miércoles, 31 de octubre de 2012

EL ÚLTIMO VIAJE: PARTE I


Quizá creas que por estar sentado en tu sofá, con la puerta de tu casa bien cerrada, estás a salvo de cualquier cosa que venga del exterior y pueda perturbar tu tranquilidad. Ah, qué equivocado estás, querido lector… Ahora mismo lees estas líneas acurrucado en tu manta, echando de vez en cuando un ojo a la lluvia que golpea la ventana, sintiéndote seguro y cómodo entre las cuatro paredes del salón. No temes que nada ni nadie pueda interrumpir de manera repentina tu agradable velada, porque has hecho todo lo posible para que así sea. Has comprado un libro de terror, ese que llevas tiempo esperando que salga a la venta, y te has prometido que hoy va a ser el día en que empieces a leerlo. No has quedado con tu novia, ya has realizado la llamada semanal a tu madre, preparaste ese trabajo para la clase de ciencias y  ahora estás recostado en el sofá con una hamburguesa y una cerveza a mano. Estás feliz. Sólo tienes encendida una luz, la de la lámpara de la esquina, para dar ambiente al momento que estás viviendo.

Empiezas a leer…



 
JUNIO, MADRID

Antón estaba acostumbrado a viajar. Era algo que a sus padres no les convencía del todo, pero ya les había avisado: “si saco las mejores notas de toda la clase  me dejáis un verano entero sabático, sin clases de golf, sin cursos de patrón de yate, solo para hacer lo que más me gusta”. Y lo que más le gusta a Antón es viajar de mochilero, él solo, de ahí la preocupación de sus padres. Aprovecha cualquier hueco en su apretada agenda para marcharse. Y éste sería el viaje más largo. Antón había sido el mejor de su clase, sacando las notas más altas con mucha diferencia. Sus profesores llamaron a sus padres para darles la enhorabuena personalmente, así que cuando Antón les dijo que se marcharía los tres meses de verano a Europa no pudieron negarse. Disponía de la beca que había ganado el curso anterior por ser uno de los mejores estudiantes del año, así que se iría tres largos meses con el dinero suficiente en el bolsillo para moverse por toda Europa si lo deseaba. A sus veintitrés años solo había podido viajar por España, así que ahora había llegado el momento de ampliar su radio de acción. Y tenía muy claro por dónde empezaría.

 

JULIO, ITALIA

Antón está sentado en una cafetería en Florencia. Mientras paladea su delicioso capuchino piensa que su tan deseado viaje no estaba siendo todo lo divertido que esperaba. En tres semanas había recorrido casi toda Italia, y ahora se encontraba en la Toscana, su destino más esperado desde hacía años. Idealizaba la cultura italiana, cautivadora y costumbrista, e incluso había estado dando clases de italiano para poder integrarse mejor, pero tenía que reconocer que se estaba aburriendo. Abrió su cuaderno de notas. El día siguiente lo dedicaría a recorrer todo el centro histórico de la ciudad, admiraría la cúpula de Santa María del Fiore e iría a ver el David de Miguel Ángel a la Galería de la Academia. Pasó las hojas con desgana. Todo lo que había estado preparando con tanta ilusión le parecía ahora insulso. Su estado de ánimo estaba por los suelos y no sabía porqué. Mientras daba vueltas a su ya frío café las mesas de su alrededor empezaron a llenarse de jóvenes gritones que seguramente habían quedado allí para reunirse y prepararse para una noche de fiesta. Se fijó en ellos disimuladamente. Sintió envidia de su alegría y compañerismo. Él nunca había formado parte de una pandilla, ni se había reunido con tanta gente para hacer planes. La soledad se le echó encima como las inevitables nubes que preceden a una tormenta…De repente se dio cuenta de que una de las chicas del grupo le miraba. Bajó la cabeza avergonzado. Nunca antes le habían mirado así.

 

UNA SEMANA DESPUES

Antón no podía sentirse más feliz. Esta semana con Paola estaba siendo la mejor semana de su vida. Había olvidado todos los planes escritos en su libreta y se había dejado llevar por la maravillosa energía de Paola y sus amigos. Los días con ella y las noches con todo el grupo le habían abierto un mundo que no conocía, encerrado como había estado en sus libros y actividades extraescolares en Madrid. Por primera vez en su vida se sentía un joven normal e integrado. Sus sentimientos hacia Paola provocaban una auténtica revolución en sus hormonas, dormidas hasta ese momento. Le gustaba todo de ella, desde sus ojos castaños y brillantes hasta su melena lacia y totalmente negra. Vestía siempre con camisetas ajustadas y pantalones vaqueros cortos, haciendo que se ruborizara cada vez que la veía llegar. Miraba absorto sus preciosos labios mientras le hablaba, deleitándose con su hiperfemenino acento toscano. En ese momento se la veía especialmente contenta. Hablaba tan rápido que Antón le tuvo que pedir que se tranquilizara porque no la entendía bien. Paola se acercó más a él, para desasosiego de su oyente, y apoyando una mano en su pierna  le volvió a explicar el plan que habían organizado para dentro de dos semanas. Pero él era totalmente incapaz de concentrarse en lo que le estaba diciendo.

 

PRIMERA  SEMANA DE AGOSTO

Antón no podía creérselo. La pequeña habitación de su hostal se le antojaba el mismísimo paraíso. Esa noche la había compartido enteramente con Paola. En estos momentos ella dormía apoyada en su pecho, y la visión de su melena esparcida por la almohada le hizo cerrar los ojos de felicidad. Estaba loca, irremediable y perdidamente enamorado. Llovía, pero solo podía ver un sol enorme brillando para él. Se deleitó con la imagen de ellos dos bajo el mismo paraguas, recorriendo las calles de una ciudad que ya había hecho suya y de la que no pensaba marcharse jamás.

 

SEGUNDA SEMANA DE AGOSTO

Los amigos de Paola estaban ultimando los detalles del fin de semana. Antón casi no les escuchaba, porque en ese momento solo podía sentir los dedos de la mano de su amada entrelazados con los suyos. Estaban sentados en la misma terraza donde la vió por primera vez, y los ánimos no podían estar más exaltados. Antón ya amaba la manera de hablar italiana, con sus ademanes y gestos bruscos. Admiraba la energía y vitalidad que se respiraba en el grupo, y su corazón parecía estallar de felicidad. Le daban igual los planes, solo sabía que los compartiría con Paola. Parece ser que ese fin de semana iban a viajar en la furgoneta de uno de ellos a un pueblecito con mucho encanto.

 

FIN DE SEMANA

El viaje se estaba haciendo más largo de lo que había parecido en un principio. Antón estaba recostado en la segunda fila de asientos traseros de la furgoneta, medio mareado y con muchas ganas de aliviar la vejiga. Paola se había sentado en los asientos de delante y durante horas solo había podido contemplar su preciosa melena y, de vez en cuando, su perfil.  Ansiaba estar más cerca de ella, tocarla y cerciorarse de que los sentimientos que parecían compartir eran reales. En ese momento ella hablaba acaloradamente con su compañero de la derecha, pero Antón no podía escuchar bien lo que decía porque el estado de la carretera que recorrían, llena de baches, no se lo permitía. Parecía que estaban perdidos. El conductor y dueño de la furgoneta, Luca, paró y les pidió a todos que bajasen para revisar el mapa, para alivio de Antón y su vejiga. Se estaba haciendo de noche y llegaron al acuerdo de parar en el bar más cercano para comer algo y consultar si se movían en la dirección correcta.

 

SÁBADO POR LA NOCHE

Los acontecimientos se sucedieron de manera incontrolada. En menos de dos horas desde que pararan para cenar habían pasado tantas cosas…

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