como se le erizaba el vello de los brazos y la nuca. Un mal presentimiento se apoderó de su ánimo, y su corazón empezó a palpitar sin control. Agarró la mano de Paola y sin darse cuenta la apretó tanto que ésta hizo un gesto de dolor. No se atrevía a contarles a sus compañeros lo mal que le hacía sentir ese lugar, así que intentó dibujar una sonrisa mientras se admiraba de la entereza de Luca y Paola.

Había tanta humedad que los zapatos chapoteaban en el barro. Las montañas que se veían al fondo no debían permitir que el sol incidiera sobre las casas durante muchas horas al día, por lo que algunas callejuelas estaban totalmente anegadas. El dueño del bar tenía razón: no había nada que ver allí, salvo quizá los restos de las viviendas que habían sido destruidas por la riada y estaban literalmente enterradas hasta el tejado y rodeadas de lodo. Decidieron que se quedarían hasta después de comer los bocadillos que les había preparado el hombre del bar y que luego se irían de allí.

 

DOS DE LA TARDE

Habían escogido un rincón más o menos soleado para sentarse a comer. Ahora estaban los tres tumbados, charlando sobre la mala idea que había sido visitar aquel pueblo. Los ánimos habían mejorado algo y Antón estaba contento de que por fin iban a abandonarlo y olvidarse de él, como había hecho el resto del mundo. Cerró los ojos e inspiró fuertemente, intentando llenar sus pulmones del aire fresco que les rodeaba.

 

CUATRO DE LA TARDE

Antón miró la hora en su reloj y dudó de lo que sus ojos veían. Se encontraba solo, echado sobre la manta. Lo primero que se le vino a la cabeza fue que se quedó dormido y sus amigos aprovecharon para dar una última vuelta antes de marcharse de allí. Le dio rabia que no lo hubieran avisado, y que Luca aprovechase la ocasión para intimar con Paola. Se levantó frotándose el cuerpo aterido de frío con las palmas de las manos, recogió la manta y se dirigió al lugar donde habían aparcado la furgoneta. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que no estaba donde la habían dejado. Un sudor frío le recorrió el espinazo. En un principio se negó a pensar que le habían abandonado. No podía ser. Seguramente habrían ido a algún sitio con ella, y pronto volverían. Sin embargo algo le decía que las cosas no iban del todo bien

 

SEIS DE LA TARDE

Antón vagaba por todas las callejuelas del pueblo. Se lo conocía ya palmo a palmo. Su nerviosismo iba en aumento y miraba el reloj cada dos minutos. Con la furgoneta se habían llevado su mochila y su teléfono móvil. Estaba totalmente incomunicado y a unos ciento cincuenta kilómetros del pueblo habitado más cercano. Empezaba a preocuparse de verdad. La cabeza le daba vueltas y siempre llegaba a la misma conclusión: algo les había pasado a sus amigos y no iban a volver a por él.

 

(Seguirá…)

2 comentarios:

  1. ¡Qué bueno!
    Un poco pijosquis parece el Antón, ¡pero de esta se le cura el pijerío seguro! Jajaja.

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  2. Todo tiene su explicación...paciencia, las ideas se me agolparon y ahora es cuando viene el MIEDOOOOOO
    Gracias por tus imprescindibles comentarios, hermano!!

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