Quizá creas que por estar sentado en tu sofá, con la puerta
de tu casa bien cerrada, estás a salvo de cualquier cosa que venga del exterior
y pueda perturbar tu tranquilidad. Ah, qué equivocado estás, querido lector…
Ahora mismo lees estas líneas acurrucado en tu manta, echando de vez en cuando
un ojo a la lluvia que golpea la ventana, sintiéndote seguro y cómodo entre las
cuatro paredes del salón. No temes que nada ni nadie pueda interrumpir de
manera repentina tu agradable velada, porque has hecho todo lo posible para que
así sea. Has comprado un libro de terror, ese que llevas tiempo esperando que
salga a la venta, y te has prometido que hoy va a ser el día en que empieces a
leerlo. No has quedado con tu novia, ya has realizado la llamada semanal a tu
madre, preparaste ese trabajo para la clase de ciencias y ahora estás recostado en el sofá con una
hamburguesa y una cerveza a mano. Estás feliz. Sólo tienes encendida una luz,
la de la lámpara de la esquina, para dar ambiente al momento que estás
viviendo.
Empiezas a leer…
Antón estaba acostumbrado
a viajar. Era algo que a sus padres no les convencía del todo, pero ya les
había avisado: “si saco las mejores notas de toda la clase me dejáis un verano entero sabático, sin
clases de golf, sin cursos de patrón de yate, solo para hacer lo que más me
gusta”. Y lo que más le gusta a Antón es viajar de mochilero, él solo, de ahí
la preocupación de sus padres. Aprovecha cualquier hueco en su apretada agenda
para marcharse. Y éste sería el viaje más largo. Antón había sido el mejor de
su clase, sacando las notas más altas con mucha diferencia. Sus profesores
llamaron a sus padres para darles la enhorabuena personalmente, así que cuando
Antón les dijo que se marcharía los tres meses de verano a Europa no pudieron
negarse. Disponía de la beca que había ganado el curso anterior por ser uno de los
mejores estudiantes del año, así que se iría tres largos meses con el dinero
suficiente en el bolsillo para moverse por toda Europa si lo deseaba. A sus
veintitrés años solo había podido viajar por España, así que ahora había
llegado el momento de ampliar su radio de acción. Y tenía muy claro por dónde
empezaría.
JULIO, ITALIA
Antón está sentado en
una cafetería en Florencia. Mientras paladea su delicioso capuchino piensa que
su tan deseado viaje no estaba siendo todo lo divertido que esperaba. En tres
semanas había recorrido casi toda Italia, y ahora se encontraba en la Toscana,
su destino más esperado desde hacía años. Idealizaba la cultura italiana,
cautivadora y costumbrista, e incluso había estado dando clases de italiano
para poder integrarse mejor, pero tenía que reconocer que se estaba aburriendo.
Abrió su cuaderno de notas. El día siguiente lo dedicaría a recorrer todo el
centro histórico de la ciudad, admiraría la cúpula de Santa María del Fiore e
iría a ver el David de Miguel Ángel a la Galería de la Academia. Pasó las hojas
con desgana. Todo lo que había estado preparando con tanta ilusión le parecía
ahora insulso. Su estado de ánimo estaba por los suelos y no sabía porqué.
Mientras daba vueltas a su ya frío café las mesas de su alrededor empezaron a
llenarse de jóvenes gritones que seguramente habían quedado allí para reunirse
y prepararse para una noche de fiesta. Se fijó en ellos disimuladamente. Sintió
envidia de su alegría y compañerismo. Él nunca había formado parte de una
pandilla, ni se había reunido con tanta gente para hacer planes. La soledad se
le echó encima como las inevitables nubes que preceden a una tormenta…De
repente se dio cuenta de que una de las chicas del grupo le miraba. Bajó la
cabeza avergonzado. Nunca antes le habían mirado así.
UNA SEMANA DESPUES
Antón no podía
sentirse más feliz. Esta semana con Paola estaba siendo la mejor semana de su
vida. Había olvidado todos los planes escritos en su libreta y se había dejado
llevar por la maravillosa energía de Paola y sus amigos. Los días con ella y
las noches con todo el grupo le habían abierto un mundo que no conocía,
encerrado como había estado en sus libros y actividades extraescolares en
Madrid. Por primera vez en su vida se sentía un joven normal e integrado. Sus
sentimientos hacia Paola provocaban una auténtica revolución en sus hormonas,
dormidas hasta ese momento. Le gustaba todo de ella, desde sus ojos castaños y
brillantes hasta su melena lacia y totalmente negra. Vestía siempre con
camisetas ajustadas y pantalones vaqueros cortos, haciendo que se ruborizara
cada vez que la veía llegar. Miraba absorto sus preciosos labios mientras le
hablaba, deleitándose con su hiperfemenino acento toscano. En ese momento se la
veía especialmente contenta. Hablaba tan rápido que Antón le tuvo que pedir que
se tranquilizara porque no la entendía bien. Paola se acercó más a él, para
desasosiego de su oyente, y apoyando una mano en su pierna le volvió a explicar el plan que habían
organizado para dentro de dos semanas. Pero él era totalmente incapaz de
concentrarse en lo que le estaba diciendo.
PRIMERA SEMANA DE AGOSTO
Antón no podía
creérselo. La pequeña habitación de su hostal se le antojaba el mismísimo
paraíso. Esa noche la había compartido enteramente con Paola. En estos momentos
ella dormía apoyada en su pecho, y la visión de su melena esparcida por la
almohada le hizo cerrar los ojos de felicidad. Estaba loca, irremediable y
perdidamente enamorado. Llovía, pero solo podía ver un sol enorme brillando
para él. Se deleitó con la imagen de ellos dos bajo el mismo paraguas,
recorriendo las calles de una ciudad que ya había hecho suya y de la que no
pensaba marcharse jamás.
SEGUNDA SEMANA DE
AGOSTO
Los amigos de Paola
estaban ultimando los detalles del fin de semana. Antón casi no les escuchaba,
porque en ese momento solo podía sentir los dedos de la mano de su amada
entrelazados con los suyos. Estaban sentados en la misma terraza donde la vió
por primera vez, y los ánimos no podían estar más exaltados. Antón ya amaba la
manera de hablar italiana, con sus ademanes y gestos bruscos. Admiraba la
energía y vitalidad que se respiraba en el grupo, y su corazón parecía estallar
de felicidad. Le daban igual los planes, solo sabía que los compartiría con
Paola. Parece ser que ese fin de semana iban a viajar en la furgoneta de uno de
ellos a un pueblecito con mucho encanto.
FIN DE SEMANA
El viaje se estaba
haciendo más largo de lo que había parecido en un principio. Antón estaba
recostado en la segunda fila de asientos traseros de la furgoneta, medio
mareado y con muchas ganas de aliviar la vejiga. Paola se había sentado en los
asientos de delante y durante horas solo había podido contemplar su preciosa
melena y, de vez en cuando, su perfil.
Ansiaba estar más cerca de ella, tocarla y cerciorarse de que los
sentimientos que parecían compartir eran reales. En ese momento ella hablaba
acaloradamente con su compañero de la derecha, pero Antón no podía escuchar
bien lo que decía porque el estado de la carretera que recorrían, llena de
baches, no se lo permitía. Parecía que estaban perdidos. El conductor y dueño
de la furgoneta, Luca, paró y les pidió a todos que bajasen para revisar el
mapa, para alivio de Antón y su vejiga. Se estaba haciendo de noche y llegaron
al acuerdo de parar en el bar más cercano para comer algo y consultar si se
movían en la dirección correcta.
SÁBADO POR LA NOCHE
Los acontecimientos se
sucedieron de manera incontrolada. En menos de dos horas desde que pararan para
cenar habían pasado tantas cosas…
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